El plano inicial muestra a un par de hombres arrastrando un cadáver, echándolo a una fosa, y luego cubriéndolo de cemento y tierra con máquinas constructoras. Mi felicidad (2010) es el título de esta cinta del cineasta y matemático Sergey Loznitsa: nombre a tono con la afrenta a la realidad representada por la ideología que hace posible una sociedad como la de la película, es decir, aquella que moldea el lenguaje para forzar el orden de las cosas. Porque no, no hay felicidad en ninguno de los planos de la cinta, nada sino vesania, disfrute del daño, muecas de goce por hacer el mal. Schadenfreude: disfrute por el sufrimiento ajeno.

Georgy (Viktor Nemets) es un conductor de camiones, solitario, amable. Su travesía hacia la desgracia inicia cuando un guardia de tránsito le detiene a mitad de camino con su carga. Georgy no conoce bien el pueblo donde se adentra, en la Ucrania más cercana a Rusia. Luego de zafarse de los guardias de tránsito hace un giro donde no debía y es cuando se interna en un infierno de violencia, miseria y muerte. “¿A dónde lleva ese camino?”, pregunta Georgy; la respuesta: “A ningún sitio”.

No hay grandilocuencias: todo sucede con la más tibia de las calmas, una cotidianidad sin sobresaltos. Todos los personajes con los que se encuentra Georgy son rapaces, malvados, mezquinos y abyectos, condición para ellos de incuestionable normalidad. ¿Por qué?, se pregunta Anna Ajmátova, también Martin Amis. ¿Por qué? Los personajes de Loznitsa podrían responder: ¿por qué, qué?

Georgy es quien lleva al espectador a través de este valle de desgracias, aunque Loznitsa prefiera a veces mirar a otros personajes para seguirles momentáneamente, todos víctimas y victimarios al mismo tiempo. Desde una jovencísima prostituta, pasando por unos rateros y asesinos de camino, hasta volver al puesto de tránsito, donde Georgy –que ha tratado de hacer las cosas bien desde el inicio– debe tomar nuevas decisiones.

Fotografiada con muchos primeros planos, para tener cerca los rostros y mirar a los ojos a estos personajes comunes y devastadores, Mi felicidad hace espejo con otra cinta sobre un hombre que está solo contra todos en territorio (post) soviético: El idiota (2014, Yuri Bykov). Andréi Zvyágintsev ha llamado a Mi felicidad la mejor película rusa de los últimos años.

Loznitsa sabe que los espacios soviéticos viven en la tragedia, en lo infernal. La desintegración es lo que sentencia en su cine, dice, porque estas sociedades están condenadas a permanecer deshaciéndose, destruyéndose una y otra vez. Como una invocación a la mala suerte, al tormento: lo reconocemos en otras imágenes, en miles de páginas; Solzhenitsyn, Dostoievsky, Grossman. Y añade Loznitsa: “¿Acaso se entiende algo del gulag? ¿qué significa comprender en este caso? Si realmente comprendes por un momento este horror, nunca más podrías volver al statu quo”.


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