Hace unos años escuché a Marina Gasparini y Federico Vegas hablar de un libro que había sido entonces premiado por la Fundación para la Cultura Urbana. Me hice de Las horas claras de Jacqueline Goldberg y encontré tanto deleite en la prosa poética de la autora, que busqué otros ejemplares del mismo título para darlos como obsequio a amigos cercanos.

Así conocí a Jaqueline Goldberg, a través de sus letras. Con una curiosa manera de expresarse, combinando diferentes géneros, en ese primer libro que llegó a mis manos la autora describe la historia real de Madame Savoye y la magnífica casa que su marido le encargó a Le Corbusier. La escritora, con párrafos cortos cargados de poesía, va estableciendo el hilo de la narración hasta lograr la sutil representación de una historia de “amor e incomprensión” entre el arquitecto francés y la esposa de su cliente.

Posteriormente, invitada por Carmen Verde Arocha asistí a la presentación de Nosotros los salvados, libro de Kalathos Ediciones en el que Jacqueline Goldberg dio su voz poética a testimonios de sobrevivientes de la Shoá. La autora logró dar un lenguaje lírico a estas declaraciones, entregándolas como un obsequio a los lectores tras haber libado de ellas lo más sensible. (“Puede tanto y nada la poesía”, dice en el prólogo).

En Las bellas catástrofes, libro publicado este año por el grupo editorial El Estilete, otra vez la autora convierte las calamidades en versos sublimes. En la llamada poesía documental, como señala el subtítulo, Golberg busca la belleza en lo terrible, inspirándose en catorce reseñas periodísticas de pérdidas colectivas.

Por recomendación de Graciela Yáñez Vicentini me entregué a una nueva obra de Jacqueline Goldberg: El cuarto de los temblores, publicada por Oscar Todtmann Editores, también en este año 2018.

De nuevo la escritora venezolana, nacida en Maracaibo en 1966, maravilla con su manera de convertir lo terrenal en palabras armoniosas, lúcidas.

Una de las características físicas de la autora, el temblor inconsciente de sus manos, es atajada por ella en el seno de su mente transformadora. Con la magia con que la Naturaleza produce capullos, Jacqueline Goldberg transmuta su condición personal en una obra excepcional. Un libro cargado de inspiración, donde se mezclan una escritura esencialmente poética, un fino sentido del humor, ciertas informaciones técnicas, anécdotas médicas y otros datos de una historia personal, dentro de un marco poco usual de sincera humanidad. La autora maneja el lenguaje con la habilidad de un artífice que juega con las formas. Su particular manera de disponer los espacios permite al lector respirar al ritmo pausado de la consideración al prójimo y nos hace apreciar de manera descarnada nuestra propia condición existencial.

El cuarto de los temblores fue recientemente presentado por tres destacadas escritoras en un evento organizado por sus editores. Ana Teresa Torres, con sagacidad, hizo la disección de los temas que plantea el libro; concluyó diciendo que la obra tiene valor, además de lo literario, por su carácter humano. Albor Rodríguez, con sensibilidad, comentó que al expresarse un dolor, la ilusión de ser comprendidos brinda una especie de sutura sanadora. Naky Soto, con picardía, comparó la valentía de la autora con la de un súper héroe de comics y la felicitó por la libertad de su verbo. También compartió con el público la bella imagen de suponer a Jacqueline con su hijo cuando era pequeño, y el niño muy tranquilito en los brazos que invariablemente lo mecían.

No sé con exactitud en qué momento me hice amiga de Jacqueline Goldberg. Nuestra relación es producto de esas situaciones gregarias que ocurren en Venezuela, donde cierta afinidad basta para establecer un nexo indivisible.

La primera vez que vino a mi casa a merendar, al ofrecerle algo de beber fue que noté su temblor. Instintivamente me levanté a atenderla y ella mirándome fijamente a los ojos me dijo que no la ayudara. Su mirada de notable inteligencia adquirió la postura solemne que insta al respeto. Entendí que era obvio que esa estupenda mujer dueña de mi admiración se podía valer por sí misma.

Cuando llamé a Jacqueline para transmitirle mi fascinación por su libro El cuarto de los temblores, le comenté que, así como Jorge Luis Borges exaltó la ceguera (“No permití que la ceguera me acobardara… es uno de los estilos de vida de los hombres”), ella engrandece el temblor (“Mi temblor es signo y basta”).

En el libro, entre otras cosas, están reproducidas las reflexiones de algunas escritoras ante la pregunta “¿Y si de pronto temblaras?”.

Mis mayores estremecimientos los percibí una vez frente a uno de mis hermanos, cuando hube de enfrentarme a su figura muerta. Al verlo ensangrentado mi cuerpo se batió hacia arriba y hacia abajo con la velocidad de un taladro incontenible; quizá fue porque tuve que aceptar que había sido asesinado y me sacudió la gélida irreversibilidad de la muerte. Desde entonces me esfuerzo en esconder mis temblores y estos solo se perciben como en las aves, en la suave tibieza debajo de las plumas.

En El cuarto de los temblores Jacqueline Goldberg transcribe unas palabras del libro Liberación del trauma de David Berceli: “es el cuerpo el que recurre al temblor para encontrar el equilibrio. Si una gacela es atacada por un león y logra escapar, temblará por un rato. Este temblor es una forma de sacudir su carga energética. Luego de liberada la adrenalina, la gacela vuelve al rebaño, tomando agua de la laguna como si nada hubiera pasado”.

Es difícil encontrar el equilibrio cuando es evidente una situación dramática, sin embargo, se llama resiliencia a la capacidad que tienen las personas para superar circunstancias traumáticas.

Llorar es una forma de desahogo. Escribir también.

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El cuarto de los temblores

Jacqueline Goldberg

Oscar Todtmann Editores

Caracas, 2018


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