Con qué seguro paso el mulo en el abismo

Lento es el mulo. Su misión no siente.

José Lezama Lima

El hombre camina lento y elegante por un largo pasillo blanco y frío, entre escritorios y computadores de última generación y con los ojos fijos en la nada, sintiendo el ardor de las miradas de sus colegas pero no el peso terrible de su misión en la vida, sintiendo la vergüenza de no ser nadie mas no su destino; está a punto de volver y pedir perdón por haberse enfrentado a sus superiores, está a punto de manchar su dignidad con un escupitajo de fango propio de muertos de hambre. Su elegante ropa comienza a arrugarse, su chequera a vaciarse; su madre, su esposa, sus hijos, a pelearse por las rudezas de la pobreza. La ceguera, el vidrio y el agua de sus ojos tienen la fuerza de un tendón oculto, piensa una mujer callada y común que lo ama en secreto y oye los latidos de su alma arañada por el infortunio. En sus gestos está el centro que le faja y por eso él se aleja –ahora varonil, rápido y decidido– con la piel quemada por la lástima ajena, con la consciencia de que la mirada de los demás nos hace gente. El hombre recuerda entonces cuando un gran amor lo arrojó a la oscuridad de la noche diciéndole que no podía darle el amor que él le daba, diciéndole que quería irse, que la dejara en paz, que no quería sus manos ni su miembro; recuerda entonces cuando su padre lo llamaba debilucho y maricón; cuando en su infancia se burlaban de su gordura infantil que desapareció con los años. Recuerda, finalmente, que fue abusado y manoseado con dedos fríos y sin amor. Se voltea, mira a sus compañeros y les dice: váyanse todos al carajo.

Baja corriendo treinta pisos sin detenerse ni un segundo.

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En rojo. Narración coral. Caracas: Alfa, 2011.


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