Los representantes del surrealismo encontrarían en el cine un medio ideal para su aplicación. La rebelión frente a las maneras de las sociedades, sobre todo la francesa, agrupó a muchos intelectuales y artistas establecidos en la París de los años veinte. Las vanguardias son infantiles, y la surrealista lo es particularmente. Su cercanía con el psicoanálisis y sus constantes referencias a los sueños y los traumas de la infancia potencian una actitud que compartieron casi todos los cineastas representantes de una vanguardia. Ser contestatarios, irreverentes, escandalizar a la burguesía parisina que se paseaba por los museos y exclamaba estupefacta que con el arte contemporáneo se perdían los referentes, era una actitud manifiesta de los surrealistas. Y si bien estos no fueron muchos ni la vanguardia muy duradera, su influencia ha de reconocerse en todo el cine posterior: David Lynch, Alejandro Jodorowsky, Terry Gilliam y David Cronenberg son solo algunos de los influenciados por los surrealistas Luis Buñuel, Germaine Dulac y Jean Cocteau.

Cuenta el historiador Román Gubern que la serie de imágenes que hacen a Un perro andaluz (Luis Buñuel, 1929, cumple noventa años) puede llegar a tener sentido muy a pesar de los realizadores. Muchos especialistas de distintas áreas del conocimiento han intentado analizar la obra para desentrañar algún significado. Pero Buñuel y el pintor español Salvador Dalí tuvieron el firme propósito de hacer de esta película un grupo de imágenes que nunca “pudiera dar lugar a una explicación racional, psicológica o cultural”. A partir de dos sueños, uno del cineasta y otro del pintor, escribieron el guion en menos de una semana. El resultado se les hizo irresistible, insólito, incitante, estimulante. Encontraron fascinante el hecho de que ninguna productora o exhibidora aceptaría semejante película, y se decidieron a rodarla (con dinero prestado de la madre de Buñuel). El artista norteamericano Man Ray vio la película en una sesión pequeña, y le insistió a Buñuel que debía exhibirse y, además, hacerlo como un filme surrealista.

Buñuel relata que los surrealistas vieron en esta vanguardia la oportunidad de expresarse intuitiva e irracionalmente, ya tomados por el espíritu de los tiempos nihilistas, y maravillados ante la idea de revolución “luchaban contra una sociedad a la que detestaban utilizando como arma principal el escándalo”. Inconformes, hicieron de Un perro andaluz una postura deliberadamente antiburguesa, antirreligiosa, antimilitarista, antisistema. El inesperado éxito (Buñuel se llenó los bolsillos de piedras durante el estreno para tirarlas al público por si todo fracasaba) llevó a la película a ser de las más destacadas dentro de la vanguardia, y consolidó a Buñuel como cineasta “maldito”, no sin que esto levantase algunas sospechas. Los mismos surrealistas, la mayoría comunistas, llegaron a cuestionar a Buñuel el éxito de la película, pues ¿cómo podía ser que esta llenase el cine siendo como era? Incluso fue acusado por vender el guion a Revue du Cinéma, una revista burguesa. Buñuel diría que este tipo de situaciones eran ejemplo del “talante surrealista”, pues el surrealismo es, sobre todo, un asunto moral.


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