Savia al mundo, de John Rivera Strédel, llega a mi mesa de trabajo desde su natal Venezuela. Ignoro su biografía y desconozco su persona, pero sus versos abren el mundo interior a la conciencia. Es un encuentro en la profundidad de las sombras donde todo lo que se lee adquiere el fulgor de la ignorancia. Porque es de esa fuente de donde se nutre el conocimiento del poeta.

No son silogismos, aunque lo parezcan, es el movimiento de la savia: “Un árbol es un hueso que dice la verdad”. Vínculo orgánico entre la lengua y el sabor, entre el saber y la Naturaleza. No es en la abundancia donde se tejen los versos, no es en la saciedad, sino en el hambre, en la carencia donde se descubre la falta, el vacío de los significados. “No importa / si se come bien o no / sino ayunar juntos”. John establece las sinapsis indispensables para la comunicación del hombre, que no es ajeno a las demás especies, al hervor biológico… y mucho menos al silencio. La solidaridad como el amor no se expresan en el placer sino en la precariedad, en las ausencias, en ese echar de menos, de hacer falta. “El egoísmo provoca / el temblor de su carne abandonada”.

John traslada el significado de una realidad a otra, renombra el ruido para identificar los fines y el sentido, el orden consecuente de su caos. La metonimia revela la otra cara de lo visto, el fondo de una mirada sin pasado, sin futuro. El presente es la puerta por donde inicia la búsqueda de una ancestral andadura, no por la vía del razonamiento sino de la reflexión y el canto. Es la voz la que nombra, la que libera el asombro y el espanto, una voz propia que guía a los sentidos por el sendero de las cosas familiares pero nunca vistas. Por eso la incredulidad tiene apariencia de certidumbre y de advertencia. Una voz que se trabaja a sí misma para descubrir sus horizontes.

John Rivera Strédel escribe:

“Los pobres no tienen muchos platos

cuando los lavan

lo hacen pensando

en que todo debe estar limpio”.

Y yo sé que tiene en mente el oficio de la poesía, en esos pocos motivos que se repiten en la historia de la humanidad, en esas cuantas palabras que de tanto usarlas se vuelven proféticas y a menudo terribles, como cuchillos dulces que parten la ternura en trozos de optimismo a falta de esperanza. Entonces el razonamiento se convierte en sobresalto y en pregunta, en versos que se interrogan y se desdicen, se restriegan en su afán de pertenencia y libertad, de entendimiento.

“Es tan grande el cuidado

hacia lo poco que tienen

que lo más oscuro

debe ser disuelto”.

Se aprende a desconfiar de las obviedades cuando lo cotidiano revela sus honduras, cuando las impurezas de la lengua le son tan caras a la imagen, al significado. La palabra precisa, la palabra preciosa suele jugar con la ambigüedad de la forma, así estos versos que parecen trasminar el barro de la brevedad, del silogismo, del haiku y del epigrama, se vierten en su medida justa, en la necesidad expresiva de su autor, de su respiración.

José Ángel Leyva

Ciudad de México, agosto 2018

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Savia al mundo

John Rivera Strédel

Dcir Ediciones

Caracas, 2018


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