Si hay un movimiento en Latinoamérica actualmente (y especialmente acogido en Suramérica) que impulse las masas y determine un objetivo claro, sin sesgos políticos ni intereses individuales, es el feminismo. La propuesta discursiva, en la literatura, en los cantos, en los congresos, por reclamos de los derechos y la integridad, se encuentran especialmente en este problema. Es la marca más clara de aprobación de una generación de cambio que el siglo XXI ha propiciado.

Esta iniciativa ya había asomado su preocupación una y otra vez en el siglo XX en la literatura de nuestro continente. Desde Clarice Lispector, Dulce María Loynaz, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni o Alejandra Pizarnik, son vivos ejemplos de un impulso creador en este lado del mundo para darle voz a la mujer. La bola de nieve que prometía la feminidad se ha convertido en la tempestad que abraza las grandes capitales suramericanas.

La vivacidad del llamado de la mujer se siente pulsante en muchas instancias. En Buenos Aires, por ejemplo, vemos mujeres y hombres con pañuelos verdes o celestes, indicando su posición ideológica en torno al tema del aborto, movimiento que consiguió su estímulo a partir de la iniciativa feminista.

Paralelamente, en el ámbito editorial, los récords de venta en torno a la producción creativa de autoras como Mariana Enriquez, Gloria Peirano, Brenda Lozano y Liliana Colanzi sugieren una predominancia femenina en las letras de América Latina. Ahora, en el ámbito interno, ¿Venezuela debe algo a la feminidad en su propia literatura?

Venezuela debe mucho a grandes mujeres de nuestro tiempo. Un vicio que se ha formado en su producción desde que la misma se intenta llamar literatura es pensarse a sí misma como una producción estética-política que permita su fundación. Pero, así como Ángel Rama decía que solo entendemos una invención de Latinoamérica cuando la transculturación se inaugura como tema de debate, asimismo estas fronteras han producido discursos poéticos, narrativos y dramáticos femeninos que son ejemplo de una tradición común. Venezuela guarda una relación homóloga en esta diatriba con los países que lo circundan en el continente.

Es importante destacar que parte del aporte cultural venezolano se debe a la preocupación de mujeres, como Teresa Carreño o Sofía Ímber, quienes se desvivieron por importar arte y teatro extranjero, por fundar un gusto propio. Concretamente en el ámbito literario, Teresa de la Parra y Antonia Palacios nos ofrecen el impulso de una voz deliberadamente femenina en Caracas.

Mujeres que convivieron entre la alta aristocracia caraqueña y se educaron a temprana edad en París, nos ofrecen los esbozos de plumas delicadas y códigos de conducta en obras narrativas y poemas con tonos confesionales del intimismo de la mujer. La participación de la feminidad en Venezuela se sublima a la presencia de doctas conocedoras de la moda de su tiempo, las corrientes artísticas europeas imperantes y el gusto por la literatura.

Incluso hoy no son reconocidas con el valor que ofrecen sus textos. Cuán difícil habrá sido hacerse escuchar en tiempos de la primera mitad del siglo XX, cuando la inestabilidad política y la puerilidad de un país con una centena de años de vida intentaba deslumbrar. Sería injusto no interesarse por la prosa grácil de los diarios de una Ifigenia fastidiada y entregada al tedio, o una Ana Isabel que nos resuena vivamente a los atisbos de su propia autora.

Este tema no se agota en estas dos literatas. Podríamos hablar sobre el valioso aporte de Pálmenes Yarza en la poesía, o tantas otras mujeres venezolanas que alimentan actualmente las letras nacionales como Sonia Chocrón o Yolanda Pantin. Sin embargo, gracias a la labor de la teoría del canon y la tradición literaria, podemos fijarnos en nuestros antecedentes más evidentes a raíz de estas dos autoras. Su rebeldía en tiempos donde sus voces causaban eco, hoy se contemplan con una perspectiva renovada, convirtiéndose en escritoras de interés para lectores curiosos de países extranjeros en lengua castellana.

Venezuela, así como Latinoamérica toda, guarda un baluarte estético y literario que las mujeres han fundado como hecho de interés. ¿Es tiempo de una literatura femenina en Latinoamérica? Hace varias décadas que esto debería considerarse como una obviedad. 


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