El escritor Imre Kertész ha declarado: “Sé que muchos no coinciden conmigo cuando califico la película de kitsch. Dicen que Spielberg prestó un gran servicio a la causa por cuanto su película atrajo a los cines a millones de personas, muchas de las cuales no mostraban normalmente interés por el tema del Holocausto. Puede ser. Pero ¿por qué debo yo, sobreviviente del Holocausto, y poseedor de otras experiencias de terror, alegrarme de que sean cada vez más las personas que ven estas experiencias en la pantalla… de manera falsificada?”. Y comenta el profesor Juan Antonio García Amado: “Se embellece la realidad de Auschwitz al presentar una excepción donde apenas las hubo”.

Mucho se criticó a Steven Spielberg por La lista de Schindler (1993). Se creyó que había banalizado el Holocausto haciendo de la historia de los sobrevivientes una “película comercial”. Roger Ebert señala al respecto que ya Claude Lanzmann había hecho un documental severo, profundo e importantísimo, Shoah, sin embargo pocas personas se atrevían a sentarse por nueve horas, su duración, a verlo. Spielberg contó una historia basada en un episodio horroroso de la historia reciente con respeto y dirigido a la mayor cantidad de personas posibles. No es un documental. Parece tonto tener que aclararlo, explicar que la ficción solo debe ser coherente consigo misma. “La habilidad particular de Spielberg en sus películas serias ha sido unir lo artístico con lo popular”.

La cinta empieza con la llama de un fósforo y una vela para la oración del shabat. Una vez esta vela se apague, el humo se transformará en el que desprenden los trenes camino a Auschwitz, e implícitamente en aquel que saldría de los hornos. De color a blanco y negro, de la vida a la muerte, del rezo a lo inefable. De Dios a la Nada.

El Schindler de Spielberg es un embaucador: burla al sistema nazi llevando a las autoridades y soplones a creer que solo procura su enriquecimiento, consigue sobornos, adula donde debe hacerlo y seduce a quienes necesita para mantener su engaño. Se comporta como un adulador miserable, pero gracias a su charlatanería, a esa caracterización, llegó a salvar muchas vidas. No son desconocidos los talentos escénicos del Führer. Como si lo que hiciese falta es un actor para engañar a otro. En un número no despreciable de cintas (como Ser o no serEl libro negroLa vida es bellaBentLa novicia rebeldeMalditos bastardosEl capitán, etc.), y aunque sean ficciones cómicas o edulcoradas, quienes actúan vencen al nazismo. Si fuese comunismo, no estaríamos contando esta historia. Probablemente, uno o varios de los salvados de Schindler habría delatado al salvador por contrarrevolucionario. Y Occidente enrojecido, y no de vergüenza, seguiría guardando silencio.

La fotografía en blanco y negro siempre ha sido halagada en esta cinta. La manera de iluminar a los personajes responde a una postura moral. Comenta MaryAnn Johanson la escena en que Schindler está en el local nocturno que frecuentan los funcionarios, sentado a oscuras, y con solo una franja de luz en la mirada. Tiene intenciones honestas, aunque mercenarias. Sin embargo, más adelante, cuando quiere engañar a los oficiales, y les miente para proteger a “sus” judíos, la franja de luz desaparece. En el primer caso es honesto e inmoral; en el segundo, falso y moral. A Goeth, por ejemplo, nunca se le fotografía en la oscuridad. Como buen villano, siempre cree estar haciendo el bien.

Spielberg cuenta esta historia con sutileza, sin melodramas: enfrenta la “lista de la vida” y la bondad de Schindler a la maldad y estupidez puras del comandante Goeth. Ebert se pregunta si tal vez un villano menos obvio habría funcionado mejor: enfrentar a Schindler, un hombre común que no siguió órdenes, a un funcionario menor, un hombre común que sí las haya seguido. El personaje de Finnes podría, sin embargo, representar a aquel alemán que consideró que sus asuntos personales estaban por encima del bien y el mal.

Lo que resulta poderoso y conmovedor en La lista de Schindler es que se expone que un hombre hizo algo mientras otros no. Y que ese hecho, plantarle cara al Mal, haya salvado lo que para final de siglo pasado eran más de seis mil descendientes de sobrevivientes, es lo que hace esta historia no solo obligatoria de ver sino, como bien señala Ebert, de ser vista por la mayor cantidad de gente posible.


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