El fotolibro ¡NO ME MIRES!, de Ana María Ferris, es una obra escalofriante. En efecto, este trabajo pone en evidencia uno de los aspectos más álgidos de la tragedia venezolana actual, como lo es la violencia extrema. Asimismo, la pieza ha sido concebida como un artefacto excelso cuya hechura responde a una minuciosa y muy depurada elaboración. Para ello, su autora contó con la asesoría narrativa de Milagros Socorro, además de la asesoría visual de Rémi Faucheux y Matthew Sharon en Hydra, México. De igual modo, la coordinación y la producción gráfica estuvieron a cargo de Intervalo Taller Editorial.

La propia portada, diseñada por Gisela Viloria, trasluce un tono de intriga y tensión que pone en guardia al lector frente a la experiencia que está por venir. Esto fue logrado mediante el uso de dos tintas diferentes que logran el efecto de permitir la aparición del título al mover el artefacto. Entonces, luego de un texto introductorio en tres idiomas la propia autora aclara de qué trata la (re)presentación que devendrá en las páginas siguientes. En dicha introducción Ferris explica cómo el domingo 9 de junio de 2014 a las 7 de la tarde se vio a merced de cinco hombres que entraron a su casa, maniataron a su familia, los apuntaron, los golpearon y amenazaron de forma reiterada causándoles, no solo lesiones físicas, sino también emocionales.

La dantesca escena implicó amenazas permanentes para que la fotógrafa y su familia no mirasen a sus victimarios, por lo que apenas pudieron percibir cómo los delincuentes vaciaban la casa. De manera que este hecho, así como sus profundas lesiones emocionales, llevaron eventualmente a la elaboración de este trabajo que tiene, más allá de lo estético, un profundo sentido terapéutico. A propósito de ese proceso Ferris sostiene:

“Después del asalto apenas pude dormir. Al día siguiente me levanté temprano, bajé las escaleras y encontré las manchas de las manos ensangrentadas de mi esposo. En ese instante supe que quería documentar esa experiencia tan desagradable. El reto era cómo hacerlo, no solo en un plano visual, sino también emocional. Percibía mi entorno desenfocado”.

“Cámara en mano, recorrí los espacios de la casa donde nos tumbaron al piso como fardos. Entonces comencé a fotografiar, como si las imágenes estuviesen dentro de mí”.

“Posteriormente ordené las fotografías más o menos en la secuencia del evento, y gradualmente fui resolviendo cómo sería el libro. Tendría muy poco texto, las imágenes debían hablar por sí solas. Le envié mis trabajos a Milagros Socorro, y ella los mostró a sus profesores de Hydra en México. Ellos sugirieron que el libro fuese todo en negro. Luego trabajé con Gisela Viloria en el diseño final, y ella realizó la portada. La impresión fue realizada por Brizzolis en Madrid y fue presentado en La Fábrica y en Cesta República”.

“Quise transformar ese traumático evento en un acto creativo y en una denuncia. Para mí, en cierto modo, hacer el libro fue un exorcismo”.

Sin embargo, es de hacer notar que a pesar de lo ultraviolento y desgarrador de lo sucedido, el trabajo final posee una depuración única. Sin lugar a dudas, hay un extremo cuidado por parte de todos los involucrados en el proceso estético y creativo con relación a cada detalle de la edición y del proceso alquímico que debió transitar Ana María Ferris; una experiencia desgarradora, no solo para su alma, sino para la de cualquier ser humano. En este sentido, el trabajo editorial debió responder a las exigencias tanto técnicas como emocionales de la situación a (re)presentar. A propósito de ello, Gisela Viloria comenta:

“El proyecto llega a nuestras manos, bastante adelantado, nuestra participación como taller gráfico-editorial fue la de diseñar portada, páginas introductorias, selección de tipografías y papel, ajuste de tamaño, coordinación de imprenta, promoción y organización de presentaciones tanto en Madrid como en Caracas”.

“En coherencia con el ensayo fotográfico, diseñamos una portada que mantuviera el concepto, impresa en negro sobre negro que obliga al lector a agudizar la mirada y a desplegar las solapas para completar la lectura del título que termina en una imagen de un ojo muy inquietante. Luego en las páginas siguientes se repite el ‘¡NO ME MIRES!’ ya como un grito, fuerte y amenazante”.

“Las siguientes páginas dan paso al resto de las imágenes”.

Más allá del hecho artístico, este fotolibro constituye un acto de valentía por parte de su autora, el abordaje de las heridas profundas que dejaron en su alma una manifestación de la ultraviolencia que azota a la nación venezolana en la actualidad. Este trabajo es la epifanía misma de la alquimia, de la conversión del barro en oro. 


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