Llegaron a despojarnos de todo.

Escarbaron el pequeño territorio,

se llevaron cada cosa,

sin el menor pudor,

quisieron llevarse hasta los sueños

y nos dejaron reducidos

al tamaño de nuestros huesos.

Rubén Osorio Canales

Estado de sitio

*

Hay cadáveres que por nada del mundo se quitan

el uniforme, las insignias, las

medallas, convencidos de una inminente

resurrección de la carne (pero no es así).

Adalber Salas Hernández

Salvoconducto

1.-

La realidad nos vence y es vencida, vence al que la vive y hasta al que pretende convertirla en ficción. Pero también puede caer derrotada como un pájaro con los personajes que la ahogan. La realidad es un sujeto moldeable, dado a mofarse de ella misma, porque sabe –realidad al fin– que podría ser transformada en otra realidad, tangible o intangible, verosímil o inverosímil. La realidad no es asunto de filósofos. Aunque ellos digan lo contrario. Es tema para calculadores y cínicos, aunque el cinismo es una corriente del pensamiento y de la torcida conducta de algunos esperpentos.

La realidad es más una forma que nos hace desde la destreza de quienes la manipulan, también moldeables, asimilables, enajenados, feos o hermosos.

Desde esa perspectiva, la realidad política generalmente ensombrece la realidad soñada, la que se asoma en los deseos de la felicidad edénica, esa fofa fascinación que llaman utopía y que tiene en los gendarmes de las ideologías totalitarias su más ferviente realidad, conjugada con las pesadillas con las que ellos cuentan para sostenerse en el poder, en los palacios de las blanquísimas mofetas que una vez usó como título Reinado Arenas.

Una de las herramientas para hacer que la realidad sea nuestra aliada es la poesía, esa dama que suele ser vapuleada por el poder pero que no ha podido vencerla, toda vez que ella, la Poesía, es la totalidad de las realidades. Y como no le teme al poder, lo enfrenta, lo desnuda, lo descubre en sus gusaneras, en sus abusos y traiciones. La poesía, bella, fea, hermosa, contrahecha, bizca, aleatoria, sólida, quijotesca, quevediana, villonesca, rimbaudiana, reveladora, suntuosa. Ella, la que no adula, la que no le canta al miedo o a las sombras de mansiones civiles y cuarteles militares, campamentos del bestiario felicitador, se sostiene para que quienes la escriban y la lean puedan estar más allá de esa zona oscura de la realidad, abortiva, descompuesta y dada a burlarse de los sueños.

2.-

La poesía, una poética, una luz que aparece en plena calle, en pasillos, casas y edificios. Una manera de desdecir lo que pasa, lo que destiñe el tiempo y un paisaje, encuentra lugar en este libro de Carmelo Chillida, Rojo como la cabeza de un fósforo (Editorial Kalathos, Madrid, 2018), acompañado de un prólogo de la narradora cubana en el exilio Zoé Valdés, de un epílogo de Salvador Galán Moreu e ilustraciones de Natalie Rocha Capiello.

Ingreso a la lectura. Paseo por las palabras de Valdés y me acerco a Heberto Padilla y su caso, también a Reinaldo Arenas, a la sufrida Cuba que los Castro no quieren soltar porque les ha dado buenos dividendos. Es una escritura sin adornos, más hacia esa realidad de la que hemos hablado arriba que de la que nos contiene en la poesía. Pero lleva razón la autora de La ficción FidelLos misterios de La Habana y La nada cotidiana, entre otros títulos, porque los poemas de Chillida son ese país real tomado por asalto por quienes ahora son los caudillos de la venganza, los dueños de un territorio, bien aconsejados por los hermanitos de la isla antillana.

Chillida escribe con las vísceras, con las manos puestas en el plexo solar. Con toda la fuerza de su rabia contenida por los versos, sin desbordamientos, pero sí con crudeza. Nos relata el país que llora, sufre, muere en manos de un César, de un nuevo emperador que, en el fondo, es el mismo asesino, el mismo fanático que simulará demencia o estrechez mental para que la justicia lo crea inocente en el futuro. Un usurpador del tiempo, de la tierra incógnita ahora infértil gracias a sus acciones perversas.

Esta poética reúne episodios reales (tan reales que duelen por haberlos vivido en carne propia todo un país), notorios, públicos, generadores de respuestas legales que habrán de encontrar eco en el mundo interior y en el de más allá de nuestras fronteras, tanto geográficas como anímicas.

3.-

Valdés, al final de su texto, afirmó:

“He leído y releído, muy concernida, los poemas de Carmelo Chillida, con el espanto que produce la angustia y la incomprensión tristemente compartidas. Son poemas sinceros, cada palabra despierta a la verdad, a la realidad venezolana, y a la suya, individual, hallada, como lectora y deudora, frente a otro poeta ‘peligroso’, al que deseo que escriba infinidad de poemas subversivos…”.

Por su parte, Galán Moreu, expresó:

Rojo como la cabeza de un fósforo es un poemario contra la monocromía: el rojo que tiñe las prendas, las banderas, la plaza tomada, el agua que se bebe, el rojo de la imposición totalitaria de un país uniforme”.

Esta es, entonces, la poesía de un país devorado por quienes serán devorados, por quienes ya son sus propios cadáveres, sus propias sombras, sus consignas borrosas, sus rostros tumefactos. Esta es la poesía que rompe el silencio y desbarata la realidad que se nos impone, que atraviesa la miseria, los cuerpos destrozados, heridos en la vida y en la muerte, sacudidos por el odio de quienes nunca han amado. De los ambiciosos, de los reyezuelos que se apoderaron de las riquezas de un país y lo convirtieron en una nación esclava.

Razón tenía José Ignacio Cabrujas al describir y calificar a Venezuela como un campamento, por su intemporalidad, por el “mientras tanto”, pero ahora es un campo de exterminio, una cárcel, el dibujo del éxodo bíblico.

4.-

Tres poemas para leer esa realidad:

Resistencia

Los versos contra las dictaduras

suelen durar más

que las mismas dictaduras.

**

Palabras

Cada día construye su propia estatua

con palabras, y una epopeya donde,

pase lo que pase, él siempre es el héroe.

Las palabras, degradadas, sostienen,

un mundo delirante, irreal.

Por eso no puede parar de hablar.

**

Si lo dejan

Al César le gustaría

que su cara estuviera todo el tiempo

en todos los canales de TV

y su voz todo el tiempo

en todos los canales de radio.

Si lo dejan sería como el Big Brother

vigilando desde las pantallas,

jugando según su rasero

los crímenes de pensamiento,

dictando a diestra y siniestra

sus pesadas sentencias y condenas.

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(Este texto fue publicado originalmente en el portal web Letralia, el pasado 24 de septiembre).


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