La proposición del senador Pedro Pablo Aguilar merece la aprobación del Senado y del país. Se trata de una gran figura venezolana del siglo XX. Pero antes de referirme a la personalidad de Briceño Iragorry quiero hacer énfasis a la necesidad de que el Senado cumpla con los homenajes que acuerda.

Quiero recordar, y recordarme a mí mismo, que en dos oportunidades aquí en este Senado, por unanimidad, se ha cordado la edición de las obras completas de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Personalidad muy ilustre, y cuya obra también es de extraordinaria utilidad en estos tiempos. Creo que no se deben dejar estas cosas a medias, y más tratándose del reconocimiento a quien en su vida fueron ejemplo de voluntad al servicio de Venezuela.

Mario Briceño Iragorry realizó como intelectual, historiador y hombre público una labor coherente y de grandes dimensiones. La Universidad de Venezuela en la década de los años treinta, era una pobre casa derruida. No sé por qué circunstancias los planificadores de la educación de la dictadura habían decretado que la patria empezaba el 19 de abril de 1810. No se daba ninguna explicación al hecho singular que constituye la aprobación de una generación venezolana de dimensiones continentales, que iría a asumir el comando de la revolución de Hispanoamérica.

Esta generación, nacida y formada en los años coloniales, imponía la necesidad de estudiar la sociedad civil que se había estructurado a lo largo de tres siglos, sus costumbres, su pensamiento, su formación cultural. Y eso fue empeño y tarea de Mario Briceño Iragorry en nuestra universidad, en los años treinta.

Quedó un libro fundamental para la lectura de los venezolanos, Tapices de historia patria, en donde nos enseña cómo se fue formando la patria, cómo nacieron sus instituciones, cuáles fueron sus conflictos iniciales y de qué manera, treinta años antes de la Independencia, en 1777 surgió esta unidad espiritual y geográfica que hoy se llama Venezuela. Es un libro fundamental para adultos y adolescentes. También escribió Briceño Iragorry otro libro, al cual ha hecho referencia Pedro Pablo Aguilar. Se trata de la biografía, no de un personaje, el Marqués de Casa León, sino de una clase social y política. La eterna oligarquía de la Provincia de Caracas, la que fue capaz en tiempos coloniales, luego en las horas de la Independencia, después bajo la República liberal federalista y en los días de la dictadura andina y, ahora, en estos tiempos de democracia, de envolver con sus artificios, con su riqueza y su halagos a los gobernadores de turno. Esa es una clase social y política que siempre se salva en la hora de la caída de los gobiernos, que adula siempre e insinúa al gobernante las peores empresas.

Ese libro continúa en otra biografía, también de una clase y de un personaje. Se trata de Los Riveras: es la misma gente cortesana, ya no de las antesalas caraqueñas de Guzmán Blanco y de Castro, sino en Maracay, bajo los samanes de Juan Vicente Gómez, en las horas de su larga dictadura. Son libros de permanente lectura y consulta por sus lecciones y como advertencia que debajo del pavimento de la democracia, siempre existen las mismas alimañas de nuestra tradición política. Yo era reportero de un diario caraqueño, en la ocasión en que Mario Briceño Iragorry se desempeñaba como presidente del Senado de la República, y tuve ocasión de enterarme cómo fue, en 1943, uno de los legisladores empeñados en lograr que la reforma constitucional planteada, no fuera tímida, ni vacilante, pues todo el país esperaba que se devolviera a los venezolanos el derecho a elegir a sus gobernantes, derecho arrebatado por la Constitución de 1901 de Cipriano Castro, cuando estableció la elección del jefe de Estado en tercer grado.

Advertía Briceño Iragorry cómo, desde 1936, el país recuperaba su conciencia política y partidista y era capaz, como lo iba a demostrar dos años más tarde, de elegir sus gobernantes y de poner en marcha la organización institucional que hoy tiene el país.

Ya se refirió Pedro Pablo Aguilar a Mensaje sin destinoMensaje sin destino es un alegato de vigencia mayor en estos tiempos, porque los conflictos éticos, políticos, administrativos y sociales que confronta el país no se resuelven con leyes, pues fundamentalmente son de conciencia. Podremos acumular y aprobar leyes, pero el problema elemental del venezolano de hoy es el del comportamiento. Y en Mensaje sin destino está planteado el conflicto del comportamiento, porque la falsedad en las actitudes es lo que ha permitido que se vaya sustituyendo la verdad por la farsa, y el realizar actos inmorales que se quieren cubrir con bellas frases. Considero que Mensaje sin destino quedó ratificado en su verdad con la presencia de Mario Briceño Iragorry, ya no como intelectual, sino como ciudadano en aquellas dramáticas elecciones de 1952, en la que el país rechazo categóricamente la dictadura de Pérez  Jiménez. Quien en esa oportunidad era ya hombre de madura edad y se arriesgó a los azares de la lucha contra una dictadura, asumiendo la total responsabilidad de sus pasos y padeciendo luego largo exilio merece el reconocimiento del Senado, porque hay coherencia entre su vida y su obra, coherencia fundamental pues hay muchas obras que son condenadas por la vida de sus autores.

Es por estas razones que considero que la proposición que acaba de presentar el senador Pedro Pablo Aguilar, cuenta no solamente con el respaldo del Senado, sino con la de la opinión nacional.

Es todo, señor presidente.


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