José Balza, escritor que madura su narrativa con el ardor de un horno procurando el mejor hacer, se prepara con optimismo para una nueva etapa de su vida: escribirá la mayor parte del año en San Rafael de Manamo y el resto del tiempo en Caracas. Dentro de poco será jubilado como profesor de la U.C.V. Balza confiesa que escribe para un lector individual que comparta sus experiencias y que entre al mundo que su literatura propone.

―¿Trajo su té?― pregunta la señora que está sirviendo el café y José Balza saca del bolsillo de su chaqueta un envoltorio de aluminio. Ha dejado por unos instantes la reunión que tiene en el Decanato de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela.

Parece un hombre que no ha pasado de los cuarenta años y sin embargo está entrando en el área de los sesenta. Durante un anochecer del año 1949, yendo en bicicleta para su casa en San Rafael de Manamo, averiguó de sopetón para qué habían colocado aquellos altos postes en toda la zona: encendieron los bombillos y de la sorpresa que se llevó se cayó de la bicicleta y se raspó las rodillas.

Seguramente mantiene su capacidad de asombro porque vive permanentemente presente, aunque matizado por las fragancias psicológicas de la selva.

Cuando compró su primera computadora, la guardó debajo de la cama tres años porque ninguno de sus amigos sabía cómo operarla. Hasta que alguien se la instaló y de allí en adelante sustituyó la máquina de escribir en su oficio cotidiano de creador literario. Sin embargo, no ha abandonado ni la vieja máquina ni la bicicleta. Quizás el pedaleo constante es una de las causas de su aire juvenil.

El premio Conac

Hace pocas horas se supo que había ganado el Premio Conac de Narrativa de 1996, con su novela Después Caracas. La primera pregunta es casi obligatoria:

―¿Cómo se sintió con ese reconocimiento?

―Yo no sabía que concursaba. Nunca lo sé. Jamás he concursado en nada. Eso puede ser señal de mucha inseguridad o de que no creo mucho en la vida social de la literatura. Tampoco soy jurado. Solo he sido cuando es obligatorio. Creo que las editoriales son las que mandan los libros a los certámenes. Si ya el premio se dio, estoy muy contento.

―¿Qué hará con el dinero?

―Supongo que el monto no debe ser muy alto. Los escritores tendríamos que reunirnos para exigir un monto digno. Los premios que se dan en el país deberían ser, como en el caso de México, algo que le permitiera al escritor vivir dos o tres años o comprar un apartamento. Que no sea una cosa simbólica. Se siente orgullo, pero ¿qué significa un premio materialmente en la vida de un escritor? Nada.

Sobre el diálogo

―¿En qué ha contribuido usted con la literatura venezolana?

―¿Qué hice en casi 40 años de trabajo? Me parece que contribuí a que haya un diálogo civilizado. Aquí había una línea literaria: el criollismo, el realismo, representados por Gallegos y Uslar Pietri. Si hablabas de otro tipo de poesía o narrativa no tenías salida y comencé a darme cuenta de eso rápidamente. Yo tenía una particular formación: conocía el warao, el inglés de Trinidad y leía literatura española del siglo XIX. Esa formación se desarrolló en Caracas y entré de lleno en una línea más universal de la literatura. Antes de leer literatura venezolana leí autores universales como Kafka y Cervantes.

―Le hizo usted críticas a Gallegos…

―Le hice la crítica necesaria, pero tomaron la parte negativa. Creo que es un gran narrador pero con una arquitectura literaria muy atrasada. Después de los setenta leí a Meneses y él me llevó a Díaz Solís, a Garmendia, a Teresa de la Parra, a Ramos Sucre, a Cadenas.

―Ese diálogo civilizado en la literatura genera amigos y enemigos.

―Establecer un diálogo civilizado en la literatura me permite ver que mi trabajo sea criticado y rechazado, pero también amado y considerado por otra gente. Yo no dejo de tratar a quienes no les gusta mi trabajo. Tienen ese derecho. No podemos ser enemigos porque no nos guste lo que hacen los otros.

No es un supermercado

―¿Qué tipo de escritor es usted?

―Yo no soy un escritor que se abre al público como un supermercado. Me gusta que los lectores vengan a mi trabajo a compartir, a descubrir una experiencia. Quizás se rían, reflexionen, vean la televisión de otra manera, descubran que la sexualidad no posee fronteras. Yo quiero lectores individuales, no masivos. Para eso he trabajado. Los he ido encontrando a lo largo de la vida.

―¿En qué etapa se encuentra su literatura?

―Creo en el aprendizaje, ese aprendizaje con la vida diaria, antes vivía más en lo filosófico, más en mí. Ahora me interesa penetrar en la vida de los seres que no son vulgares. En alguien que fue minero, en una mujer que hasta los treinta años no ha tenido una experiencia sexual o en una mujer que a los treinta años de edad ha tenido experiencias sexuales desde niña. Los matices de la vida de los demás me interesan mucho. Antes estaba más atento a mi propia manera de ser. Ahora me intereso por la manera de ser de los demás.

―Usted es un hombre solitario.

―Soy muy solitario: es uno de mis grandes placeres, porque eso te permite dejar que te invadan la vida solo cuando te de la gana. Pero soy muy fiel a la amistad, al respeto de los amigos. Yo soy amigo para siempre.

―¿Es usted político?

―Todos somos políticos, pero creo que los periodistas y los medios de nuestro país han exaltado mucho a los políticos y no se han ocupado de los creadores: de un buen médico, un buen albañil y de los escritores, que solo aparecen en la primera página cuando se mueren. A los políticos hay que silenciarlos para que aprendan a ser políticos verdaderos.

―¿Cuáles son las palabras que más usa y las que menos utiliza?

―“Ahora” es la palabra que más uso porque vivo el presente intensamente. “No” es la que menos sale de mí porque estoy abierto a todo lo que la existencia me puede dar.

La jubilación

Dentro de poco tiempo José Balza se jubilará y piensa pasar la mayor parte del año en San Rafael de Manamo. Dice que no renuncia a estar en Caracas porque le gusta también la ciudad, pero cada vez se encuentra más apegado a los grandes árboles centenarios que hay cerca de su casa natal. En Caracas desarrolló una literatura acentuada con las energías de la selva y es probable que al estar metido otra vez en el cosmos de la vegetación, se aparezcan los edificios, las antenas parabólicas, el rumor de los carros revuelto con los ríos, y surjan las narraciones urbanas atravesadas por guacamayas y por voces de tono warao.

Ya ha enviado la bicicleta para allá y también la máquina de escribir. En los últimos meses ha soñado que pedalea su bicicleta por los caminos de tierra y por las carreteras de granzón de San Rafael de Manamo. Se ha visto tropezando con las piedras redondas, con las conchas que caen de los árboles. El niño que se ha aferrado a su piel y a su físico para envejecer en Caracas, será libre otra vez y podrá desandar el tiempo y comerse el cundiamor que arrancará en plena carrera de las matas que sobresalen en las orillas de los senderos.

Tal vez entonces envejezca por fuera y el señor solitario que lleva por dentro le diga a la señora de la cocina:

―No me des té, madrina: prepárame un guayoyo.

Y se lo beba con los ojos perdidos en la selva, con la misma insistencia con que miran los indios la avenida Baralt.

Vivir el momento

―Un escritor debe construir su obra con personalidad, buscar su manera de decir las cosas y esa diferencia hará que te vean. Si te pareces a García Márquez, como Isabel Allende, tu trabajo será transitorio. Necesariamente tu trabajo debe tener tu personalidad. Debes arriesgar tu cultura, tu vida: debes arriesgar la obra que estás haciendo con tu experiencia más profunda. Pero no se debe inventar necedades.

―¿Están publicando menos narrativa en Venezuela?

―Hay un problema editorial, pero es como si los editores no tuvieran confianza en el autor venezolano: no quieren arriesgarse a producir sus libros y quieren vender de inmediato como si fueran salchichas.

―Ha dicho que está abierto a todo lo que la existencia le pueda dar, ¿eso incluye lo negativo?

―Sí. Hace tres años me bajé del carro en una calle solitaria porque iba a visitar a unos amigos, de repente se aparecieron dos hombres armados y uno de ellos le dijo al otro: “Quiébralo”. Yo sentí en aquel momento que debía hablar y les dije que estaba metiendo la mano en el bolsillo para sacar las llaves de mi casa. A esto agregué: “Es una calle sola y se pueden llevar el carro. Nadie les impide matarme a mí tampoco”. Los dos se quedaron como pensando en eso durante unos segundos y no dispararon. Se llevaron el carro sin decir más nada. Yo creo que los tres estábamos asustados.

―¿Recuperó el vehículo?

―Sí. Con todo y radio.


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