Por JOSÉ ANTONIO PARRA

El objetivo primordial de los artefactos porno eróticos es producir cambios fisiológicos que ultimadamente implican excitación sexual. En este sentido, cada quien tiene su propio erotismo o su propio porno. De igual modo, cada persona tiene sus obsesiones o sus fantasías personales que, en la mayoría de los casos, son secretas. Por tal razón, las nuevas modalidades que tienen este tipo de manifestaciones, textuales y de corte visual, han asumido una dimensión sumamente psicológica.

Se ha recorrido un largo camino para llegar a dicho punto. Desde las representaciones iconográficas y literarias de siglos remotos se llegó eventualmente en el siglo XX al video y el Internet. Sin embargo, por la naturaleza misma del género y la culpa asociada a tales cosas producto de ciertos discursos religiosos, hubo para los pornógrafos situaciones de cárceles y de acoso por parte de departamentos de asuntos morales.

La irrupción de la fotografía erótica tuvo momentos de oro en el pasado siglo, además de tiempos de máxima persecución; eso ocurrió con artistas de gran envergadura en el marco de las bellas artes, tales como Elmer Batters durante la década de los 50 y 60. El fetichismo asociado a los pies y medias de este fotógrafo fue legendario, al igual que las citaciones constantes por los departamentos de asuntos morales. Otro caso emblemático fue el de Russ Meyer, quien ultimadamente se escudó tras el criterio de “fotografías de arte”, esgrimido por publicaciones tipo Playboy para burlar la censura. En lo referido a Meyer, la obsesión estaba focalizada en los pechos naturales y voluminosos.

La antigüedad también estuvo plena de este tipo de representaciones y para ello basta recordar los templos hindúes o los murales de Pompeya y Herculano. No obstante, volviendo al foco discursivo de esta nota sobre las modalidades novedosas del porno erotismo, fue justo en la década de los setenta cuando se masificaron las representaciones de video mediante aparatos electrónicos como el Betamax y el VHS. En ese punto, la historia del porno vivió una expansión y figuras de la talla de Kay Parker, Hyapatia Lee, Juliet Anderson, Nina Hartley o Vanessa del Rio hicieron irrupción.

Fue justo en ese período cuando aparecieron las primeras consideraciones en torno al denominado posporno, que pretendía una aproximación distinta, procurando darle un énfasis mayor al regodeo erótico o a lo sugerido, en lugar de al registro visual del acto sexual como mero hecho mecánico. Eso no era de extrañar que ocurriera debido al calibre de las performers de la época, que habiendo tenido acercamientos al mundo académico, llevaron a cabo una reflexión ulterior en torno al fenómeno del porno como hecho cultural. No olvidemos que Anderson fue una estudiosa de las culturas orientales mientras que Lee se dedica actualmente a la escritura. Incluso, la editorial Taschen publicó en 2010 una edición dedicada exclusivamente a Vanessa del Rio.

Pero fue la llegada del Internet, aunada a una aproximación distinta al porno –más de índole psicológica– lo que redundó en la aparición de la modalidad que está en boga hoy en día: el role playing a través del monólogo interior. Sin embargo, para ello se debió recorrer una instancia intermedia; los denominados chats propiciadores de sexo con el consecuente establecimiento de roles entre los participantes. Dichos roles pueden variar de acuerdo a los gustos y fluctuar, dando lugar por ejemplo a situaciones eróticas entre supuestas enfermeras y pacientes, al igual que entre figurados policías y civiles o, ultimadamente, simulación de relaciones entre familiares.

Tarde o temprano, las productoras de videos para adultos notaron que más allá de la depuración formal y la dimensión psicológica, también los juegos de roles incidían en niveles mayores de excitación entre los usuarios. Por ello, no es de extrañar ver producciones en las que aparecen dos mujeres impecablemente vestidas en un excelso escenario. Estas no se tocan, pero llevan a cabo una conversación plena de trasgresión y carga erótica debido al vínculo ficcional entre ambas; por ejemplo el de la tía y la sobrina o la profesora y la alumna.

Ultimadamente, la industria alcanzó la constelación del monólogo interior y las producciones que han surgido en tiempos recientes se basan en la aparición de planos en los que la actriz mira a la cámara, de manera que se trata de la subjetividad del espectador; es decir, la actriz habla con él. En tal caso, ese espectador es el interlocutor al cual apela la performer cuando ejecuta su monólogo, representando esencialmente un juego de roles. Por ejemplo, la actriz personifica a la maestra que habla con el alumno y va llevando a cabo un striptease a medida que el discurso fluye de acuerdo a las incidencias referidas en el parlamento.

Una característica sustancial de este tipo de puestas en escena se basa en la naturaleza transgresora y tabú de lo que enuncia la actriz. Están en primera línea en este estilo figuras como Tara Tainton, Bettie Bondage, Zoey Holloway y Diane Andrews, entre otras.

En última instancia, hacia donde apunta el género es a la realidad virtual y a la fantasía completamente a la medida. Los sexbots, o robot conversacionales dedicados al sexo, van justo en esa línea. Ya no solo se ha prescindido de uno de los actores en esta nueva tendencia, dejando solo la mirada subjetiva del público como interlocutor, sino que a lo mejor un buen día se prescinde de la actriz que aún permanece en cámara y, ultimadamente, del espectador mismo. Podríamos estar en vísperas de la realización plena de lo poshumano.


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