Las 296 páginas de El director son la crónica de un suicidio. De la inmolación en público de David Jiménez (Barcelona, 1971), antiguo corresponsal de guerra y durante apenas un año (desde finales de abril del 2015 al 25 de mayo del 2016) director de El Mundo, la segunda cabecera más leída de España después de El País. Jiménez, que desarrolló toda su carrera profesional lejos de la Redacción, se encargó durante dos décadas de cubrir noticias como la guerra de Afganistán, el ascenso al poder de Kim-Jong-un en Corea del Norte, el tsunami del Índico o la hecatombe de Fukushima (fue el único periodista occidental que se quedó sobre el terreno después  de la catástrofe nuclear). Actualmente colabora como tertuliano en Radio Nacional de España y es columnista de la edición en español de The New York Times. Pero, según admite en este ensayo, la Fukushima posnuclear le parece ahora un lugar mucho más seguro que su efímero despacho en El Mundo.

Su aterrizaje en la Redacción, después de 18 años deambulando por el planeta, ya ofrecía señales de alarma. Lo acababan de fichar como director, pero al presentarse en la cabina de entrada el guardia de seguridad le pidió que se identificase. Jiménez se había olvidado la cartera en casa y no llevaba encima su DNI. El guardia insistió en que no podía dejarle pasar. Hasta que apareció uno de los redactores de la casa explicándole que se trataba del nuevo director. Aquello no pintaba bien. Aunque había comenzado a trabajar en el periódico madrileño como becario en la sección de Local en 1993, el resto de su trayectoria había transcurrido muy lejos de la sede del diario.

El libro, que detalla cómo los poderes económicos y políticos han tomado al asalto los grandes medios de comunicación españoles aprovechando la Gran Recesión, ha hecho estallar un auténtico polvorín en las redacciones del país. ¿Por qué? Porque hasta la fecha nadie se había atrevido a poner negro sobre blanco semejante ejercicio de autocrítica. Y mucho menos un antiguo alto directivo de un periódico.

En el volumen no falta cierta autocomplacencia del autor. Como es humanamente comprensible, David Jiménez trata de salir bien parado en su relato, aunque también hay que admitir que la crónica desvela la ingenuidad de un outsider que nunca había pisado las moquetas oficiales y se ve perdido entre las intrigas de los partidos y las grandes empresas. Las presiones de estos dos sectores sobre la Prensa siempre han existido y existirán. No hay novedad en eso. Lo que sí ha cambiado es la situación de los periódicos, castigados por su propia crisis. Si la Gran Recesión provocó la consecuente caída de ventas y de ingresos publicitarios, a ello hay que añadir la transición aún sin resolver al modelo digital. Todo ello ha debilitado la posición económica y financiera de los grandes diarios españoles, que ya no tienen la libertad que les otorgaba el apoyo monetario de los lectores y se ven condicionados por las subvenciones gubernamentales y por las campañas publicitarias de sus anunciantes.

Con la anuencia (o como mínimo el silencio) de muchos directivos y periodistas, las empresas han aprovechado esta debilidad para entrar a saco en las redacciones (hasta no hace mucho el sacrosanto templo de la libertad de expresión y de conciencia) y promover sus intereses. Esto es lo que cuenta, con pelos y señales, David Jiménez en El director. En el libro arremete sin piedad contra el máximo responsable de la compañía propietaria de El Mundo (al que apoda El Cardenal) y contra algunas de las estrellas del periódico. Pero deja al margen de las críticas a la clase de tropa que, con su esfuerzo diario, sigue sacando adelante su trabajo con la mayor honestidad posible. Tal vez solo les falle cuando expone su particular relato de la huelga convocada por los profesionales contra los despidos en la Redacción, una perspectiva en la que pesa demasiado su condición de director del periódico.

Pero la gran lección que nos ofrece este libro es el ejercicio de autocrítica que todavía tiene pendiente el oficio en España. Mientras seguimos lamiéndonos las heridas por el desplome de las ventas y el derrumbe de la publicidad, y algunos siguen mirando con recelo una digitalización que es imparable, no acabamos de formular la pregunta clave: ¿por qué los periódicos españoles son hoy peores que los del año 2000? Una razón obvia es que las plantillas han sido diezmadas. Reducidas prácticamente a la mitad, han duplicado su trabajo, al asumir la doble tarea del papel y la web. En plata: un periodista hace ahora lo que antes hacían cuatro. Pero este no es el único motivo del descenso a los infiernos del periodismo español. Falta una apuesta decidida por la calidad como la que han realizado medios como The New York Times, que ha traducido en un notable aumento de suscriptores el fichaje de más periodistas y la decisión de que elaboren menos y mejores informaciones.

Por eso creo que El director es un libro necesario. Aunque solo sea porque planta en el tapete un debate imprescindible sobre el futuro de la prensa.

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El director. Secretos e intrigas de la prensa española narradas por el ex director de El Mundo

David Jiménez

Libros del K.O.

España, 2019


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