Hay varios tópicos predominantes en la obra del fotógrafo venezolano, Ricardo Jiménez (Caracas, 1951). Ello se nota con claridad en el fotolibro sobre su trabajo que acaba de ser publicado en España por la editorial La Fábrica en alianza con el Archivo Fotografía Urbana. La edición forma parte de la Biblioteca de Fotógrafos Latinoamericanos de dicha editorial. En él se observan planos urbanos que han sido capturados desde el automóvil, así como una multiplicidad de escenas que denotan una cierta obsesión en relación con la melancolía y el tiempo.

El propio hecho de que la pieza posee una nítida línea estilística basada en la fotografía en blanco y negro apunta no solamente a un carácter muy sobrio, sino también a un cierto distanciamiento del mundo para así poder asir escenas que poseen un enorme valor poético y que expresan el carácter efímero de la existencia, al igual que la consiguiente melancolía inherente a esa fugacidad.

A lo largo de la vida de Ricardo Jiménez ha habido una intensa pulsión por capturar momentos que denotan distintos aspectos de la vivencia y de la geografía humana. Asimismo, la urbe y la naturaleza están muy presentes en esta obra. En este sentido, el punto de observación que muchas veces ha elegido el artista es el automóvil. Además, uno de los elementos compositivos que ha sido leitmotiv, y de alguna manera impronta en su trabajo, es la inclusión de imágenes reflejadas en el espejo; que en el caso de las tomadas desde el coche están referidas algunas veces al retrovisor.

De modo que me atrevo a especular una cierta aproximación trascendente en el sentido de establecer una relación semántica entre el mundo del afuera y el territorio de la interioridad aludido por la confluencia entre el paisaje y el espejo. No hay que olvidar que Ricardo Jiménez eligió estudiar psicología antes de dedicarse a la experiencia fotográfica como forma plena de vida.

En el año 1976 inició sus estudios formales de fotografía en la Escuela Frías de Caracas y también en el Instituto de Diseño Neumann con Alexis Pérez-Luna. Posteriormente, en el año 1977 se mudó a Inglaterra donde llevó a cabo estudios en el Sir John Cass School of Art. En 1978 ingresó al Bournemouth and Poole College of Art and Design, de donde obtuvo un Diploma en Fotografía en 1981.

Pero continuando con el espíritu estilístico de Ricardo Jiménez hay obviamente una constelación muy intimista, una dimensión que es marca fundamental de este libro. Por ejemplo, la fotografía Lucky Seven ofrece un plano de un hombre en un conocido centro comercial de la ciudad de Caracas. El mismo es tomado desde un auto. Esta imagen está llena de emocionalidad, en el sentido que denota la soledad del Ser contrapuesta al ámbito urbano. Aquí la luz juega un papel protagónico debido que es expresión de ese tiempo que lo difumina todo y frente al cual la figura del plano permanece detenida, como dando cuenta de su propia atemporalidad y también atemporalidad de la idea misma de la ciudad hiperacelerada, que ha dejado de serlo cuando se sumerge en la intimidad del sujeto.

En otros casos, los planos poseen una gran luminosidad y la rítmica poética remite a un gran preciosismo. Esto es lo que ocurre con la fotografía titulada Puedo alejarme libre, en la que hay elementos que apuntan directamente al ocaso de la vida y al término de esta. El hecho de que en la foto aparezca una persona mayor que camina de espaldas y que en casi toda la imagen esté presente el mar enfatiza ello.

Sin lugar a dudas este es un libro que posee una enorme impronta poética e infinidad de lecturas. En tal sentido es un artefacto polisémico, que a partir de la ciudad y desde la perspectiva desde donde son capturadas las escenas apunta al hecho poético en sí mismo, a una poesía de gran elegancia y trascendencia. A manera de cierre es oportuno entonces citar un fragmento del lúcido texto “Fotos desde el auto”, que realiza Horacio Fernández para la edición:

“Para el fotógrafo Ricardo Jiménez las ventanillas de los automóviles son el mejor mirador posible, el punto de vista más adecuado para una metrópolis que hace muchos años decidió dar la espalda a su historia y malvivir, a conciencia, por y para el carro. Jiménez multiplica los planos con los espejos retrovisores, enmarcando con las formas agudas de las ventanas y puertas de los coches o sacando todo el provecho posible de los faros en los nocturnos. El resultado es un mundo de sombras ocupado por automóviles grandes y personas pequeñas, en el que se vive y se comercia sobre ruedas; y la gente que se ve a través de los cristales empañados en los días de lluvia no hace más que esperar pacientemente nuevos vehículos”.


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