1

El poeta camina lentamente, entre las vertientes de la sensibilidad y la reflexión, orientado por breves estallidos de silencio. El poeta atraviesa la ciudad herida de consignas, empobrecida espiritualmente por los arrebatos del poder; y trae consigo, el poeta, el bálsamo de sus versos.

Versos de la más esencial pobreza, como aquella que enseña a los místicos el camino de lo divino, para revelar y demandar, con fuerza emancipadora, las trampas del palabrerío, el cerco de las idealizaciones y de las ideologías; para conjurar las aristas tóxicas de la estafa y lo falso que asedian el vivir en cada uno de nuestros contados instantes; y para poner en evidencia, por encima de las cegueras que parecen constituir al humano ser, los fundamentos de la existencia misma. Y todo en el resplandor de la más elevada eticidad.

2

Si es posible decir que regresar a nuestra casa es regresar a lo que somos, así el poeta abre la puerta del yo, cruza el umbral para descubrir el pasaje hacia la subjetividad, acaso el ámbito de lo más profundamente humano, y allí enfrenta con sereno escándalo la colonización que el poder realiza en compulsión de saqueo; y coloca en el centro de la luz poética las piedras preciosas de los fundamentos.

3

Brevísimos e intensos poemas de una extensa obra que regresan en una danza de repeticiones, danza del retorno de lo mismo como diferente, a la condición del yo carente y a desocultar la enmascarada y perversa seducción de la ilusión, de la utopía y su promesa de felicidad, de los susurros como telarañas que del poder emanan, y revelar la condición abismal del hombre en el acaecer.

4

Desde “Derrota”, de 1963, poema que se instaló desde el primer momento en la memoria y en la sensibilidad de generaciones de esos seres del delirio y la reflexión, sin duda adoradores de serpientes, que son los lectores de poesía, hasta las palabras en el temblor que las sostiene de “Ars poética”, de 1977, y de allí hasta hoy, en breve y copiosa obra, la danza de lo mismo y lo diferente dibuja, podríamos decir, la alegoría de la piedra caída en el estanque que en círculos de perfección repite lo mismo y hace brotar la extrañeza Piedras en el estanque pues una es el yo absoluto y depredador contra el que lucharon los movimientos de emancipación: yo de los absolutos que estos versos enfrentan con vigor; otra, la piedra del yo esencial que descubre el mundo y los mundos en el interior de sí; el yo de la carencia y de lo que se va con cada instante y con la vida, que quiebra el poder encantatorio de las ilusiones, que nos revela nuestra condición efímera y de límite, la primera de ellas, la de la inminencia absoluta de la muerte, que nos hace reos de la temporalidad; y en la estrecha cárcel de esa temporalidad la conciencia crítica y poética nos revela que lo único que nos pertenece es el instante; y que paradojalmente no nos pertenece pues desaparece en el mismo acto de su aparición.

5

Paradoja del existir que, si atendemos al “Alcibíades o de la naturaleza del hombre”, de Platón, y a la lectura que de esta obra hace Foucault, propicia el brotar del estremecimiento como el más persistente sentimiento del hombre, sentimiento que los griegos llamaron Epimeleia heautou, “la inquietud de sí”.

6

Poesía de borde (“Hoy descubrí que aquel borde maligno aún existe”) donde concurren los imaginarios de la inquietud de sí: el otro feroz o amoroso, el perseguidor y el otro yo mismo; poesía que lleva consigo las lámparas de la conciencia crítica y de la sensibilidad, y ese llevar consigo hace brotar por arte del poema la más humana de las intencionalidades, la que es capaz de sustraer a los mismos dioses: la multiplicación de la percepción; y en esa intencionalidad el poema atraviesa la ideología, arma principal del poder absoluto cuando aparece en los tiempos de la modernidad, y funda lo que Nietzsche llamara “el pathos de la distanciación”, que es capaz de atravesar las múltiples fantasías que nos agobian; y así poder decir “Seamos reales / quiero exactitudes aterradoras”.

En esa fundación de una percepción humana y más allá de lo humano el poeta intuirá en el hombre la “indocilidad ominosa” que señalara Kant y lo verá, en palabras de Nietzsche, como “animal no fijado”; verá la vida gravosa, asediada de estafas bien vestidas de promesas de felicidad; y lo verá, por arte de la conciencia, como animal del borde y del intersticio; y como animal paradójico.

7

Como expresión misma de los fundamentos, la “exactitud” de la expresión estética, revelará el arco paradójico de la simultaneidad de lo excluyente: así la expresión estética testimonia la desnuda crueldad, como es posible ver, por ejemplo, en un Éluard, en un Sade, en un Onetti; y simultáneamente, testimonia la nobleza del ser, esa que ya el texto homérico pone en evidencia al celebrar “los dones de la hospitalidad”, que el cristianismo extenderá, como amor al prójimo, uno de sus fundamentos éticos y que Kant, en el horizonte de la secularización, a medio camino entre razón y fe señalará en hermosa frase, “el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mi corazón”. La resonancia de esos fundamentos se revela con fuerza en los versos de Rafael Cadenas, que se desprenden de una genealogía poética en cuyo ramaje será posible mencionar, por ejemplo, distintos y distantes a Rilke o a Celan; que se insertan en la esplendente genealogía poética de la lengua, el genio de la lengua, de nuestro rudo y dulce español, y que irradia de la peculiar genealogía poética venezolana, entre tantos ejemplos mencionemos las diversas entonaciones de la sabiduría de la frase de un Ramos  Sucre o de un Antonio Arráiz; y en el despliegue generacional que nos es contemporáneo, entre tantos importantes nombres menciono uno, el de Patricia Guzmán y su poesía de hilos de acero y ternura, si se me permite la expresión.

8

Bachelard, en sus inolvidables lecturas de la poesía, viajaba en las naves de los versos para describir las poéticas de los fundamentos; naves en viaje hacia el prestigio de la lejanía y su regreso con los sentidos paradojales, excluyentes, de la existencia: la del ser, consciente de su miseria que, como señalara Sófocles, preferiría no haber nacido y consciente de la vida “como una sombra tan solo”, como la historia contada por un idiota, “lleno de ruido y de furia”, como dijera Macbeth desde la escena de Shakespeare; e inmediatamente, en la otra vertiente de la existencia, en el arco de la paradoja, el pensar la vida, como lo profiriera el cristianismo hacia las culturas del mundo, en el amor al otro: la concepción del hombre precipitándose en su fragilidad pero merecedor del perdón cósmico; el hombre paradójico: por un lado “lobo del hombre”, homo homini lupus, como es posible decir de Plauto a Hobbes; en el mismo momento en el que es posible afirmar, como lo hiciera Rousseau, que el hombre es bueno por naturaleza. Entre una y otra vertiente se mueve, como el péndulo de Foucault, la más compleja condición humana; y, en ese derrotero va, con la luz de la conciencia crítica, el arco paradojal del verso.

9

Poeta de su tiempo y poeta de los fundamentos y de la fragilidad del ser. Como poeta de su tiempo, atravesando la ciudad herida, el espanto ante una espiritualidad de nación empobrecida por el rostro más terrible del poder, dirá:

“En medio de la mentira, por encima de ella,

En la hendidura, busca este país

Su verdadero rostro para curarse”.

Como poeta de los fundamentos, de la inquietud de sí, convoca el poeta “las palabras justas”, y “ser vocero / de la más oculta necesidad”.

El verso de Rafael Cadenas, desde su temblor, desde su humildad, desde su pacto secreto con la música del cosmos, nos salva.


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