Sus cabellos agarraron y se fueron para Nueva York. Sus ojos piensan, encierran en ámbar las hormigas de los detalles y clasifican lo que descubren, transformándolo todo en imágenes que sirven al lector para constatar que se tiene alma. Esos ojos piensan escarbando en lo profundo, para que su sonrisa juvenil practique libremente la ironía. Las manos descansan satisfechas porque de ellas surge la corriente eléctrica que envía la poesía hacia las teclas y después de tanto volar en ese ardor, descienden y se posan tranquilamente en el molino de oración mejor conocido como Santiago Acosta.

Tu poesía eres tú. ¿Cuándo comenzaste a detallarte, a analizarte, a sentirte que escribías y vivías poesía? ¿Qué marcó en tu infancia el destino poético?

Comencé a leer poesía como a los 15 años cuando descubrí en la biblioteca de mi casa un grupo de pequeños libros de editoriales venezolanas publicados en los ochenta y noventa. Ya tenía algún interés en la lectura de cuentos y novelas, pero el poema me capturaba con una fuerza distinta, mucho más perturbadora e irregular. Recuerdo haber leído a Arturo Gutiérrez Plaza, Laura Cracco, Alberto Barrera Tyszka y la antología 40 poetas se balancean que hizo Javier Lasarte para Fundarte. Después vinieron Vicente Gerbasi, Rafael Cadenas, Luis Alberto Crespo y todo lo que pudiera conseguir en las librerías mucho más abastecidas de finales de los noventa. Fue entonces que comencé a escribir, plagiando y remezclando a algunos de esos poetas, metiendo algún verso mío aquí y allá, hasta que en algún momento ya todo era original. La estructura del poema me permitió dar salida a una especie de rumor continuo que siempre resonaba en mi cabeza, un flujo de imágenes y ruidos que a veces ni me dejaba dormir. Ahora mi ejercicio poético es mucho más calculado y mejor orientado, aunque no dejo de sintonizarme con esos murmullos de vez en cuando.

Tu poesía es la ciudad, los caminos que recorres en ella, los que conoces en persona y los que conoces por referencias. ¿Qué quieres salvar de la ciudad?, ¿qué es lo que te importa más?, ¿qué te produce miedo en la ciudad?

Como cualquiera que haya crecido en una ciudad, la he sufrido y disfrutado por igual. Gran parte de la vida urbana consiste en soñar con el momento en que podamos abandonarla para vivir en la montaña o cerca del mar. Sin embargo, ese sueño siempre está contaminado del temor de que cuando estemos ahí no soportemos el monte y extrañemos el ritmo frenético de la calle y la actividad indetenible de las aceras. En algún momento la historia tomó un camino extraño y la ciudad comenzó a concentrarlo todo, toda la gente, todo el dinero, toda la cultura. Pienso que por eso nos atraen tanto las grandes ciudades. Un lugar como Nueva York, por ejemplo, da la sensación de que nunca se acaba porque siempre habrá una calle que no has atravesado, un parque que no habías notado. Eso por una parte es liberador, pero por otra dificulta hacerse un territorio estable y personal. De cualquier forma, salvaría de la ciudad (aunque suene terrorífico) cómo nos convierte en una masa indiferenciada, esa manera en que nos borra para liberarnos.

(Es un creador tan diferente que provoca celebrarlo. Con su hechura fuera de lo común se interna en las fauces fulgurantes de una ciudad hambrienta de historias; una urbe que mastica cuerpos y espíritus. Es un poeta que se enfrenta a lo intuido desconocido, a sabiendas de que en otra ciudad donde su hogar espera, hay también una multitud de fauces hambrientas tragándose el pasado, la infancia, la fuente del amor. El poeta es valiente. Quizá podría adornarse con un verso suyo la dimensión neoyorkina: “Aquí todo colisiona dulcemente con otra cosa”.

Y respecto a Caracas, donde indudablemente habita su nostalgia, pueden servir unos versos suyos de lo más prodigiosos: “Todo paisaje es continuamente acosado por sus vidas anteriores. Incluso el viento está colmado de espectros que pertenecen a un tiempo sin nosotros”).

Tu poesía es el país y la gente del país y el tiempo pasando y haciendo lo que ha hecho con el país y su gente. ¿Cómo vives y sientes tu país en estos tiempos?

A veces creo que vivo el país como si yo ya hubiera muerto y fuera un fantasma, siempre observando todo desde el lado de allá de un vidrio sucio y deformador. Otras veces lo vivo desde una esfera mínima, íntima, reducida a la preocupación por el bienestar de mis padres, que siguen viviendo en Caracas. Cuando voy de visita o por mi investigación académica (una o dos veces al año), entonces siento que vuelvo a vivirlo con todo el cuerpo. Extrañamente, mientras más cercano y real el dolor, menor es la sensación de vivir como un espectro del otro lado de la frontera.

Hay gente siempre definiendo lo que es poesía y hasta apropiándose de la poesía, aunque es tan inatrapable. ¿Tienes una idea que te defina lo que es poesía?

Es una pregunta que parece ociosa e ingenua, pero considero que hay que hacérsela de vez en cuando, siempre y cuando implique alguna reflexión sobre su función en relación con el presente. Creo que la poesía puede ser una manera de pensar entre las grietas del mundo, una estrategia para orientarse frente a los vacíos y las contradicciones que están en la base de la realidad. Pero pienso que esta búsqueda no es únicamente estética, tampoco creo que la poesía deba ser solamente un juego del lenguaje. Creo que puede ir mucho más allá, que tiene todo lo necesario para hacerse cargo de los temas y problemas más urgentes, pero desde un ejercicio de reflexión profunda, pausada y responsable.

(Él puso los poemas para un libro del fotógrafo Efraín Vivas, sobre el deslave de Vargas. Todo ese libro es de una poesía sobrecogedora por lo que escribió Santiago y por lo que registró con su cámara Efraín. Uno de los poemas de Santiago dice:

“Mañana vendrán las grandes piedras / y les diremos dame muerte, dame / un pozo de almíbar, cuéntanos entre / los caídos por el ronquido del mar”.

Tal vez la poesía es un viaje sin propósito, pero cuyo trayecto se disfruta; a lo mejor el poema es una representación local individual tan íntima que se compone de todas las músicas aglomeradas, las que han sonado y las que se han callado, como la genética. Lo que hacías de niño lo vuelves a hacer de adulto, pero el entorno celestial es tan distinto. Hombre. Qué diferente todo cuando te das cuenta de que las alas de la infancia eran enormes. Y la realidad puede sonar como una sinfonía tan impresionante, que produce una necesaria claridad si la observas a través de la poesía de Santiago:

“A los nueve años me divertía lanzando piedras a los carros que pasaban por la avenida.

A los veinticinco, me rompieron el parabrisas de un botellazo”).

Tu poesía es la naturaleza y detallas su dolor, la contaminación, la desgracia, la miseria, la tragedia de la naturaleza en contacto con el hombre y sus hábitos. ¿Qué duele más hoy en día?, ¿qué te conmueve más?, ¿ves algo apocalíptico o es solo una cuestión de que el ser humano supere sus ignorancias, sus intereses?

No creo que la crisis ecológica del presente sea resultado de un choque entre la naturaleza y una supuesta humanidad homogénea, que es intrínsecamente malvada y todo lo destruye. En principio es muy dudoso que exista una “naturaleza humana” per se. Pienso que estamos ante el resultado de un sistema económico y cultural fundamentado en la desvalorización de la naturaleza para satisfacer la búsqueda de la acumulación infinita de riqueza. En este sentido, no es toda la humanidad la responsable de la crisis, sino un grupo específico de humanos (algunos lo llaman el 1%) que han llevado adelante ese sistema. Ante este argumento siempre sale alguien a decir que los cavernícolas o los indígenas o los campesinos también han sido responsables de algún daño ambiental, pero te aseguro que mi huella de carbono y la tuya son mucho más grandes que la de un yanomami. Quiero decir que no puede pasarse por alto la escala de la destrucción que ha venido de la mano de los avances de la modernidad. Además, son los países desarrollados los que más contaminan, en muchos casos enviando sus desechos a los países menos desarrollados, por lo que podemos hablar de una distribución desigual del daño ecológico. Así que, respondiendo a tu pregunta, lo que más me preocupa es la desigualdad, y creo que la mejor manera de abordar la crisis ecológica es teniendo en cuenta el desarrollo histórico de esas condiciones. Lo apocalíptico estaría en no lograr redefinir tanto las ideas como las relaciones materiales que nos han llevado a este punto.

(Ha conocido el mar tanto como las algas; ha conocido la arena de la playa tanto como los cangrejos; su respiración y la brisa marina han convivido sin tener que pelearse las gaviotas. Él ha sabido usar las palabras para ir a la bodega, para conversar con los pescadores o con los recuerdos, o lo que es lo mismo: para sobrevivir entre esquinas. Y también las ha usado para hacer poesía:

“Las botellas intactas bajo la arena y el barro. Las botellas cubiertas de algas.

Las botellas entre las hélices de las embarcaciones abandonadas.

Las botellas entre los cadáveres de mantarraya. Las botellas bajo las patas de los cangrejos herradura.

El tintineo de las botellas meciéndose en la marea.

Este es el resultado de lo que somos, una tierra de vidrio desmoronándose en cada aguacero”).


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