La reminiscencia, la reconstrucción por la imagen,

la combinación y la ruptura del círculo en espiral,

me impulsan o me provocan en absorto. Yo no distingo

entre lo real e irreal, lo visible y lo invisible: la expansión de

las capas concéntricas entre lo telúrico y lo estelar

ofrece un continuo, un cosmos relacionable…

José Lezama Lima

La primera impresión que nos llevamos al bajar del avión en el Aeropuerto “José Martí” es un olor dulce y penetrante, cálido y sensual, como el sudor atávico y mestizo de los varones cubanos. Y es que, más allá de la caña de azúcar y del omnipresente salitre, el aire de La Habana huele a plantación, a factoría, a tabaco…

Casi de inmediato, pensamos en Lezama Lima y en aquel compañero de tantos desvelos frente a la noche interminable: el puro solitario que colgaba entre sus labios en el apagado eterno del asmático crónico, la ansiedad del fumador y la punta encendida en todo su esplendor. De ese extremo, incandescente y voraz, emerge, como un demonio evocado entre tambores y ritos ancestrales, el humo azul que se eleva hasta las más remotas alturas en intermitentes y lúdicas espirales etéreas, intangibles, inefables: condenadas a vagar por el cielo antillano sin encontrar nunca ese extremo final que las obligaría a hacerse finitas, limitadas o precisas, y entonces, probablemente, desaparecer.

Leer un poema al azar como “El abrazo” implica verse rodeado por esas espirales que ascienden y descienden, infatigablemente, desde los más remotos puntos del inframundo hasta los espacios sublunares, guiado por ese demiurgo amigable que el mismo escritor nos legó: la noche habanera, esa oscuridad infranqueable donde lo real maravilloso se viste de cotidianidad y la memoria, en esa cópula infinita que le permite la metáfora, se convierte en esperma, en germinación, en imagen…

“Los dos cuerpos

avanzan, después de romper el espejo

intermedio, cada cuerpo reproduce

el que está enfrente, comenzando

a sudar como los espejos.

Saben que hay un momento

en que los pellizcará una sombra

algo como el rocío, indetenible como el humo.

La respiración desconocida

de lo otro, del cielo que se inclina

y parpadea, se rompe

muy despacio esa cáscara de huevo” (1).

Un poema y la espiral comienzan a deslizarse entre los recovecos de la memoria hasta que un ejército de larvas irrumpe en el espacio único del mundo poético, reservado para el verbo hipostasiado, la acción que roza las dos caras de un mismo dios. Resultaría inútil –y hasta herético– tratar de encontrar un referente a esa vorágine de palabras recién nacidas que parecieran diseminarse en infinitas direcciones, sin embargo, la motivación de la metáfora se puede adivinar cuando se humedecen los ojos del exégeta y asistimos al nacimiento de una nueva realidad: hesicásticasistólica, habanera…

En su distancia, el Rey sabio sonríe bajo el peso colorido del ritmo lezamiano.

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Notas

(1) Lezama Lima, José. “El abrazo”. En: Antología de la poesía erótica española e hispanoamericana. Madrid: Ediciones Edaf, 2003.

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Octubre 2010.


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