Stanley Donen es, junto a Bob Fosse, a Busby Berkeley, de los mejores directores de musicales de la historia del cine. Y de otros géneros, podría añadir el propio Donen, quien comentaba que le costó mucho hacerse conocer como algo distinto. Y es que haber dirigido Cantando bajo la lluvia (1952) no se supera así como así.

Donen nace en el cinturón bíblico norteamericano, en el estado de Carolina del Sur, en una familia rusa y germano judía. Niño genio, excepcional, se hizo bailarín tras ver bailar al más grande de todos, Fred Astaire. A los dieciséis años estaba en Broadway con un personaje en el musical Pal Joey, con quien sería desde entonces su pal para el resto de su vida, Gene Kelly (la primera esposa de Donen se casaría con Kelly tras el divorcio). A los veinte años ya tendría fama como coreógrafo, y al estreno de Un día en Nueva York (1949) tenía veinticinco. Cantando bajo la lluvia, una de las veinte mejores cintas de la historia del cine, es apenas su cuarta película.

Con frecuencia los directores de musicales saben dirigir otros géneros: así como los actores que hacen comedia pueden hacer drama mejor que uno de drama hacer comedia, el musical es un género que, dominado, permite al director enfrentarse al resto de los géneros con mucha más facilidad, una suerte de filtro, de prueba mayor; si se dirige un musical, pues ya nada será tan difícil. Bastaría leer lo que han dicho sobre el asunto Howard Hawks, Leo McCarey, Richard Attenborough o Rob Marshall, entre muchos otros que cruzaron la línea fina entre el caminar y el danzar.

Pero ninguno como Donen. No solo dirigió el considerado mejor musical de la historia, sino también al mejor bailarín del mundo, ¡hasta hacerle bailar en el techo! (Dancing on the Ceiling, o Bailando sobre el techo, es el nombre de la biografía de Donen, pues suya fue la idea de hacer bailar a Astaire por las paredes y el techo en Bodas reales). En los cincuenta los auteurs franceses lo amaron y reivindicaron, junto a otros como Hitchcock y Hawks, como parte de su nueva ola antiintelectualista. Dudo que Donen siquiera se plantease considerarse a sí mismo como tal. O como si lo hubiese necesitado: su cinta Charada (1963) es de un suspense hitchcockiano que habría hecho al maestro inglés dudar de si la dirigió o tenía un doble. En Two for the Road (1967) dio forma a unos personajes verosímiles en escenas honestas y reconocibles, a la vez dolorosas y encantadoras. La coreografía enérgica y acrobática de Siete novias para siete hermanos (1954) no habría podido venir sino de su destreza y experiencia (y de haber dirigido a Kelly tantas veces). Así como la alegría contagiosa de Cantando bajo la lluvia, con su what a glorious feeling, I’m happy again. Lo es cada vez que se ve.

Cuenta el crítico Guillermo Cabrera Infante algo que puede vincularse sin mayor esfuerzo con el musical y su estructura, y aquella idea de que el musical une contrarios: “Donen sabía como nadie poner en práctica el viejo adagio griego que declara que la felicidad consiste en saber unir el fin con el principio”. Y así se pone en práctica aquel otro adagio griego, el de que carácter es destino. Farewell, Stanley.


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