Por JOSÉ ANTONIO PARRA

La película Simón del desierto (1965), de Luis Buñuel, es una interesante aproximación al fenómeno de los estilitas, quienes fueron un tipo muy peculiar de ascetas que proliferaron durante los primeros tiempos del cristianismo. Los miembros de este grupo eran movidos por un fuerte fervor religioso y se lanzaban al desierto donde vivían una vida ermitaña instalados sobre altas columnas, de modo de vivir en permanente mortificación corporal y así, mediante la negación del cuerpo, acceder al éxtasis o fusión con la totalidad cósmica.

A pesar de que esta fue una práctica que atrajo a muchos por esos primeros tiempos de la Era Cristiana, hubo algunos estilitas que destacaron, como fue el caso de Simón, quien también fue conocido como Simeón el Estilita. Además, no podemos dejar de mencionar a Pablo de Tebas, de quien además se ha podido comprobar que los discursos tejidos en torno a su identidad más bien se refieren a distintos estilitas, cuyas biografías fueron fundidas bajo el único nombre de Pablo de Tebas.

Pero volviendo a la película de Buñuel, hay varios elementos estéticos de singular importancia en este mediometraje que da una versión singular de aspectos de la vida del asceta (encarnado por Claudio Brook) y que están referidos a las tentaciones de las que fue objeto el santo durante el ministerio de la ascesis. Los planos poseen una dimensión vehemente, como salida del mundo. Filmada en desérticas locaciones, uno de los logros sustanciales de esta obra es la enorme verosimilitud lograda al (re)crear la vivencia insólita del santo con su correspondiente carga de mágico religiosidad y milagros. Obviamente fue requerida la estética surreal para lograr tal fin.

Elementos estereoscópicos están muy presentes en la pieza. Asimismo, la figura del demonio es encarnada por Silvia Pinal y en este punto se notan de los rasgos más potentes a nivel del surrealismo. El diablo, bajo la figura de una mujer, apela a indumentarias eróticas del siglo XX, como el uso de un sensual liguero. Adicionalmente, el demonio se le aparece también a Simón bajo la forma de monje anacoreta, de inocente niña y llegando en un ataúd bajo la representación de una mujer con túnica. El film culmina con ciertos matices análogos al desenlace de El testamento de Orfeo (1960) de Jean Cocteau, en el sentido de aproximar la atemporalidad y lo mítico al mundo moderno y la juventud.

Las prácticas de los estilitas y ascetas, no obstante, tienen un poderoso basamento filosófico. Este se encuadra en la corriente neoplatónica representada por Plotino en tanto que la búsqueda de la trascendencia estaría orientada al logro de lo verdadero, es decir al espíritu o la Idea, en lugar del cuerpo que es solo apariencia. En tal sentido, a comienzos de la Era Cristiana el modelo atlético griego fue sustituido por el modelo asceta en relación al cuerpo.

Visto muy por encima y de un modo poco ortodoxo, lo planteado por Plotino consiste en que la totalidad está constituida por tres hipóstasis: lo Uno, ente que genera la totalidad y que a su vez se autogenera; el Mundo inteligible o Nous, que es una derivación de lo Uno y alberga idealmente, entre otras cosas, al conocimiento y las ciencias exactas y, finalmente, estaría el Mundo Sensible, derivación última de lo Uno que es esta realidad que percibimos aquí y ahora. Las analogías de este andamiaje filosófico con el andamiaje cristiano son claras. Lo Uno corresponde al Dios Padre, el Nous al Espíritu Santo y el Mundo Sensible al Cristo hecho carne. Lectores interesados en este tópico pueden consultar un libro titulado El neoplatonismo (1989), de José Alsina.

El neoplatonismo como línea de pensamiento ha recorrido un enorme camino y ha dado forma, en gran medida, a la perspectiva del mundo que tenemos en Occidente. Incluso, hay semejanzas entre este andamiaje con los propios del Lejano Oriente. Por ejemplo, en el taoísmo se habla de un Cielo Previo y de un Cielo Posterior en clara similitud con el Mundo de la Idea y su representación fenoménica o Mundo Sensible. De igual modo, el pitagorismo, en tanto corriente de pensamiento y secta, posee imbricaciones con esquemas equivalentes donde confluyen lo oriental y occidental. De nuevo, aquí vale la pena mencionar dos ediciones de culto en donde el lector iniciado podrá profundizar al respecto. En primer término, Pitágoras (Biblioteca de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela, 1966) escrito por Miguel Parra León. En segundo lugar, Sesenta y cuatro conceptos de la ideología taoísta del sacerdote jesuita Carmelo Elorduy (Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas, 1972).

Las experiencias religiosas tienen sus variantes. Por ejemplo, en el caso de Hildegarda de Bingen, la abadesa medieval del siglo XII, confluyeron el éxtasis religioso, tanto visionario como de fusión con la totalidad y la erudición con regodeo en torno a los andamiajes filosóficos. Estos principalmente estuvieron inscritos en la corriente neoplatónica. Su obra no solo fue escritural, sino que además dejó elevadas composiciones musicales.

En el siglo XVI, las experiencias de San Juan de La Cruz –que pueden percibirse de algún modo en su Cántico espiritual (1622)– tienen un enorme componente extático y son similares a la experiencia de santa Teresa de Ávila, también de esa época. En ellos la fusión con dios adquiere un carácter inclusive erótico. En cambio, el sacerdote y teólogo alemán que vivió entre los siglos XIII y XIV, llamado Maestro Eckhart, tuvo una aproximación predominantemente de carácter intelectual a lo religioso, también encuadrado en la tradición de Plotino y otros neoplatónicos, como el teólogo bizantino conocido Pseudo Dionisio. En Eckhart vemos al pensamiento pensándose a plenitud.

En contraposición con la sensualidad y lo extático que podría haber en las experiencias místicas de Occidente, en el zen, por ejemplo, la experiencia es diametralmente opuesta. Es importante recordar aquí que el zen, conocido originalmente como budismo chan en la China, surge de la confluencia del budismo mahāyāna y el taoísmo chino.

La iluminación zen o satori es muy distinta del éxtasis occidental y se basa en el logro de una noción máxima de la realidad en un momento dado; por ejemplo, el hecho de sabernos seres mortales que trabajamos y vivimos en la cotidianidad, que tenemos que levantarnos, alimentarnos, respirar, etcétera. Ultimadamente, el zen se refiere a la experiencia del aquí y ahora, además de fluir en medio del devenir.

Cerrando el círculo que iniciamos con Simón del desierto, observemos cómo el Siglo XX estuvo pleno de manifestaciones religiosas encuadradas en la tradición no solo ideal o neoplatónica, sino también en la hermética. Importantes figuras se aproximaron a estos tópicos desde distintitas perspectivas. El caso de George Gurdjieff en torno a la magia es emblemático. Sus Danzas sagradas constituyen una enorme contribución no solo a la religiosidad per se, sino al arte en general. Asimismo, Aldous Huxley, Alan Watts y D.T. Suzuki, entre otros, tuvieron una aproximación profunda a las religiones comparadas. Todo ello sin contar con el paradigmático aporte de Carl Jung. Importantes ediciones se dieron en el siglo XX en relación con estos temas, tales como el libro oculto taoísta, El secreto de la flor de oro y el propio I Ching. Huxley además realizó contribuciones decisivas y son memorables sus ensayos místicos, incluyendo tres de ellos en torno a la oración del “Padre nuestro” que están incluidos en una compilación de ensayos que fue publicada en 1992 bajo el nombre Huxley y Dios. También el sacerdote norteamericano Thomas Merton transitó un camino pleno de misticismo y de lírica.

En el contexto venezolano, parte del trabajo de Rafael Cadenas está imbuido del zen. Asimismo, en el mundo editorial local, y a pesar de la crisis, también se pueden hallar ediciones que serán apreciadas por el lector interesado en estos temas. Por ejemplo, Oscar Todtmann Editores tiene publicadas una edición del Tao Te King (2012) y una compilación de textos zen bajo el título Nada sagrado (2016), que incluye un texto de José Manuel Briceño Guerrero.


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