Qué tristes viven los niños

en las casas de cartón

Qué alegres viven los perros

casa del explotador

Usted no me lo va a creer

pero hay escuelas de perros

y les dan educación

“Techos de cartón”, Alí Primera

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “culpa” tiene 4 significados: “1. Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta. 2. Hecho de ser causante de algo. 3. Omisión de la diligencia exigible a alguien, que implica que el hecho injusto o dañoso resultante motive su responsabilidad civil o penal. 4. Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado”.

De estos 4 significados, a efectos de la reflexión que sigue, nos centraremos en el cuarto, a fin de dar respuesta a la pregunta: ¿somos los venezolanos con mayoría de edad a partir de 1998, individual y colectivamente, responsables y culpables en similar grado, del ascenso y mantenimiento en el poder del régimen chavista, durante casi ya 20 años, así como de los negativos efectos que dicho régimen ha tenido sobre nuestras vidas?

La pregunta no es retórica, ni tiene por fundamento una pretensión de superioridad moral de quien la formula con miras a juzgar la conducta de sus compatriotas. Más bien deriva de una muy honda preocupación en cuanto a dos asuntos que apuntan al tipo de aprendizaje que podemos o no estar teniendo en medio de la larga noche autoritaria que nos enluta de múltiples formas.

Primero, qué relación personal sentimos los venezolanos tener con la tragedia que padecemos: ¿nos vemos solo como meras víctimas de lo que ocurre o aceptamos de forma consciente tener alguna cuota de culpa en esto que nos está sucediendo?

Y segundo, qué lecciones estamos en capacidad, a la fecha, de extraer de la destrucción como país; esta, ¿ha sido producto del delirio y la maldad de un pequeño grupo de criminales, con Hugo Chávez a la cabeza, o por el contrario entendemos que, debido a las creencias, ideas, emociones y expectativas que teníamos en general sobre el rol del Estado, de la sociedad y del individuo para mejorar nuestras vidas, tenemos los resultados que de aquellas forzosamente tenían que derivar?

La reflexión sobre la culpa ha sido un tema central en sociedades que han experimentado graves procesos de destrucción material, institucional y espiritual. Países arrasados por la Segunda Guerra Mundial, con Alemania y Japón en primera línea, han atendido este problema, como condición para lograr lo que Karl Deutsch, en su obra Los nervios del Gobierno, denominó un “aprendizaje creativo” en lugar de un “aprendizaje patológico”.

Mientras que este último consiste en mortal reforzamiento de las creencias, emociones y hábitos que condujeron a la situación destructiva desarrollada por un régimen autoritario, asumiendo que tal estado de cosas se generó a partir de la maldad singular del grupo que detentó el poder y que no es resultado de elecciones individuales de al menos la mayoría de los integrantes de la sociedad, el primero, el aprendizaje creativo, supone el reconocimiento de la culpa y responsabilidad que en lo personal y lo social se tiene en el desarrollo del proceso destructivo, y que ello tiene que ver con las expectativas y creencias que asumen cuando se confiere poder a ciertas tendencias políticas en pugna.

El autor que quizá más detenidamente analizó y argumentó la importancia de esta problemática fue el filósofo alemán Karl Jaspers, quien en el ensayo publicado con el título El problema de la culpa, no solo insistió en la pertinencia y obligación de los alemanes sobrevivientes a la guerra de hacerse cargo de lo sucedido, y no caer en la trampa de victimizarse en tanto perdedores de la contienda, dejando de lado las causas internas que hicieron posible el ascenso y consolidación en el poder del régimen nacionalsocialista.

Para sintetizar el punto de vista de Jaspers, sigamos lo expuesto por Aníbal Romero en un ensayo de su autoría, publicado en 2002: “el concepto de ‘culpa’ tiene cuatro connotaciones que deben ser diferenciadas: A) ‘Culpa criminal’, que consiste en acciones demostrables objetivamente que infringen leyes inequívocas. B) ‘Culpa política’, que se desprende de las acciones de los conductores políticos y ciudadanos de un Estado, cuyas consecuencias competen a cada individuo por el hecho de estar sujeto a la autoridad de ese Estado, pues cada persona es corresponsable de cómo sea gobernada. C) ‘Culpa moral’, que surge de mis acciones como individuo, pues nunca vale, sin más, el principio de ‘obediencia debida’: ‘Los crímenes son crímenes, aunque hayan sido ordenados (si bien hay siempre circunstancias atenuantes, dependiendo del grado de peligro, el chantaje y el terror)’. D) ‘Culpa metafísica’, que Jaspers define así: ‘hay una solidaridad entre hombres como tales que hace a cada uno responsable de todo el agravio y de toda la injusticia del mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia o con su conocimiento. Si no hago lo que puedo para impedirlos soy también culpable. Si no arriesgo mi vida para impedir el asesinato de otros, sino que me quedo como si nada, me siento culpable de un modo que no es adecuadamente comprensible por la vía política y moral’” (El debate de los historiadores alemanes y el problema de la culpa, pp. 9 y 10, disponible en: https://goo.gl/Ef3aCG).

Lo singular y que dota de plena vigencia la invitación de Jaspers a asumir la culpa cuando las cosas van políticamente mal en una sociedad, es su interpelación directa a los individuos, a quienes por acción u omisión hicieron posible que el mal, que el horror y la desmesura dominaran la existencia en un momento determinado.

Como bien lo explica Ernesto Garzón Valdés, “el individuo sigue siendo, pues, el centro de la preocupación político-filosófica de Jaspers. La responsabilidad por el desastre político-moral alemán no podía ser imputado tan solo a las decisiones adoptadas por los jerarcas nazis ya que las dictaduras necesitan también de la complicidad activa o pasiva de buena parte de la ciudadanía” (Introducción a El problema de la culpa. Barcelona: Editorial Paidós, 1998, pp. 31 y 32).

A lo que debe añadirse, siendo esto de especial relevancia para los venezolanos de este 2018: “si en el caso de los jerarcas nazis podría hablarse de una especie de mal diabólico o absoluto, por lo que respecta a la ciudadanía alemana cabría hablar de la caída en el mal radical: ‘Ninguno de nosotros es un ‘Fuhrer’, ninguno de nosotros es profeta que pueda decir válidamente qué hacerse. Todos los ‘Fuhrers’ han sido fantasmas fatales. Nos robaron la libertad, primero la interna y luego la externa. Pero fueron posibles porque tantas personas no querían ser libres, no querían ser autorresponsables. Hoy tenemos las consecuencias de esta renuncia” (op. cit., p. 32).

Cámbiese “jerarcas nazis” por “jerarcas chavistas”, y “ciudadanía alemana” por “ciudadanía venezolana” y el mensaje es tan directo como pertinente para nosotros en Venezuela.

Entre los venezolanos, quizá a partir de fines de los años 80 del pasado siglo, se acumuló una suerte de mal radical que unido a todas las terribles decisiones que tomamos en la década de los 90, nos condujo al horror humanitario que se expresa hoy en cientos de miles de muertos por crímenes, enfermedad y represión, y la huida de millones de venezolanos, sin comparación con algún otro episodio en la región.

Valga en este punto una imprescindible aclaratoria. Lo ocurrido en Alemania entre los años 30 y 40 del siglo XX, en escala y magnitud, desde luego, no es comparable con lo ocurrido en Venezuela entre 1998 y 2018. Allá operó un régimen abiertamente totalitario que generó una guerra entre naciones, a partir de un proyecto imperial de dominación. Otra cosa ha sucedido en Venezuela, pero en términos humanitarios, institucionales y de evolución del control total de la sociedad por parte del poder político, no menos terrible y aterrador.

Y es por ello que sí resulta pertinente que en nuestro país, desde ya, antes de que la pesadilla de la tiranía chavista haya llegado a su fin, impulsemos en todos los sectores del país, una seria reflexión y discusión acerca del tipo de culpa que todos, en mayor o menor grado, tenemos ante lo sucedido, y cómo una vez aceptada esa culpa podemos y debemos hacernos cargo de cambiar o contribuir a cambiar, para las actuales y futuras generaciones, el rumbo de las cosas en Venezuela.

Sobre todo, urge generar entre la mayoría de los venezolanos un genuino y sano sentido de culpa “política”, de acuerdo con el significado dado por Jaspers a ella, en conexión con el cuarto significado que a la palabra “culpa” atribuye la RAE.

¿En qué sentido tenemos culpa política los venezolanos por lo que nos ocurre en la actualidad? La tenemos por la gran variedad de razones que se indican de forma enunciativa y no taxativa a continuación.

Sentimos en general miedo a la libertad. Profesamos un culto a líderes mesiánicos y autoritarios. Simpatizamos con arquetipos negativos, como el pícaro y el pobre, y con letras resentidas como las de Alí Primera. Abrazamos símbolos equivocados para cultivar el sentido patriótico, como los del bolivarianismo y el militarismo. Somos sumisos ante los uniformes, las armas y las jerarquías militares, asociando a ellos virtudes de las que siempre carecieron debido a la existencia de incentivos al abuso y la corrupción.

Aceptamos una narrativa guerrerista y fabulada de nuestra historia nacional, con desprecio o indiferencia hacia la obra de los civiles. Creemos en el Estado como un ente con vida propia, generador de riqueza y protector de las personas. Despreciamos la economía de mercado, aun cuando ignoramos en qué consiste. Hicimos de la nacionalización (reserva y propiedad estatal) del petróleo la solución a todos nuestros problemas como sociedad. Somos fundamentalistas democráticos, queremos someter todo a elecciones y a la regla mayoritaria, con desprecio a los méritos.

Más que creyentes en la igualdad ante la ley, somos igualados e igualitarios. Creemos que la justicia es que el gobierno nos entregue bienes y privilegios. Despreciamos el Derecho, y no tenemos idea de lo que él es y para qué sirve el Estado de Derecho, en especial muchos abogados. Nuestra clase alta y élites intelectuales tienden a ser socialistas, acomplejadas y mercantilistas, por su indisposición a competir y condición de cazadores de renta estatal.

Nuestros sectores medios y más pobres tienden a ser resentidos, paternalistas y populistas, por el desprecio o ignorancia de sus propias capacidades para surgir a partir de su propio esfuerzo, con apoyo de instituciones inclusivas. Asumimos que todos tenemos derecho a todo, y que como además la Constitución “desechable” que tenemos así lo dice, con mayor razón, sin que nos importe quién paga la cuenta y a costa de qué (sobre la Constitución desechable ver https://bit.ly/2Af7YAE).

La política que practicamos es mediocre, carente de ideas, propuestas y sueños realizables, se limita al cálculo electoral para acceder al poder y repartir privilegios del Petroestado. Nuestra educación es paupérrima, hemos sido hipócritas al hablar de su importancia, la rebajamos a mera escolaridad, y a nivel universitario ha sido promotora de ideas antiliberales, colectivistas.

Si no hubiésemos sido así, ¿hubiera sido posible el ascenso al poder, a través del voto popular, del chavismo en 1998? ¿Seguiremos siendo así en este 2018?

A lo anterior cabría añadir otras razones más, que nos hacen políticamente responsables de nuestra tragedia, y que además de dolor, deberían generarnos vergüenza propia, pues hemos pasado de ser la democracia ejemplar de América Latina a ser los vecinos molestos de la región, a quienes otros países del continente y más allá, sin obligación de hacerlo más que por solidaridad, han debido recibirnos, asistir y tolerar todo lo negativo que de Venezuela sale.

Pero lo que más interesa en esta primera aproximación al problema de la culpa entre nosotros, los venezolanos, es explorar si tendremos la dignidad, valentía y modestia para asumir nuestras culpas, cargar con nuestra cruz y hacernos cargos del cambio que todos necesitamos, o si nos haremos “los locos”, como es también costumbre, y buscaremos un chivo expiatorio a quien culpar de todo, para quedar como meras víctimas.

Ese camino es oscuro, fracasado, supondrá un aprendizaje patológico y nos condenará a repetir iguales o peores errores a futuro. Además, ya investigadores como Rene Girard han dejado muy claro la falacia del “chivo expiatorio”, y lo que toca es conocer lo que sobre esto se ha estudiado (ver el ensayo de Ramón Cota Meza “El chivo expiatorio y los orígenes de la cultura”, en Revista Letras Libres, julio de 2018, disponible en: https://goo.gl/ZbzH6V).

Los signos y síntomas actuales, tanto de la mayoría de los venezolanos que siguen en el territorio nacional, como los que están fuera, reflejan que las condiciones antes indicadas aún no están dadas, y que si no la mayoría al menos una parte importante de la población, sin distingo de clases sociales y sectores de la vida nacional, se siente víctima y no culpable de lo que sucede, y adhiere el relato falaz de que solo unas “manzanas podridas” del cesto generaron el horror.

Que solo Chávez, Maduro, Cabello, Rangel, Varela, Bernal, Ramírez, Moreno, Motta, Delgado, Padrino, Lucena, Saab, Rodríguez Torres, Baduel, Reverol, El Aissami, los Rodríguez, los bolichicos, los boliburgueses, los tarifados o chantajeados en la oposición y algunos otros más identificables, son los únicos y exclusivos culpables de nuestra destrucción como sociedad. No es cierto, como no lo fue que solo Hitler y ahora Putin, por ejemplo, son culpables de lo que pasó en Alemania y sucede ahora en Rusia.

Hay pues, un arduo y desagradable trabajo por delante para quienes anhelamos una Venezuela libre, próspera y democrática. Un trabajo de “meter el dedo en la llaga”, de abrir heridas no para llevar adelante una cacería de brujas, sino para comprender y sanar. Se trata de impulsar una suerte de análisis terapéutico que logre identificar las patologías que hicieron culpables y ayude a conjurarlas y, ojalá, superarlas. Que vaya, por cierto, de la mano con la aplicación de medidas de justicia transicional.

Requerirá organización, recursos, talentos, imaginación y mucho compromiso con nuestras familias, regiones, símbolos positivos y la Patria. Corresponderá a organizaciones civiles, intelectuales y ciudadanos con la fortaleza para ello, sumarse a esta iniciativa, que estimo, será decisiva para impulsarnos hacia lo mejor a partir de esta dolorosa experiencia, o para seguirnos hundiendo, de forma indefinida, en las creencias, ideas y emociones negativas que nos han convertido en los más indignos mendigos y parias del siglo XXI.

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Luis Alfonso Herrera Orellana es licenciado en Filosofía, abogado y profesor universitario.


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