Bajo unas condiciones muy duras en una Berlín hecha polvo, Edmund intenta sobrevivir a las ruinas de la posguerra alemana. Rossellini nos ha prohibido la entrada en la conciencia de este personaje, su protagonista. El joven actor no nos da pistas de lo que siente o piensa con sus gestos o acciones, toma decisiones que vemos lleva a cabo y, sin embargo. su conflicto no es visible: es lo que André Bazin refirió como “realismo de estilo”, una postura que deja al personaje de su cuenta, sin que el cineasta pretenda, mediante algún truco, interpretar su conflicto interior. Y es que estamos ante la desolación de la Segunda Guerra Mundial: el cine reflejará entonces la falta de asidero, lo inefable. “En esta puesta en escena”, escribe Bazin, “el sentido moral o dramático no se hace aparente nunca en la superficie de la realidad”.

En esta larga escena final se concentra lo que Bazin llamó “un rechazo voluntario a cualquier recurso sentimentalista” puesto que, luego de huir de casa del profesor, Edmund camina entre los escombros mientras las personas y las cosas van, poco a poco, abandonándole. A continuación, el suicidio. Todo este recorrido con un rostro y actitud inescrutables, ininterpretables, al menos no más allá de un gesto esquivo de preocupación o inquietud. Y he aquí la originalidad de Rossellini que explica, de nuevo, Bazin: al solo poder llegar a conclusiones sobre su conflicto interno a través de conjeturas, el director nos emociona no con el actor o con el acontecimiento, sino con el sentido que hemos extraído, exento de sentimentalismo, de lo que se ha visto en pantalla. Es decir, la emoción que cause ver Alemania, año cero será siempre reflejo de nuestra inteligencia, y por ende, también nuestra postura ante sus acontecimientos. Todo a través de la puesta en escena; todo realismo de estilo.

Alemania, año cero (Italia, 1948). Dir. Roberto Rossellini


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