“¿Hicimos algo malo?”, pregunta Dash, el hijo del medio de la familia Parr, o Los Increíbles, luego de que tratasen por todos los medios de detener al villano topo que ha robado los bancos de la ciudad, se ha escabullido y ha dejado un desastre tras de sí, y que la policía haya detenido a los Parr acusándoles del caos y sobre todo, de haber hecho algo para intentar detener al villano. “Los bancos tienen seguro y la infraestructura se arregla”, dice la ley.

En la divertidísima secuela de la casa Pixar Los Increíbles 2 (Brad Bird, 2018) los superhéroes continúan siendo ilegales, y aunque hayan salvado vidas, lo han hecho a costa de un dineral para la ciudad. El mismo conflicto que tienen otros superhéroes más universales: Capitán América: guerra civil (Hnos. Russo, 2016) muestra a los Vengadores enfrentado la ley y la diplomacia global por las recientes muertes en Sokovia, teniendo que dividirse necesariamente entre aquellos que se someterán a la regulación de los Estados y los que no.

Hay quienes creen que los súper hacen mejor al mundo, más seguro. Entre ellos, Winston Deavor (Bob Oderkirk), el director de una empresa de mercadeo que quiere mantener vivo el legado de su padre, quien admiraba a los superhéroes y donaba grandes cantidades de dinero para ayudarles. Colabora con él su hermana Evelyn (Catherine Keener), quien desarrolla la tecnología para la compañía familiar. Tras haber decidido que deben buscar un trabajo normal para seguir adelante, los Parr reciben una visita de Frozono (Samuel L. Jackson) quien les informa que los Deavor tienen planes para intentar revertir la ley que prohíbe a los superhéroes. A través de la tecnología ideada por Evelyn, harán que el público, la ciudadanía, sea testigo de las hazañas heroicas de los súper con la esperanza de que se dé cuenta de que estos pueden ser readmitidos en la sociedad como guardianes, y de que en realidad el desastre no es tal: así de absurdo y de infantil es el comportamiento de los ciudadanos que amerita semejante despliegue de publicidad. Para aquello último escogen a Elastigirl, cuya flexibilidad causará menos daños infraestructurales que la fuerza extraordinaria de Mr. Increíble. Así vemos a Helen lidiando con los problemas de fuera, y a Bob con los de dentro de casa: desde tareas de matemática hasta enamoramientos adolescentes, y sobre todo, el foco especial que adquiere en esta entrega el bebé Jack-Jack, “un polimorfo”, como lo llama la diseñadora Edna, que puede lanzar láser por los ojos, hacerse enorme, de goma, de fuego, atravesar sólidos, multiplicarse, incluso desaparecer a otras dimensiones. La escena en la que Jack-Jack se enfrenta a un mapache en el jardín de la casa es digna del slapstick más osado de Tex Avery.

El villano esta vez es el Salvapantallas, un controlador de la voluntad de los hombres a través de las pantallas. Como siempre, y es tranquilizante, el villano de la cinta quiere lo mejor para todos: como la tecnología “nos controla” quiere “liberarnos” de ella, a través de la tecnología misma. Es decir, como las pantallas son “malvadas”, usará las propias pantallas para controlar y “salvarnos”. Lo mismo sucede con los superhéroes: Salvapantallas quiere que sean ilegales para siempre, y los usará contra sí mismos. Y Bird, agudo como siempre, no condiciona la maldad al género, algo necesario en estos tiempos de MeToo.

Violeta, la mayor de la prole increíble, tiene uno de los arcos de desarrollo de personaje más dramáticos de la cinta, y es quien aporta sentencias de sabiduría dentro del conflicto de la cinta. “Mamá está rompiendo la ley para hacer que los superhéroes sean legales de nuevo”, se explica a sí misma charlando con su padre en el desayuno. Así es. Los buenos son tratados como los malos, a los malos se les deja hacer. El mundo al revés llama a la inversión de los roles y las circunstancias.

“¿Hicimos algo malo?”, pregunta Dash al inicio de la cinta. “No”, dice su padre; “sí”, dice su madre. “No hicimos nada malo”, replica Bob. “Los superhéroes son ilegales. Sea o no justo, es la ley”, explica Helen, y Bob: “la ley debería ser justa. ¿Qué le estamos enseñando a nuestros niños?”; “¡A respetar la ley!”, responde Helen. “¿Y si la ley es injusta?”, se pregunta el padre, a lo que la madre replica que si son injustas, hay leyes para cambiarlas, “de otro modo, es el caos”. Bob lapida la discusión (y entrega la sentencia de Bird): “Eso es exactamente lo que tenemos”.


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