Por JOSÉ ANTONIO PARRA

Érika Ordosgoitti es una de las artistas plásticas venezolanas que en la actualidad destaca en ámbitos internacionales. Su trabajo se centra en el performance y las intervenciones de espacios públicos que aborda desde la exposición de su propio cuerpo (experiencias que ella denomina “foto asaltos”). En este sentido su territorio corporal deviene en discurso plástico e incluso lírico, además de que su propuesta ha generado intensas polémicas.

A propósito de su larga trayectoria y reconocimientos, tanto nacionales como internacionales, nos hemos acercado a ella para la realización de esta entrevista.

―¿Érika Ordosgoitti, el arte de la provocación?

“Para mí el arte sucede en varios tiempos. Hay eventos trascendentales en la vida de todo ser humano, eventos de descubrimiento, revelación o liberación. Ese es el primer momento del arte. Una experiencia íntima que al artista le urge atesorar, y esta angustia es política, se da en tanto su relación con el otro. Ese primer momento de fecundación de una angustia necesita luego de un proceso de gestación que eventualmente resultará en el parto de la imagen, la obra, la propuesta estética y desde lo estético, lo conceptual. Este resultado tiene un doble movimiento, porque evoca ese momento primero, en el que alguna experiencia detonó un evento de libertad, pero también exhorta, ahí está la provocación, en la pregunta que hace toda obra, en la fractura del tiempo, en el inquirir al que somete al interlocutor”.

―¿Qué es la transgresión?

“La transgresión es la ética de la exhortación. Al arte no le es permitido preguntar sin romper algo y este rompimiento comienza en el mismo artista. La transgresión necesita autotransgresión, lo demás es alarde y el alardear es antiartístico. El arte no se trata en lo absoluto de destreza, al contrario, el arte sale del territorio de seguridad, el riesgo es indispensable, este puede tener diferentes naturalezas, pero sin riesgo real, patente, no hay arte”.

―Tu obra Digo, la cloaca, digo, el devenir apunta hacia una aproximación distinta a lo que es la percepción que uno podría tener de tu trabajo. En ella observo una suerte de sincretismo donde no deja de haber preciosismo y poesía. Cuéntame de esta propuesta.

Digo, la cloaca, digo, el devenir es un poema que escribí frente al mar. Mi experiencia fue esta, el momento ofrecía los sonidos respectivos de ese ambiente, pero entre el mar y yo había un canal, estaba en la Laguna de Tacarigua. Del canal a veces salen olores fuertes porque el agua se estanca. El viento puede distorsionar los sonidos, así estos llegan en ráfagas. En el canal hay manglares donde habita mucha fauna y también ofrece sus sonidos. El secuestro psicológico al que yo estoy sometida, no me permite relacionarme directamente con el entorno, intermedia el miedo. En mi paranoia, eventualmente el sonido del mar se me convertía en una serie de explosiones y los sonidos de la fauna en desgarradores gritos de auxilio. Pude en ese momento advertir mi precariedad y surgió el poema. En él confieso mi secuestro psicológico, pero esta consciencia me lleva a cierto estado de atemporalidad, porque yo me quedo intentando interpretar los dibujos de las bandadas de pájaros en el aire y evoco la danza de los zamuros que siempre veo al pasar por Bonanza, el relleno sanitario, como si en esa danza hubiera un código y su traducción: SIENDO. Me instalo en ese presente progresivo, habiendo escapado del miedo y ahí hallo mi libertad. Luego, un día trabajando en la impermeabilización del techo de la casa, encuentro mi reflejo en el cuñete de asfalto líquido. De inmediato pensé en trabajar con esa imagen. Hice una serie de tres videos. En el primero, Los perros siguen ladrando, interactúo con un billete de 100 bolívares que yo misma había serigrafiado con la palabra ‘nada’ en una cara y la palabra ‘tengo’ en la otra. Sumerjo y hundo el billete en el asfalto. Pero luego, al terminar la grabación, me quedo con las manos llenas de petróleo y me gustó esa metáfora, de la mano enlodada, que confiesa complicidad, a la vez sometimiento y disposición de hacer lo que se tenga que hacer. Siempre me ha gustado asumir la parte difícil, ensuciarme las manos. Ahora la mano está ahogada en petróleo y este me regala un reflejo distorsionado. Ahí estoy, hablando de cómo opera el poder sobre nuestra psique y cómo intermedia nuestra relación con el entorno. Entonces está el secuestro, el reflejo, el petróleo y la mano, todo hablando de nuestra condición y nuestra responsabilidad en ello, qué tanto asumimos lo enlodados que estamos. A la belleza nunca le he tenido miedo, para mí es un anzuelo que me permite hacerme del tiempo del interlocutor, raptarlo por un momento, para entregarle mi angustia y mi pregunta, pero no busco lo precioso, sino el puñal que está velado. Si bien es una pieza diferente, en ella siguen estando elementos que comparte el resto de mi cuerpo de trabajo, está el poema, el desnudo, la distorsión, el cuerpo, el reto”.

―¿Desde dónde enuncia Erika Ordosgoitti, la que es poeta?

“Desde un ardimiento interno. No escucho voces ni soy la traductora de una providencia. No escucho musas ni dioses. Para mí el poema surge de una profundidad volcánica y emerge de esa piedra líquida infundado de certeza y puntualidad. La puntualidad es el valor más alto del arte”.

―¿Qué es la cloaca?

“Cuando escribí Digo, la cloaca, digo, el devenir pensaba en Heráclito, el río y el devenir, este es el devenir estancado y putrefacto que me separa de la muerte, representada por el mar. Al mismo tiempo la cloaca somos nosotros, quienes la hemos construido. La cloaca es una metáfora de la humanidad, es nuestra marca en el mundo”.

―¿Qué es la realidad?

“La realidad es una abstracción, por lo tanto no existe. Se descubre al constatar que se trata de un sustantivo sin ente, sin sustancia. Al igual que el amor, el arte y la libertad. Palabras que intentan sustantivar una cualidad. Lo que queremos decir cuando decimos realidad es relación directa con el entorno. Cuando decimos realidad nos valemos de una ficción para intentar decir lo verdadero, lo que efectivamente existe, lo constatable y tangible. Realidad es un todo que reúne las partes de lo real, los entes que nos hacen y nos rodean”.

―¿La palabra o la imagen?

“La palabra es imagen y la imagen es palabra. De la imagen rescato lo políglota, de la palabra lo cosmogónico. La posibilidad de crear un huracán solo enunciándolo. El arte más povera, y al mismo tiempo más rico: la poesía”.

―¿El cuerpo como medio?, ¿como hechura trascendente? ¿Es acaso la gran jugada de Érika Ordosgoitti proveer de atemporalidad a lo estrictamente temporal: el cuerpo?

“El cuerpo no solo como medio, el cuerpo como convocante de identidades, esto es, el interlocutor se pone en mi lugar. El cuerpo se hace atemporal en tanto arte, porque todo arte tiene esa dirección. Ahora, he escogido el cuerpo justamente porque me interesa la relación con el poder, y es sobre el cuerpo que el poder apunta sus armas, entonces es ahí donde sucede la batalla, es en el cuerpo que se da la pugna entre los influjos y la voluntad. Es la libertad lo que otorga la atemporalidad, el ser siendo”.

―¿Qué es la erótica? ¿Hay una intención erótica en tu propuesta, tanto plástica como poética?

“Donde esté el cuerpo está lo erótico y si el cuerpo está desnudo mucho más, pero no es hacia donde estoy mirando, más bien podría decirse que hay una especie de antierótica en tanto el cuerpo no está homogeneizado, no ha sido depilado, no ha sido modelado según los cánones de belleza y de erótica de la hegemonía cultural actual. Se muestra tal como es, sin brillos, sin añadiduras. De hecho, uno de mis rituales para hacer performance es no bañarme ni realizar ningún acicalamiento del cuerpo desde el día antes, porque si estoy hablando de libertad y exhortando a acometer actos libres me resultan muy contradictorias estas costumbres relacionadas a la cultura de la higiene y la apariencia corporal”.

―¿Hay una intención confesional en tu trabajo?

“Sí hay una confesión, necesito ese desgarramiento que abrir el pecho me permite, ser una herida aberta, ser descarnadamente, exponerme sin intermediarios, sin paliativos, a carne viva”.

―¿Cuál es la receta estética de Érika Ordosgoitti?

“Como te dije antes, no le tengo miedo a la belleza, aunque no es mi objetivo. Para mí la imagen tiene que ser fuerte, contundente, directa. Debe ser todo lo fuerte que mi vitalidad me permita. Puede ser asquerosa y no por eso dejar de causar mucha atracción. Lo que estoy buscando es el silencio. Sé que cuando una obra cumple su cometido ha generado un silencio profundo, mismo del que viene. Soy muy cuidadosa de la imagen, me gusta pensar cada centímetro, todos los elementos deben estar considerados, pero en los ‘foto asaltos’ esto es muy difícil, hay demasiados elementos como para poder controlarlos todos, por eso hago tanto trabajo de campo antes de cada ‘foto asalto’. Estudio el espacio, la gente, la luz, los elementos que quiero incorporar, y en el momento de la acción juego con la improvisación dentro de un marco. Busco la tensión, me dirijo a la emoción. Quiero conectarme con el interlocutor a través de lo emocional, por eso lo vital es esencial”.

―Cuéntame sobre la rítmica en tu trabajo.

“Soy una poeta salvaje, no he estudiado Letras y lo que conozco de poesía lo aprendí en las librerías, comprando libros y leyendo. No he tomado siquiera un taller de poesía. Para mí la cadencia es muy importante en el poema, es mi puerta en el interlocutor y la puerta del interlocutor en mi universo. Es a través de lo cual logro que el escucha se conecte en mi frecuencia, se quede en silencio, me deje entrar y decir, me permita afectarle, más allá del interrogatorio de la lógica. Cómo está enunciada cada palabra, la velocidad, el gesto, las pausas, todo tiene un sentido, todo está dirigido hacia ese silencio fundacional”.

―¿Cuál es tu simbología personal? ¿Tus rituales personales?

“Ya te conté que suelo no bañarme ni acicalarme y tampoco me gusta comer antes de cada obra, bien sea performance, fotografía o video. Cuando hago ‘foto asaltos’ me lo cuestiono mil veces, visito el lugar con frecuencia, planifico, busco mis cómplices del momento, imagino, trazo escapes, huidas, imagino discursos ante las posibles contingencias, mido la luz según las horas, le hago fotos escondida a un reloj en el espacio, no quiero que me vean haciendo fotos, trato de no llamar la atención, no hablo con nadie, no compro nada, solo camino como un transeúnte, trato de entrevistarme con conocidos que habiten cerca del lugar del ‘foto asalto’, los escucho, los involucro. No comparto el plan con nadie ni uso ningún sistema de comunicación para hablar del plan, solo lo hago en persona con los cómplices. Es un trabajo de producción agotador porque tengo que convencer a la gente de que se arriesgue por mí, por mi idea, por mi imagen. Para escribir suelo soltarlo todo de un golpe, muy rápido, hago muy pocas correcciones. Cuando viene un poema a mí no me apresuro a escribirlo, dejo que pase y que vuelva, si logro evocarlo lo escribo. No me gusta tomar ideas del aire, me gusta que sean robustas y que su sonoridad sea pesada, entonces se asienta en mí y escribo. No quiero hacer mucho, quiero que lo que hago sea fuerte, así que no me apresuro, me tomo mi tiempo, el que sea necesario. Durante el día tengo muchas responsabilidades que atender, tengo que cocinar, limpiar, conducir, supervisar otras tareas, hacer diligencias en oficinas o en bancos, y estoy pero no estoy, estoy en mis pensamientos, planificando obras, proyectando. Entonces estos procedimientos repetitivos funcionan como un mantra, los hace mi costra, pero no yo, yo estoy en otro lugar, ocupada de asuntos poéticos, estéticos.

Respecto al símbolo, soy 100% antidogmática, rehúyo de todo culto, especialmente del culto a la personalidad, que es el que se me hace más próximo, por mi admiración a ciertos artistas o filósofos, es la trampa que tengo más cerca. Pero no creo en ningún cuento, no creo que Dios sea persona, ni que sea bueno, ni que quiera ayudarnos, así como no creo en él, mucho menos en deidades menores como vírgenes o santos, para mí todo esto es el resultado de la insatisfacción humana ante su propia limitación, ante su incapacidad. Reconozco que lo que podemos aprehender del universo es ínfimo y que nuestra máquina de procesamiento de la realidad es precaria, pero no le atribuyo el movimiento del universo a un dios ni a explicaciones míticas. Lo que no sabemos es inconmensurablemente más que lo que sabemos, lo que podemos percibir es mucho menos de lo que existe, lo que podemos procesar es aún menos. No me gusta la fe porque no quiero que nadie me diga la verdad. A los creyentes les digo, si hubiera un Dios, les amara, fuera bueno y quisiera ayudarlos y les hubiera dado un cerebro provisto de pensamiento, seguro sería para que lo usaran, para que llegaran a conclusiones, para que estuvieran despiertos y activos; seguro no querría que se adormecieran y aceptaran como verdad ningún enunciado a priori, sin haberlo sometido a un análisis. Nadie te va a decir la verdad y nadie te va a salvar, ni dios.

Las metáforas más presentes en mis poemas se relacionan con desastres naturales, cotidianidad urbana, hechos violentos, asuntos relacionados a la muerte, asquerosidades y animales, estos son susceptibles a ser interpretados simbólicamente, porque son parte de mi retórica, han sido concebidos como imágenes retóricas”.

―¿Qué es el miedo?

“El miedo es gasolina para mi llama, el miedo es lo que me mueve. Es muy importante el miedo dentro de mi trabajo, en cada ‘foto asalto’ el miedo es punzante. En los poemas hablo mucho sobre el miedo, es mi motor. Sin riesgo no hay arte. La obra es una hazaña, te implica, te compromete física y psicológicamente. El poema es un acto del habla, que declara una ética. El riesgo tiene que ser suficientemente patente como para que el miedo se active. Si pretendo que mi declaración tenga credibilidad, ya que es una exhortación, tengo que ser capaz de ponerme al límite. Esto es una especie de arte suicida, que reta a la muerte, que baila con ella. El miedo es el recurso a través del cual nos controlan, tenemos que poder atravesarlo y esto solo lo logramos permitiendo que él nos atraviese, que pase y siga de largo, trae consigo una descarga neuroquímica, pero todo habrá valido la pena”.

―¿Qué es la atemporalidad?

“El espacio del Ser, el lugar adonde se llega a través del silencio y adonde se vuelve a través del arte. El deshacimiento de las aprehensiones y apegos. Una suspensión”.

―¿Qué te llevó a elegir el performance y las intervenciones como modalidades expresivas?

“Lo primero que me llevó a la performance fue una serie de experiencias traumáticas que viví desde la infancia y especialmente en la adolescencia. Fui acosada por grupos grandes, en el colegio y en el edificio en el que vivía. Este acoso llegó a su nivel más fuerte un día en el que terminé denunciando a mis agresores en la entonces PTJ Policía Técnica Judicial, porque llegó a la agresión física. Por lo que el acoso en el edificio cesó, pero no en el resto de los espacios en los que me desenvolvía. Yo era una niña rara, marimacha, que no quería ser coqueta, que no era sociable, andrógina y ambigua. La androginia genera mucha rabia en la sociedad binarista de sexo. No saber si soy hombre o mujer les produce odio, rabia, molestia y desesperación, entonces agreden, son violentos y creen que tienen el derecho de serlo. Siempre fui atacada, nunca me callé, nunca los ignoré, siempre me volteaba a confrontarlos, a preguntarles, a hacerles alguna mueca, a decirles algunas palabras, algún poema. Era la vida real, no era arte. Yo no sabía que existía la performance, no sabía qué era el arte. Deliberadamente me vestía más raro aún para confundirles y activar la dinámica de interacción que me permitía retarlos. Fueron protoperformances que sucedieron naturalmente. Igualmente la poesía, yo necesitaba decir y que fuera muy contundente. Por eso lo que digo muchas veces está cargado de violencia. Las intervenciones empezaron de manera natural cuando inicié mis estudios de arte en Iuesapar, el Instituto Armando Reverón. Por lo general estaba acompañada de un grupo de amigos siempre creando, sobre todo en la calle. Al mezclar performance con fotografía y calle, la intervención emergió naturalmente. Todos estábamos aprendiendo, éramos muy activos, muy frenéticos, el ambiente era muy fértil. Yo estaba buscando hacerme de los símbolos emblemáticos para la idiosincrasia de los habitantes de mi entorno, quería desnudar su psique y la monumentalidad me permitía esto. Son los símbolos de la ciudad, que operan en la conducta social, la estatuaria vende mesías o ideales, la arquitectura dirige los movimientos en el espacio y en ese sentido, la conducta. Yo estoy buscando grietas en las que pueda fugazmente realizar actos libres, entonces esto se trata de una especie de hackeo al sistema, por eso la acción es lo más pertinente y la intervención en la cotidianidad de la sociedad es lo que corresponde con esta ética”.


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