Querer morir

Me preguntas pero casi nunca puedo recordar.

Yo camino con mi ropa, impoluta de ese viaje.

Luego, el deseo casi innombrable vuelve.

Incluso entonces nada tengo contra esta vida.

Conozco bien las briznas de hierba que mencionas,

los muebles que has puesto bajo el sol.

Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.

Como carpinteros, quieren conocer con qué herramientas.

No preguntarán por qué construir.

Me he afirmado dos veces con facilidad,

he poseído al enemigo, he comido al enemigo,

he aprendido su arte y magia.

De esta forma, densa y reflexiva,

más caliente que el aceite o el agua,

he descansado, baboseando por la boca de la máscara.

No pensaba en mi cuerpo ante la aguja.

Incluso había olvidado la córnea y aquellos restos de orina.

Los suicidas ya han traicionado al cuerpo.

Nacidos muertos, no se matan siempre,

pero deslumbrados, no olvidan una droga dulce,

tan dulce que hasta los chiquillos mirarían y sonreirían.

¡Toda esa vida escondida en tu lengua! –

eso, se convierte en pasión.

La muerte es un triste hueso; magullado, me diríais

y, no obstante, ella me espera, año tras año,

para deshacer con sutileza una vieja herida,

para extraer mi aliento de su horrible cárcel.

Allí, en equilibrio, los suicidas se encuentran,

arrasando fruta, una luna hinchada,

dejando el pan que equivocaron por un beso,

dejando abierto el libro por descuido,

algo no hablado, el teléfono descolgado

y el amor, no importa lo que fuera, una infección.

(Traducido por Julio Mas Alcaraz, para la edición de Vive o muere. España: Editorial Vitruvio, 2008).

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Querer morir

Ya que preguntas, la mayoría de los días no recuerdo.

Paseo con mis vestidos, no se me nota ese viaje.

Entonces vuelve la casi indescriptible lujuria.

Ni siquiera entonces tengo yo algo contra la vida.

Conozco bien las briznas de hierba que mencionas,

los muebles que has colocado al sol.

Pero los suicidas tienen un lenguaje especial.

Como los carpinteros quieren saber qué herramientas.

Nunca sin embargo por qué construir.

Dos veces me he manifestado simplemente a mí misma,

he poseído al enemigo, he comido al enemigo,

he asumido su arte, su magia.

De esta manera, pesada y pensadora,

más caliente que el aceite o el agua,

he descansado babeando por el hueco de la boca.

No he pensado en mi cuerpo en el punto crítico.

Incluso la córnea y el último resto de orina se fueron.

Los suicidas han engañado siempre al cuerpo.

Nacidos muertos, no siempre mueren,

pero deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce

que incluso los niños mirarían sonrientes.

¡Empujar toda esta vida bajo tu lengua! –

eso se vuelve pasión por sí mismo.

La muerte es una triste canina; magullada, dirías tú,

y sin embargo me espera, año tras año,

para eliminar tan delicadamente una vieja herida,

liberar mi aliento de su mala prisión.

Allí equilibrados, los suicidas se encuentran a veces,

rabiosos contra el fruto, una luna bombeada,

dejan el pan que confundieron con un beso,

dejan la página del libro abierta por descuido,

dejan algo sin decir, el teléfono descolgado

y el amor, sea el que sea, una infección.

(Traducido por José Luis Reina Palazón, para la edición de Poesía completa. España: Editorial Linteo, 2012).


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