Afuera es adentro, caminamos por donde nunca hemos estado,

el lugar del encuentro entre esto y aquello está aquí mismo y ahora,

somos la intersección, la X, el aspa maravillosa que nos multiplica y nos interroga,

el aspa que al girar dibuja el cero, ideograma del mundo y de cada uno de nosotros.

Octavio Paz

Profunda superficie, profunda del maestro Ángel Hernández es el resultado de un acucioso proceso de pensamiento, diseño y manufactura de la imagen. Es la muestra de una obra madura, sustentada sobre ciertos paradigmas claves del arte contemporáneo: el taller como laboratorio de investigación plástica y la experiencia como proceso de percepción.

A través de estas categorías es posible transitar las sendas que conducen a lo más fértil de una propuesta retadora e intrigante; de un laberinto geométrico hecho de laberintos. De un trabajo híbrido, constituido por múltiples dimensiones: físicas, biológicas, psicológicas, poéticas y espirituales; donde las superficies son en verdad ecosistemas estéticos y las profundidades universos virtuales. Todo en el trabajo de este maestro ha sido pensado y ensamblado para derribar los hábitos y socavar la comodidad de las miradas pasivas; para percibir cómo el espacio, el tiempo y las ideas preconcebidas sobre el arte se transforman.

El taller como laboratorio

Ángel Hernández gestó su propuesta en las condiciones de un ambiente particular: el taller de arte. Se trata de un lugar muy antiguo donde hoy suelen mezclarse saberes tradicionales con técnicas innovadoras. En su interior se conjugan los procesos de diseño con la producción de obras. Es el ámbito de las ideas, el laboratorio de investigación y una factoría de producción técnica.

El trabajo en el taller inicia con el examen del artista sobre su propia experiencia. En su interior se activan el conocimiento y la pericia acumulados en cincuenta años de vida profesional. Hernández es un hombre de bocetos y pruebas, de esquemas y pensamiento. Sus geometrías involucran la mente y el cuerpo. Cada proyecto es una suma de conceptos, materiales, esquemas y cálculos minuciosos.

El proceso creativo de este artista venezolano es un encuentro con los retos e influencias de toda su vida: estudios en arquitectura y arte, docencia, exposiciones en América y Europa, investigaciones sobre la perspectiva y la mirada del espectador, influencias de maestros antiguos y modernos, y su relación con el grupo Madi. Las obras nacen de estudios concienzudos, están precedidas de bocetos rigurosos y horas de reflexión. Su trabajo plástico es un universo en movimiento, siempre renovándose sin perder la coherencia.

Hernández incorpora metodologías y procedimientos técnicos de última generación en el diseño y producción de las obras. Desde hace unos años cuenta con la experticia y colaboración del Centro de Arte Daniel Suárez. Junto al equipo de esta institución elabora pruebas de escala, investiga armonías cromáticas, variaciones de las formas en el espacio y ensaya formatos alternativos. Los conceptos y bocetos hechos a mano transitan del papel al byte y de las ideas al software. Sin embargo, la tecnología no debe verse como una etapa anexa, un paso posterior: es la expansión del trabajo creativo. Es el momento de componer y descomponer las obras en las condiciones de los medios digitales, de pensarlas una vez más.

La confección, en los distintos soportes seleccionados, es la síntesis física de las ideas mortificadas en el devenir de la obra. El saber se convierte en objeto: materiales nobles, cortes de precisión con tecnología laser y ensamblaje manual de los volúmenes geométricos. Los trabajos viven distintos procesos de maduración conceptual y manufactura física; suman tecnologías y enlazan saberes. Por eso, cada volumen producido es un desafío y una afirmación: una razón de ser del taller, el pensamiento y la investigación.

La obra como experiencia

El hábito nos conduce a pensar que los objetos concluidos y desplegados en las paredes de una galería son las obras de arte. Lo razonable, o al menos lo tradicional, es afirmar: “ese es el trabajo del artista”, “es su creación”, “es el resultado del esfuerzo, el pensamiento y la manufactura del taller”. Sin embargo, semejantes afirmaciones no son ciertas. Al menos no lo son en la propuesta discutida en este escrito. Los objetos geométricos del artista que nos ocupa no son obras sino su posibilidad de existencia. Son el señuelo: una invitación.

La contemporaneidad le exige a la obra de arte la inclusión de la experiencia. Una abstracción geométrica, por ejemplo, no es una huella gráfica o una mancha sobre la pared. Tampoco está ahí exponiendo alguna visión de la historia, la vida íntima de los seres humanos o un misterio divino. Es un instante compartido entre los volúmenes virtuales y la percepción. En sí misma es un juego que involucra la mirada, quiera el espectador o no. La retina queda comprometida y con ella el cerebro y la totalidad del cuerpo.

El filósofo alemán Hans-Georg Gadamer propuso que es “juego la pura realización del movimiento”. Si pensamos desde esta afirmación las estructuras geométricas de Ángel Hernández, podemos decir que la obra no está en el objeto expuesto ni en la percepción del sujeto que mira. Ella se manifiesta en la relación, en el instante donde ambos cooperan y aceptan las reglas de esa actividad. La interacción con el arte propicia una crisis en la percepción del espacio y el tiempo; ambos cambian para el espectador o participante. Lo hacen en la profundidad infinita de los volúmenes virtuales diseñados por el artista y en la retina de quien se involucra en el juego visual.

Entonces, la obra no es el soporte físico sino el efecto paradójico de la mirada sobre la superficie. Es el tránsito del plano bidimensional hacia una profundidad virtual variable. No hay una perspectiva, hay un universo de perspectivas. La multiplicidad es una condición de estos artificios.

“Jugar es un ser jugado” afirmó también Gadamer, pues los juegos se justifican a sí mismos cuando el movimiento los activa. La experiencia, la interacción, transforma los dos cuerpos involucrados en el juego: el humano, diseñado para mirar y la obra diseñada para engañar. Es lo que sucede en la propuesta de este artista venezolano. Él se propuso desde siempre “imbuir al espectador en un tácito dinamismo”, “confundirlo” en la experiencia de la obra. No hay en su propuesta discursos literales, explicaciones del mundo y mucho menos deudas con ideologías; solo hay riesgo. Es lo que el filósofo alemán señaló para todo juego capaz de fascinar: libertad para salir de la rutina, de la mecánica de la vida cotidiana y entrar en espacios y tiempos alternativos, activados por la interacción.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!