¿Qué te parece? Simón Alberto fue a Tovar a pasar unos días y no lo reconocieron, lo miraron de pasada, como si fuera un turista.

Los conversadores apostaron: unos dijeron que se trataba de un doctor empeñado en comprar un aguamanil y otros que estaba buscando una piedra de moler para decorar el recibo de su casa.

Eso puede significar varias cosas: que hay demasiada gente nueva en el mundo; que él sale poco en televisión o que cada día hay menos lectores.

También es posible que el camuflaje de los años, hecho a base de pecas, le haga pasar desapercibido entre tantos tovareños pecosos.

No hay que exagerar: un murmullo se levanta en la plaza: “Ese es Simón Alberto Consalvi” y un amigo de la infancia se precipita para abrazarlo y saludarlo como si los años no hubiesen transcurrido: “¿Cómo te ha ido, Simón Alberto?”.

Tovar es como un huerto. Hay de todo: se encuentra gente que no tiene idea de quién es Consalvi ni en qué trabaja; existen ciudadanos que no le conocen por lo que ha hecho, por lo que ha dicho, declarado, escrito o informado a través de los medios de comunicación.

Finalmente hay una recatada minoría que le conoce profundamente, desde los días en que usaba pantalones cortos y escribía sus primeros cuentos y poemas. Esta minoría le observa con regocijo amistoso y al verlo pasar con su traje de lino blanco por las calles de Tovar, siente que junto con él transitan las ilusiones de los mejores merideños.

Otro libro, otro intento

En Caracas, rodeado de amigos que saben lo que siente con apenas mirarle encender el tabaco, resulta inevitable pensar que como buen andino tiene algo de caudillo.

Monte Ávila publicará pronto su libro de cuentos Lascivia brevis y esto significa que Simón Alberto Consalvi está muy cerca de ganar una batalla importante en su existencia: poder dedicarse más a la literatura que a la política.

―Son cuentos diversos, de muy distintos lugares, como Sarajevo y otras ciudades. No son cuentos venezolanos ―aclara.

―Trabajar para el país ¿le ha hecho sacrificar su literatura?

―Las exigencias del país me quitaron demasiado tiempo.

―De todas maneras ha escrito una respetable cantidad de ensayos, ¿en qué momento del día trabaja?

Consalvi comenta, antes de responder, que ya no puede prescindir de su procesador de palabras. “La computadora es un vicio”.

―A medida que uno se pone viejo duerme menos ―dice y añade: ―En una embajada como la de Washington el trabajo es muy exigente y hay un gran volumen de visitantes cotidianos. En todo caso, yo trabajo de noche.

―Se ha dedicado con insistencia a la historia, ¿por qué siempre termina siendo historiador?

―Hemos ido abandonando el conocimiento de la historia. Y llegamos a una situación tan inverosímil, que, en un momento dado, el estudio de la historia venezolana fue excluido del pénsum de los estudiantes de bachillerato. No sé qué ministro de Educación tuvo esa iniciativa, pero en todo caso fue eliminada durante un tiempo. De un modo o de otro no se le da importancia o jerarquía al conocimiento de la historia y eso es uno de los factores que más perturban la situación en Venezuela.

―¿Se puede señalar un determinado comportamiento venezolano a lo largo de la historia?

―Hay una constante: la incapacidad de los venezolanos para ponerse de acuerdo sobre cuestiones fundamentales. Eso me intriga tremendamente.

―¿En qué ha notado el desacuerdo?

―Cada venezolano da la impresión de tener una fórmula distinta y esa fórmula “distinta” es simplemente expresión de un sentimiento anárquico.

Cuestiones territoriales

Hace poco comenzó a circular un libro suyo que alude al texto de Grover Cleveland publicado hace cien años. Es la primera vez que tal escrito se traduce al español, aunque es un documento que interesa a Venezuela por el tema del Esequibo.

―Eso te indica que nosotros nos preocupamos por cuestiones territoriales pero no las estudiamos ―manifiesta Consalvi.

―Casi nunca hay respuesta para los estudiantes que miran el mapa de Venezuela y preguntan “¿por qué Trinidad no nos pertenece si está más cerca de Venezuela que Margarita?”.

―Los imperios distribuyeron la geografía de una manera muy caprichosa. Esa es la única explicación que hay. Los problemas registrados en lugares como África son el resultado del capricho con que los imperios trazaron las líneas, de acuerdo con sus repartos. Hasta hubo una conferencia en Europa para repartirse África.

―Usted siempre ha deseado dedicarse completamente a la narrativa, ¿por qué no lo ha hecho?

―Eso es lo que yo quiero: escribir narrativa. Pero es muy difícil dejar de escribir cosas de tipo histórico.

―También ha mostrado pasión por el periodismo…

―Es cierto.

―… y la política.

―La política es una función distinta.

―¿Qué uso le daría?

―La política me interesa como análisis del proceso venezolano.

―¿Qué ha sacado de todo lo que está sucediendo actualmente en Venezuela?

―Materiales para narraciones ―responde y se ríe un poco. Luego añade: “es una manera tremendista de verlo”.

―¿Qué ocurre con la política de estos días?

―Los partidarios del caudillismo consideran que porque Gómez tuvo uniforme, cualquiera que tenga uniforme puede ser caudillo. Eso es una “pequeña” confusión.

―Usted es el último escritor que le queda a Acción Democrática. ¿Es usted lo que fueron para ese partido, Andrés Eloy Blanco y Rómulo Gallegos?

―Creo que la escritura no tiene carnet político. Sería muy poco justo con un hombre como Gallegos decir que era el escritor de Acción Democrática. Él es mucho más que eso y trasciende. Obvio, obvio, obvio. Uno de los grandes éxitos de AD en los años cuarenta fue el hecho de que muchos intelectuales venezolanos asumieron una posición política frente al país, porque consideraban que en ese momento la función política era prioritaria y creían que aquel era el momento de definiciones. El sacrificio que pudieron hacer intelectuales como Gallegos, Andrés Eloy Blanco o Siso Martínez fue de gran significación. No quisiera verme encasillado ni ver que mis obras únicamente representan un valor para un partido. Yo no quiero que sea así.

―¿Cómo desea ver calificada su escritura?

―Como la expresión del trabajo y la reflexión de un venezolano que tiene una posición crítica frente a la incapacidad de sus paisanos para ponerse de acuerdo en cuestiones fundamentales.

―¿Hay un pensamiento venezolano? ¿Una manera venezolana de ser y de pensar?

―No hemos creado una manera venezolana de pensar. No es fácil: tenemos influencias muy poderosas. Ahora es más difícil con la globalización de las culturas y las comunicaciones, que para mí son el gran fenómeno.

―¿Qué cosa?

―Las comunicaciones. Son el gran fenómeno de esta última década del siglo.

―¿Por qué lo dice?

―La comunicación está creando modificaciones muy significativas en el mundo de la diplomacia. Antes el diplomático podía sorprender al Presidente o al ministro de Relaciones Exteriores de su país con una información determinada, pero resulta que ahora todo el mundo se informa simultáneamente.

―También modifica otras cosas…

―Sí. Está modificando la conducta del hombre y de manera sustancial la política. El cuestionamiento que existe sobre la política, los políticos y los partidos en el mundo es consecuencia, a mi juicio, de este fenómeno extraordinario de las comunicaciones, particularmente de la televisión. La explosión de los problemas que han existido siempre es una consecuencia de la transmisión simultánea y avasallante de esos problemas.

―¿Cree realmente que funciona de esa manera?

―La gran incertidumbre que predomina actualmente en el mundo es producto de los medios de comunicación que, por lo demás, nadie controla. Ni siquiera los propietarios. No hay control posible: ¿cómo vas a silenciar una guerra, por ejemplo?

―Por ejemplo, usted es testigo de lo que está ocurriendo en el territorio que hasta hace poco se llamaba Yugoslavia. Mira el disparo y enseguida ve cuando caen un niño o un adulto muertos por el balazo.

―Sí, se puede ver desde la casa una guerra tan deplorable que me ha hecho revisar mi visión de esa zona, donde fui embajador. Eran admirables el coraje y la fuerza que tuvieron para resistir a Hitler en los Balcanes, pero después de ver cómo se tratan entre sí esos pueblos, es inevitable sentir que hay allí un sentimiento de barbarie tan terrible que ni Hitler pudo con algo tan brutal.

Simón Alberto busca fósforos para encender el tabaco que se le ha apagado. Dice que esos habanos se los trae un amigo. Después de probar y saborear el humo oloroso opina:

―Los medios están volteando patas arriba las sociedades.

Una última pregunta hace que observe con detenimiento unos helechos, como si buscara en los vegetales una respuesta:

―¿No es posible que también se manipule a través de los medios? Hay quienes dudan de que la guerra contra Irak haya sido exactamente como se vio en televisión.

Consalvi no es hombre de habladurías ni de subjetividades. Posa sus ojos de nuevo en la frondosidad del helecho y metido en una nube de humo fragante termina hablando en voz baja, como consigo mismo. Es una voz de viento sobre piedras, un murmullo sentimental pero firme con cierto cántico que define al hombre de las montañas heladas. Es una voz que raspa como un fósforo y hace chispa:

―Sí: a veces parecía un nintendo.

*

Para inspirarse mejor

María Eugenia Bigott pasa como un celaje pasmando los objetos.

Es una mujer de belleza gótica que se parece a sus esculturas. Simón Alberto Consalvi también se inmoviliza mientras ella va y viene con la gracia y la levedad de un colibrí.

El colibrí flota por todo el apartamento, y se queda suspendido frente a las figuras que al parecer jamás deja de componer, de trabajar, de tallar, de pintar. Hay allí una artista incansable convertida en el centro de las miradas del esposo, en el tema de su observación minuciosa.

Quizás así es como funciona la cuestión, tal vez Simón Alberto toma para sus personajes femeninos una chispa de ángel por aquí, una fascinación tropical por allá, una seriedad cautivante por este lado; un gesto, un perfil. Ella seguramente se siente más motivada cuando desde otra dimensión hay alguien que la mira, que sigue sus progresos, que admira sus expresiones.

En definitiva, María Eugenia se va convirtiendo en esculturas y en personajes literarios y quizás a eso se debe que ella parezca tan inasible, tan volátil, tan inatrapable. Tan comparable a la inspiración.

Vale la pena mirar esos momentos en que los ojos del poeta se transforman en gavilanes intentando cazar al colibrí de la estética, al ave de la feminidad. Gavilanes con hambre cruzando el espacio y dándose cuenta demasiado tarde de que esta mujer de aquí es una escultura, que la de más allá es un relato, que aquella María Eugenia recóndita es un espejo y que esta dama sutil, que atraviesa la estancia, acaba de accionar las puertas sentimentales de una trampajaula.

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(Esta entrevista fue publicada originalmente en El Diario de Caracas, el 1° de septiembre de 1992).


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