Por JOSÉ ANTONIO PARRA

Para entender la experiencia de la cantante Alice Clark es pertinente recordar una de las reflexiones más interesantes de Michel Foucault; aquella referida a la función autor. El filósofo francés conceptualiza esta función desde varias aristas. Un matiz de una de esas aristas, que procuraré expresar de un modo muy superficial y poco ortodoxo, apunta a que es un texto literario el que lleva a la pregunta de quién lo escribió; es decir, de alguna forma el texto lleva o “genera” al autor. Esto pareciera a primera vista descabellado, puesto que tenderíamos a pensar que el texto es generado por el autor y, en efecto, desde un punto de vista aparente es el texto el que brota de quien lo escribe, pero la autoría tiene otras implicaciones.

Siguiendo en esta misma línea de pensamiento, han sido una sucesión de lectores maravillados los que han enunciado ad infinitum nombres como Homero, Shakespeare, Rimbaud y pare usted de contar. En este caso, son textos trascendentes los que llevan a la enunciación masiva y atemporal de esos nombres hasta que, en definitiva, queda forjada la figura del autor.

He hecho este razonamiento de entrada puesto que el mismo fenómeno en cuanto a la función autor sucede con distintas manifestaciones de las artes. Uno ve una verdadera pieza de arte e inmediatamente pregunta ¿quién la hizo? O escucha un disco genial e inmediatamente surge la interrogante de ¿quién canta esa maravilla?

Este es el caso de Alice Clark. Así ocurre con ella al escuchar cualquiera de las piezas de su único disco homónimo. Lo propio pasa con Nick Drake, o con Sandy Denny de Fairport Convention o con Sixto Rodríguez, figuras de culto en su devenir atemporal.

No se conoce mucho acerca de la vida de Alice Clark. Se sabe que grabó un único disco que lleva su nombre y que salió al mercado en el año 1972 bajo el sello Mainstream. La misma carátula del LP es enigmática. En ella aparece un fondo blanco y hacia el centro una figura geométrica hexagonal con bordes púrpura dentro de la cual está el rostro de una mujer negra de mirada densa, melancólica y con expresión atemporal.

Este disco fue grabado bajo la producción de Ernie Wilkins. Asimismo, la instrumentación del conjunto seleccionado para el proyecto estuvo a cargo de Bob Shad. Vale decir en este punto que los arreglos de sonido poseen cálidas texturas muy exquisitas dentro del ámbito soul. Destaca la presencia del órgano Hammond que en confluencia con la excelsa y potente voz de Clark alcanza atmósferas de redención. Ninguna de las canciones fue compuesta por ella.

A pesar de que virtualmente nada se sabe de la vida de esta cantante, los escasos datos de los que se dispone se obtuvieron de conversaciones que el compositor de varias de sus piezas –Billy Vera– tuvo con la artista. De esta fuente, así como de informaciones que supuestamente aportaron algunos de sus familiares en foros de Internet se tienen algunas pistas biográficas, aun cuando nada detallado. Por ello se presume que falleció en abril de 2004.

Se sospecha que Clark nació en Brooklyn hacia finales de los años 40 del siglo XX. Su debut en el ámbito de la música se produjo en el año 1968 con el sencillo “Say You’ll Never (Never Leave Me)” que grabó con el sello Rainy Day Records. Su carrera culminó en 1972 con el álbum al que nos referimos más arriba.

Al parecer los motivos que llevaron a que Alice Clark se retirara de la música tuvieron que ver con la nula aceptación comercial de estos trabajos, a pesar de que desde el punto de vista de la calidad eran piezas maestras; obras únicas en la esfera del soul y la música en general. Adicionalmente, se presume que Clark pertenecía a una orden religiosa, además de que era madre de varios hijos y que quizá sus condiciones de vida no eran tan felices.

Ese período de cuatro años que duró la carrera musical de esta cantante constituye una verdadera singularidad, una experiencia extraordinaria que en su momento pasó desapercibida. La voz y la interpretación de esta artista ponen en evidencia a una cantante de enorme versatilidad capaz de recrear dolor, melancolía y redención. Hay algunos matices en su voz similares a los de Janis Joplin, no obstante que la voz de Clark posee una mayor depuración y nitidez.

A pesar de que en este trabajo se traslucen emociones relativas a la soledad y el dolor, como ocurre en su “It Takes Too Long to Learn to Live Alone”, no deja de haber un aire muy esperanzador en cuanto a la cotidianidad y al mundo mismo. Este es el caso de “Hard Hard Promises”, “Hey Girl” o “Don’t Wonder Why”. Reitero que quizá, en cuanto a la totalidad del artefacto, haya sido la confluencia de la voz de Clark con el sonido característico del órgano Hammond la razón de tan singular experiencia.

Solo 15 piezas grabó en toda su carrera Alice Clark y desapareció dejando tras de sí un intenso registro, a la manera intensa de un Rimbaud o un François Villon. Luego de años de circular de modo subterráneo entre eruditos de la música, estas canciones fueron emergiendo hasta que finalmente fue editado un larga duración en el año 2010, llamado The Complete Studio Recordings 1968-1972. Previamente habían ocurrido dos reediciones en Japón de su disco de 1972, una en 1999 y otra en 2007. Hoy en día el costo de los discos originales entre coleccionistas ha alcanzado altos precios.

En el caso de Alice Clark han sido los canales subterráneos los que han permitido que su obra llegase hasta nosotros. Faltaría ver si con Clark ocurre lo que pasó con Nick Drake cuando su pieza “Pink Moon” fue elegida para un comercial de Volkswagen para Europa durante el año 2000. Ultimadamente, el nombre de Alice Clark se mantiene vigente por todas las preguntas que se han tejido en torno a esta extraordinaria música, por el enigma suscitado por esta experiencia atemporal.


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