Vivimos bajo la sensación generalizada de que Venezuela está al borde de un cambio inminente. Quisiera preguntarle por lo deseable: ¿nuestro país necesita reconstruirse o requiere de cambios muy profundos, estructurales?

¿Construcción o reconstrucción? Una respuesta rápida: ambas.

Ante la magnitud de la crisis que abarca los más diferentes ámbitos de la sociedad venezolana (el económico en lo público y lo privado, lo institucional, lo cultural, entre otros) cómo no pensar en la necesidad de construir, de inventar, de crear nuevas respuestas a problemas viejos y nuevos, de hacer cambios de fondos, que vayan al fondo de las causas de los problemas que sufrimos. Sin embargo, si nos serenamos podríamos concluir que aprovechar la experiencia al igual que la creatividad (inventar) son indispensables. Pero tenemos que hacerlo conscientes de que la creatividad y la experiencia aisladamente constituyen armas de doble filo.

La creatividad sin tomar en cuenta la experiencia puede conducir a lo inaplicable por irreal, o a dedicar grandes esfuerzos a inventar soluciones ya conocidas. Y la experiencia sin creatividad puede llevarnos a plantear soluciones que otrora fueron útiles pero no son aplicables sin mayores ajustes porque las últimas dos décadas de nuestra historia han dejado profunda huella en el país.

A lo largo de estos veinte años, en distintas oportunidades, los sectores democráticos han mostrado dificultades para acordar políticas unitarias frente a la dictadura. ¿Qué explica esta tendencia al desacuerdo? ¿Son negativos estos desacuerdos? ¿Hay en nuestras prácticas políticas una tendencia a la confrontación, aun cuando existan objetivos en común?

La manera de hacer política es uno de tantos ámbitos impactados por la crisis. Estos veinte años entre otras cosas han generado desconfianza entre distintos grupos de venezolanos, e incluso entre personas o con personas específicas como algunos líderes de la oposición. No es de extrañar, por ejemplo, que se desconfíe de quien haya tenido que ver con el Estado en las últimas dos décadas, sin importar sus declaraciones o acciones. Un caso que ilustra perfectamente esta conducta es que todavía se mencione como algo imperdonable que alguien haya firmado el manifiesto de bienvenida a Fidel Castro cuando asistió a la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez como presidente, cosa que ocurrió hace treinta años.

En todo caso, las dificultades para llegar a acuerdos políticos no pueden ser utilizadas como excusa para alcanzar el éxito político. Se ejerce o practica la política o el liderazgo en determinada circunstancia. Necesitamos políticos que estén a la altura de esta circunstancia, no de otra sino la de estos días tan complejos, tan inciertos, tan ingratos, por cierto, muy condicionados por la fuerza que tienen hoy las redes sociales.

Por lo demás, los desacuerdos no son necesariamente negativos o perjudiciales, podríamos considerarlos parte de un proceso colectivo de búsqueda que el liderazgo debe saber aprovechar.

En medios de comunicación y redes sociales viene produciéndose un fenómeno: persistentes manifestaciones de nostalgia hacia el país previo a 1999. ¿Es posible que el deseo de cambio oculte, en alguna medida, un deseo de volver atrás? ¿Es retrógrado el deseo de volver atrás?

Puede ser que ante el desastre que vivimos y sufrimos, algunos consideren que “todo tiempo pasado fue mejor”. Este fenómeno es más que comprensible en las personas con más de cuarenta años que conocieron tiempos de gran auge económico con inflación moderada, palpable modernización y estabilidad política, personas que sufren la frustración del “pudo haber sido y no fue”. Pero la historia no se rebobina hasta la época que uno añore. El pasado cuenta completo. Una aproximación que es preciso evitar es la de un cirujano que, al abrir el abdomen de un paciente y encontrar el intestino necrosado corta en ambos extremos de la parte dañada, la extrae y empata las partes sanas. Este símil está en la mente de unos cuantos expertos que parecen olvidar que en las sociedades humanas el pasado deja una impronta que solo el transcurrir del tiempo borrará lentamente. Los venezolanos de hoy que conocimos otro país debemos reconocer que “nosotros los de entonces ya no somos los mismos”.

¿Qué reivindicaría del período 1958-1998? ¿Es factible recuperar algunas prácticas de esas cuatro décadas?

Ante todo, la capacidad para crearle un sentido de futuro a buena parte de la sociedad, lo cual le dio sentido a la planificación personal y organizacional. Por lo menos, hasta comienzo de los ochenta, gran parte de la sociedad venezolana tenía un claro sentido de futuro. Eso fue posible gracias a la estabilidad económica y política. La manera de ejercer el liderazgo fue clave. Que se ejerciera respetándose normas fundamentales fue una contribución significativa a la creación de certidumbre. Que ante el temor de un posible exabrupto político se pudiera decir con poco riesgo de equivocarse “eso no lo pueden hacer porque la Constitución establece…” evidencia una profunda diferencia con la circunstancia que hoy vivimos.

El sentido de futuro estuvo estrechamente vinculado con el progreso material. Los grandes proyectos como la represa de Guri para generar energía eléctrica, las empresas básicas de Guayana, la construcción de una red vial que llegó a ser la más importante de América Latina, la construcción masiva de viviendas por parte de los sectores público y privado, la reforma agraria, por una parte, y, por otra, políticas públicas como la expansión del sistema educacional, sistema que a pesar de sus imperfecciones hizo que la educación llegara a sectores tradicionalmente excluidos. Que a todos los proyectos se les diera continuidad de un gobierno a otro fue un factor importante para fortalecer la percepción de certidumbre. A ello habría que agregar la estabilidad económica y una moneda fuerte.

Ciertamente, todos esos proyectos fueron posibles gracias a los recursos provenientes de la industria petrolera. Hoy el reto sería dar prioridad a proyectos que además de su importancia intrínseca contribuyan a fortalecer la idea de que hay un futuro deseable, posible y cierto.

¿Hay factores o energías en la cultura política venezolana que nos permitan ser optimistas ante la necesidad de cambio? ¿O es razonable la sospecha de que el deseo de un poder clientelar y distribuidor de subsidios, sigue siendo un paradigma de una parte importante de la sociedad?

El elemento más positivo de la cultura política del país es su vocación democrática. Si no hubiese sido por los valores democráticos compartidos por gran parte de los venezolanos quienes detentan el poder hubiesen utilizado toda su fuerza para imponer definitivamente un régimen totalitario. Sin duda que los subsidios y otros mecanismos de manipulación han tenido influencia en la población, pero no tanto como el esperado por quienes los han utilizado.

Debe mencionarse que un reto fundamental del liderazgo que aspira desplazar del poder a quienes lo detentan es reconocer y cultivar esa vocación democrática. Ello requiere, ante todo, una actitud positiva hacia el venezolano sin idealizarlo; ante todo reconocer sus virtudes más allá de su supuesta alegría, jovialidad o sentido del humor. Los estereotipos pueden entorpecer el ejercicio del liderazgo en un grupo, especialmente los estereotipos negativos sobre los seguidores, en este caso sobre los venezolanos. Difícilmente alguien puede liderar a quien desprecia.

¿Fuerzas como la polarización, el revanchismo, la dificultad para escuchar opiniones distintas y la fragilidad de los liderazgos, deben preocuparnos? ¿Pueden ser factores que afecten la perspectiva de cambio?

Todos esos aspectos deben preocuparnos. Ya se señalaron algunos de ellos como intolerancia dentro de la misma oposición. El ejemplo más reciente es la marga discusión –pleito, debería decir– en torno al diálogo y la conveniencia de una intervención extranjera.

El liderazgo que tendrá que enfrentar el reto de la integración que, como ya se señaló, no significa que todos pensemos igual, y que por tanto no haya discusión pública.

Sobre la necesidad de integración es bueno recordar lo dicho por Ortega sobre qué es lo que hace una nación. El filósofo español, basándose en Renan, planteó que, antes que un pasado común, a una nación la integra el hecho de compartir una misma visión de lo que se quiere ser como sociedad. Esa amplia coincidencia colectiva debe constituir la base en que se apoye un proyecto de cambio creíble, viable y duradero.

Se dice que el desafío que enfrentará Venezuela tras el cambio de régimen es inédito. ¿Comparte usted esa afirmación? ¿Venezuela debe enfrentarse a lo inédito?

El desafío que enfrentará el país es inédito en varios sentidos. El más evidente es que enfrentamos una disminución significativa del ingreso público, dada la caída en las exportaciones petroleras y una contracción de la economía del 50 por ciento, al mismo tiempo que debemos atender problemas urgentes que van, por ejemplo, desde mejorar las condiciones de las vías públicas hasta garantizar el suministro básico de los hospitales, al mismo tiempo que tenemos una importante deuda externa. En pocas palabras, enfrentamos una situación con muchos menos recursos y muchas más necesidades.

Por otra parte, es de esperar inestabilidad política por la cada vez más precaria situación de los estratos de menos ingresos, el insoslayable ajuste económico, la presencia en nuestro territorio de grupos armados irregulares provenientes de Colombia, al mismo tiempo que las fuerzas armadas del país padecen de un serio deterioro en su funcionamiento como organización. Al menos en todo el siglo pasado no vivimos una situación tan dramática como la actual.

Sin duda, ante la gravedad de los problemas que enfrentamos, los limitados recursos con que contamos, la conflictividad y la incertidumbre en que estamos sumergidos, la sociedad venezolana requiere un sólido liderazgo. Por “sólido liderazgo” no nos referimos a un líder carismático de inmensa popularidad sino, más bien, a un conjunto de personas que por sus virtudes ciudadanas y conocimientos y buen criterio cuentan con la credibilidad necesaria para convocar al talento del país en diversos ámbitos de acción. Solo así podremos actuar con eficacia para trazar un rumbo claro.

Es necesario que estemos muy conscientes de que dada la complejidad de la situación del país con seguridad se van a cometer errores al actuar para alcanzar los objetivos propuestos. Por esta razón el liderazgo del país en todos sus niveles y campos de acción debe cultivar la capacidad para aprender que la práctica consiste en identificar errores y rectificar a tiempo.

Es bueno destacar que no estamos hablando de personas probas sin mácula alguna que además son genios, sino de seres humanos con la mejor disposición para trabajar por el bien común formando equipo con otras personas. En la actuación de esas personas la transparencia será condición necesaria para hacerse creíbles.

Estos señalamientos responden a una seria preocupación por el vacío de liderazgo que hoy existe en nuestra sociedad, vacío que se manifiesta en la carcomida credibilidad de la dirigencia pública y privada. Preocupa porque, cuando reina la incertidumbre, los vacíos de liderazgo tienden a ser llenados y no siempre de manera feliz.


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