José Ortega y Gasset (Madrid, 1883-1955) es, sin matices, el mayor filósofo español del siglo XX. Incluso diría más: estamos ante el más profundo, inteligente y fecundo pensador en español de la pasada centuria. De ahí su conexión con la América de habla hispana, que siempre buscó y trató de conservar, pese a los avatares de una existencia azarosa partida en dos por la Guerra Civil y el consiguiente exilio. Hoy lo hemos olvidado –así nos va– y solo algunas entidades, como la Revista de Occidente, la Fundación José Ortega y Gasset o el Instituto Aspen mantienen viva la memoria de un autor que tuvo en Julián Marías (Valladolid, 1914-Madrid, 2005) a su gran discípulo. Pero el franquismo segó la hierba bajo sus pies republicanos y la obra de ambos, de Ortega y de Marías, se hundió en el silencio de plomo que imponen las tiranías. La filosofía española no ha alcanzado de nuevo su nivel y solo muy recientemente, con voces como la del pensador Javier Gomá (Bilbao, 1965) ha vuelto a estar a la altura de sus circunstancias.

A Ortega y Gasset le tocó vivir, a principios de los años treinta, la aparición de los movimientos totalitarios en Europa. Sufrió esta irrupción del mal en su estado más puro en primer lugar en España, donde su generación –formada por algunas de las mentes más brillantes de la historia nacional– fue incapaz de mantener en pie la democracia frente al alzamiento fascista de los militares sublevados contra el Gobierno legítimo de la Segunda República. Fue el abrupto fin de un sueño, efímero pero glorioso, que terminó con la instauración de los cuarenta años de la sanguinaria dictadura de Francisco Franco. La Guerra Civil española fue la premonición de lo que se cernía sobre Europa, que en solo unos años quedaría aplastada entre las botas del nazismo y las del estalinismo. Tal vez por eso, porque padeció en carne viva el avance del fascismo y el comunismo en España, incluso años antes de que se desatase la contienda fratricida en su país, Ortega se convirtió en un privilegiado profeta de lo que amenazaba al continente. Y aún más: nos advirtió, a casi un siglo de distancia, de que el advenimiento de ambas formas de autoritarismo se convertiría en un eterno retorno a lo largo del tiempo.

Encendió una de sus primeras luces de alarma en la serie de tres artículos Sobre ensimismarse y alterarse, publicados en el diario La Nación, de Buenos Aires, los días 19 y 26 de marzo y 2 de abril de 1933. Estas piezas aparecen recogidas en el tercer apéndice de la edición de Alianza (Madrid, 1994) de En torno a Galileo, libro significativamente subtitulado Esquema de la crisis. Allí señala el colosal pensador madrileño: “Ya veremos cómo las dos cosas más falsas de nuestro tiempo, las que más pertenecen al pasado, son el comunismo y el fascismo, aunque una ilusión óptica muy comprensible las presente como las más nuevas. Comunismo y fascismo son la extrema y frenética personificación de ‘la gente’, el hombre-masa actuando como tal”.

En otra versión de esta obra crucial de Ortega (Tecnos, Madrid, 2012), el editor subraya que estas ideas ya estaban presentes en otro artículo publicado en el periódico El Sol el 30 de marzo de 1930. En este texto, titulado ¿Quién manda en el mundo?, pero que no pasó al correspondiente capítulo homónimo de la segunda parte de La rebelión de las masas (1930), alude “al fascismo y comunismo, incluso a la filosofía de Scheler, como ejemplo de la insinceridad de la  época”. En este sentido, es en En torno a Galileo donde un Ortega clarividente nos explica en qué consiste una auténtica “crisis histórica”, y no un simple relevo generacional: “[…] hay crisis histórica cuando el cambio de mundo que se produce consiste en que al mundo o sistema de convicciones de la generación anterior sucede un estado vital en que el hombre se queda sin aquellas convicciones, por tanto, sin mundo. El hombre vuelve a no saber qué hacer porque vuelve a de verdad no saber qué pensar sobre el mundo. Por eso el cambio se superlativiza en crisis y tiene el carácter de catástrofe. El cambio de mundo ha consistido en que el mundo en que se vivía se ha venido abajo y, por lo pronto, en nada más. Es un cambio que comienza por ser negativo –crítico. No se sabe qué pensar de nuevo –solo se sabe o se cree saber que las ideas y normas tradicionales son falsas, inadmisibles. Se siente profundo desprecio por todo o casi todo lo que se creía ayer […]. En las épocas de crisis son muy frecuentes las posiciones falsas, fingidas. Generaciones enteras se falsifican a sí mismas, quiero decir, se envuelven en estilos artísticos, en doctrinas, en movimientos políticos que son insinceros y que llenan el hueco de auténticas convicciones”.

Si no supiéramos que se trata de un texto alumbrado en 1947, tras las hecatombe absoluta de la Segunda Guerra Mundial, pensaríamos que este demoledor párrafo está describiendo nuestro tiempo. ¿Acaso no estamos en plena crisis histórica? ¿No han venido las doctrinas insinceras y falsas a sustituir las convicciones en las que vivía instalada la anterior generación? Es justo en esos instantes cuando resucitan los extremismos. Por eso América y Europa están hoy de nuevo bajo el vuelo raso de los nacionalismos y las nuevas formas que han adoptado el comunismo y el fascismo. Porque se han derrumbado los valores previos sin que otros hayan venido a sustituirlos. Esa es la fisura que aprovechan los totalitarismos y populismos para propagarse como una epidemia.

Demos un paso atrás en la bibliografía de Ortega. Porque si bien En torno a Galileo es una de sus cumbres, en La rebelión de las masas encontramos su principal teoría sobre los riesgos de  la “colectivización del hombre”, de convertirlo en un “hombre-masa” que pierde su soledad y, con ella, sus derechos y libertades individuales. Solo así, transformando al individuo en masa, se pueden reclamar derechos no para el ser humano concreto, que es su único propietario genuino, sino para entes abstractos como un territorio o una ficticia identidad colectiva. Así brota el nacionalismo, una de las plagas que con más frecuencia ha devastado nuestros continentes a lo largo del pasado siglo y el mismo que, por lo que a estas alturas ya podemos confirmar, amenaza de nuevo con destruir los prósperos oasis que son nuestras democracias liberales.

En una posdata a su introducción, escrita por Julián Marías en 1993, subrayaba el discípulo orteguiano que “las dos formas conocidas de totalitarismo, el bolchevismo y el fascismo, le parecían a Ortega en 1930 dos típicos movimientos de hombres-masa, dos seudoalboradas, regresión sustancial, primitivismo. Su parte de razón era anti-histórica, e invalidada por ello. Encontraba en el liberalismo, por el contrario, la suprema generosidad, ‘el más noble grito que ha sonado en el planeta’”. El libro, como señala Julián Marías en su introducción, aparece “en una época intelectualmente espléndida, de la cual seguimos viviendo: de admirable porosidad, que dio fama instantánea a escritores de primera calidad –lo que es asombroso–: Proust, Kafka, Mann, Rilke, Scheler, Heidegger, Joyce, Wilder, Faulkner, Pirandello, Valéry, Unamuno, Ramón Gómez de la Serna… Esto hizo posible la resonancia inmediata de este libro español”.

El problema surgió solo unos meses después de la publicación de La rebelión de las masas. En 1931 se produjo lo que Marías define como “un cambio de generación”: “El libro nació en una, pero vivió desde la cuna en otra bien distinta: en una época de politización. Es decir, un tiempo en que todo –lo político y lo que no lo es– se toma políticamente y como si fuera político, en que todo se reduce a esa ‘única cuestión’ de averiguar si algo o alguien es de derecha o de izquierda”. De nuevo un párrafo que, desafortunadamente, refleja la época que nos ha tocado vivir. Todo se ha politizado y todo, absolutamente todo, es inmediatamente clasificado en derechas e izquierdas, incluso aquellas cuestiones en las que la sociedad española muestra desde hace décadas un amplio consenso. Es la consecuencia de vivir en una permanente campaña electoral, pero también de la ola de populismos que llegan a nuestras orillas desde América y el resto de Europa. Creíamos estar ya vacunados contra ese mal, pero fenómenos de ultraderecha como la Liga Norte en Italia, el Frente Nacional en Francia y Vox en España o el populismo bolivariano de Chávez en Venezuela demuestran que Ortega fue, también en esto, un visionario.

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Referencias bibliográficas

La rebelión de las masas (Austral, Madrid, 1994).

En torno a Galileo (Alianza, Madrid, 1994).

En torno a Galileo (Tecnos, Madrid, 2012).


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