Los avances científicos y las tecnologías emergentes determinan el modo como los seres humanos lidian con la naturaleza, le dan forma a la realidad y elaboran sus rutinas de vida. A entender de Marshall McLuhan los cambios tecnológicos propician nuevos ambientes y estos modifican nuestras sensaciones y sensibilidades. Desde finales del siglo veinte nos hallamos en una era de experiencias límites para la propia condición humana, en un mundo de escalas inconmensurables, sistemas invisibles, antimateria, velocidad de la luz, cuerpos híbridos, conexiones infinitas, grandes datos y una cuarta revolución industrial. La sociedad se ha abierto a nuevas ideas y conceptos. También a misterios profundos, relaciones abigarradas y delirantes formas de dominio.

Para el filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, “La experiencia de cada nueva época necesita una nueva confesión, y el mundo parece siempre estar esperando a su poeta”. Una voz poética es aquella capaz de interpretar la complejidad del tiempo presente. Es quien elabora las metáforas adecuadas para comprender la realidad en ciernes. McLuhan entendía que ese poeta era un creador de antiambientes: alguien capaz de abrir la puerta de la percepción y mostrarle a la gente la nueva naturaleza. Ese ha sido el trabajo de Rolando Peña a lo largo de su carrera.

El universo de este artista interdisciplinario, si bien mantiene desde sus inicios una iconografía derivada de la industria petrolera, carece de sistemas lineales y valores dogmáticos. Es una red de conceptos, lenguajes plásticos y medios electrónicos en constante expansión. No obstante, sin obviar esa complejidad, es posible enlazar algunos nodos que permitan exponer la coherencia de su obra, trazar un mapa de navegación a través de su quehacer como poeta de una nueva era: de alguien que –así lo entiende Emerson– no espera sino crea con “aquello de lo que se hablará y deberá hablarse”.

Esos puntos de convergencia, o nodos, permiten vincular sus primeras experiencias multimedia –Testimonio y Homenaje a Henry Miller– con sus últimas propuestas digitales sobre el Big Bang. Aquí voy a señalar tres indispensables: la forma de la realidad, la transformación de lo humano y el compromiso con la vanguardia. Ninguno es independiente, todos coinciden en cada proyecto emprendido.

Primer nodo

Para este maestro la realidad es siempre un modelo en crisis. De ahí que su interés no está puesto en lo establecido sino en los umbrales emergentes: ideas novedosas, teorías científicas actuales y tecnologías de última generación. Ello le ha permitido, además de ser un precursor de las propuestas de medios mixtos en Latinoamérica –instalaciones, performances, happenings–, incorporar a sus proyectos investigaciones científicas en pleno desarrollo.

Algunos trabajos son claves en este sentido. Mene digital (1985), realizado en el Centro Científico de IBM en Caracas, fue un ejercicio de digitalización de su obra tridimensional. Ahí, por primera vez en Venezuela, se utilizaron fractales para elaborar una obra de arte. El Barril de Dios. Ruptura espontánea de la simetría (2005-2006) y Dark Energy: tributo a Albert Einstein (2005), sondearon las últimas tendencias de la ciencia contemporánea. En complicidad con el astrofísico Claudio Mendoza, Peña se apropió de los paradigmas fundamentales del Año internacional de la física. Tiempo después, estos le valdrían a Peter Higgs y François Englert el Premio Nobel. En Make Oil Green (2010) –Guggenheim Fellowship Award– abordó las investigaciones más avanzadas sobre el calentamiento global. Y aunque es un tema ya presente en obras como El mar negro (1996), El derrame (1997) y The Oil Well (2000) entre otras, este proyecto supone un clímax en la conciencia ecológica del artista.

Segundo nodo

Las constantes transformaciones del cuerpo y la conciencia es un tema inherente a la obra de Rolando Peña. Dos argumentos particulares sostienen sus reflexiones al respecto: la presencia de lo invisible en la vida contemporánea y la disidencia política frente al poder. Fotodiariografía (2016), incluida en la muestra Black Gold en el Museum of Contemporary Art en North Miami, es testimonio de ello. Esta obra es una síntesis visual-conceptual de su cosmos poético. En ella lo trascendente-espiritual, lo vital-emocional, lo virtual, la infinitud, la inconformidad política y la indeterminación de las partículas sub-atómicas circulan indistintamente a lo largo de una vida dedicada al arte. Y es que la presencia de la energía –fuerza invisible que determina la existencia del ser humano– es quien justifica las relaciones hechas por el artista entre lo material-mundano y lo inmaterial-espiritual. Por eso, no hallamos fronteras conceptuales o plásticas entre Santería, Myth and Gold (1975), I Am The Petroleum (1985) y Big Bang (2017).

En sus trabajos, la diversidad de la naturaleza –promovida por factores no evidentes como la genética o la ruptura de la simetría en el Big Bang– es cónsona con la libertad de conciencia y pensamiento –suscitada en las conmociones políticas y el enorme y veloz intercambio de bytes en las redes–. Su mundo plástico apunta a lo heterogéneo y la transformación, por eso la promiscuidad de medios, ideas y formatos presentes en cada proyecto. Broken Symmetry (2016), BIG BANG (2017-2018) y The XXI Century Wall (2018) coinciden en ese aspecto y declaran uno de sus preceptos fundamentales: “el límite es el infinito”. La fuerza y libertad con la cual el cosmos se ha expandido desde sus inicios es para el artista equivalente a las acciones del ser humano contra los muros y la represión.

Tercer nodo

La vanguardia es una condición inseparable de la vida de Rolando Peña. Ella lo llevó a coincidir con Andy Warhol, los poetas beat, los escritores venezolanos José Ignacio Cabrujas y Rafael Cadenas, el astrofísico Claudio Mendoza y a crear The Foundation for the Totality en los años sesenta. También a integrar medios, lenguajes y conceptos; a buscar lo universal en cada problema que se plantea y a sumergirse en las condiciones de su época: redes, complejidad, caos, mundialización y disidencia entre otras.

En una disquisición sobre arte y ciencia, la crítico y periodista Margarita D’Amico hizo dos preguntas esenciales: “¿Qué aporta la ciencia al arte?”. “¿Qué aporta el arte a la ciencia?”. Su respuesta a la primera fue: “nuevos materiales, tecnologías y una nueva visión del mundo”. Con respecto a la segunda expresó: “gracias al arte los científicos aprenden a ver el mundo como un todo: ritmos, formas, estructuras”. El aporte de este maestro venezolano, desde la vanguardia, ha sido crear una poética de la innovación y el presente. Su obra es, siguiendo la idea de Emerson, una confesión de la experiencia contemporánea del arte, la tecnología, la ciencia y la vida.

Rolando Peña en la WEB: https://www.rolandoart.work/


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