Gustavo Guerrero (1957), escritor y editor de la casa Gallimard para el área hispánica. Con más de treinta años viviendo en Francia, no pierde su relación intensa con la literatura venezolana. Su amor por los libros nace en su familia, en especial de su padre, un jurista que albergaba ambiciones literarias. Guerrero además creció en una generación que leyó a los autores del boom y que creyó en el mito de que un escritor se hacía en Europa: “Yo fui la última generación en creer en eso. El que quiere ser escritor simplemente tiene que sentarse a escribir y eso lo puedes hacer en cualquier parte del mundo. Hoy en día los escritores latinoamericanos están en todas partes, no hay ninguna ciudad que pueda reivindicar el concepto de capital literaria, ni Buenos Aires, ni México, ni Barcelona, ni Madrid. Estamos en un mundo más descentrado”.

Hace poco Guerrero fue nombrado caballero en la Orden Nacional de las Artes y las Letras en Francia, también fue invitado al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), celebrado en Córdoba, Argentina, y a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo). Publicó el año pasado con la editorial argentina Eterna Cadencia Paisajes en movimiento, ensayo donde reflexiona sobre la figura del escritor, el mercado editorial y el concepto de nación en la literatura, en particular en Latinoamérica.

—En su libro No leer, Alejandro Zambra duda de que un buen lector sea un buen escritor.

—Quizá yo soy más borgiano que Zambra y pondría en tela de juicio su afirmación. Sí pienso que cuando se escribe, un escritor debe aceptar, a diferencia del lector, que a veces no entiende totalmente lo que hace; hay una dimensión oculta para el escritor de su trabajo que no corresponde al ideal de lectura.

—¿Qué es para usted un buen lector?

—Si me hubieras preguntado eso hace treinta años te hubiera dado la respuesta de Borges: un buen lector es aquel capaz de contextualizar un texto no solo en su época, también en su propia geografía; concebir el texto y su lectura en función de su propia existencia. Hoy, un buen lector es capaz de moverse dentro de una ecología transmedia cada vez más extensa. Leer también los ecos que un texto está provocando en la esfera mediática. Hoy leer se ha vuelto, sin dudas, una actividad más compleja con la aparición de las nuevas tecnologías y las redes sociales.

—¿Qué representa para usted el placer de la lectura?

—Es algo muy vinculado a la lectura literaria porque el placer y el disgusto son parte del juicio estético que uno hace sobre una obra. Lo que es importante es leer mucho, solo una vasta experiencia de lectura permitirá a una persona obtener distintas fórmulas de gusto y, por ende, tener un juicio estético más complejo, lo que en la actualidad es una de nuestras carencias. Lamentablemente la inmediatez y la urgencia del like o not like han robado densidad a los juicios estéticos.

—¿Qué libros lo acompañan?

—Hay libros que te acompañan toda la vida, otros se ausentan por largos períodos, tú te ausentas del libro y él se ausenta de ti. En fin, hay ausencias definitivas, otras temporales. Por ejemplo Rayuela, de Julio Cortázar, de la que acaba de lanzarse en el Congreso Internacional de la Lengua Española una edición conmemorativa, fue un libro que quería incluir todas esas posibilidades: la posibilidad de ser dejado, la posibilidad de ser retomado y la posibilidad de estar presente continuamente.

—Para algunos Rayuela envejeció mal.

—Para la generación de Aira, sin duda, Rayuela envejeció mal, pero es un libro que ha recuperado un público en las generaciones más recientes.

—Es evidente que para los jóvenes están cambiando los paradigmas de lectura y escritura. 

—Son generaciones marcadas por la revolución tecnológica, además tienen una preocupación cada vez mayor por el presente y también por la dimensión transmedial de la lectura. No sé si somos totalmente conscientes de ello, no sé si la literatura, el periodismo y la crítica literaria son conscientes de estas transmigraciones. Mucha poesía, por ejemplo, ha entrado de nuevo en un régimen oral y popular. Cada vez más esa poesía escrita se traduce en producciones orales que circulan por YouTube e internet. Estamos, en el caso de lo poético, ante una multiplicación de los soportes, que marcan un regreso de lo oral, de lo visual e incluso de lo performativo. Del mismo modo, una novela se transforma rápidamente en una película o serie. Yo me pregunto: ¿quién puede leer hoy los libros de Harry Potter sin tener el horizonte de las películas o quién escribe sin el horizonte del cine y las series?

—¿Cómo afecta todo esto al mercado editorial?

—Uno de los problemas es la aceleración de la cadena del libro que hace que la lectura literaria, que pide un tiempo lento, sea cada vez menos posible. También está siendo más difícil que una generación comparta con su generación anterior o común un catálogo de autores y de obras, la velocidad de cambios es tal, que hay libros que desaparecen y no dejan huellas. Eso deja una serie de preguntas ante la posibilidad de tener una memoria literaria común y también ante la idea de posteridad. Muchos escribieron con la idea humanista de que la literatura era una forma de combatir el tiempo y la muerte. Hoy nadie se acuerda de la última novela premiada.

—Ahora hay una especie de moda por publicar libros escritos por mujeres.

—Como editor lo que me importa es el aporte de las mujeres escritoras a la literatura; muchas de ellas están haciendo cosas originales, están tocando nuevos temas y también están inventado una nueva forma de ser escritor en la sociedad actual. Mónica Ojeda, Samanta Schweblin y María Gainza son ejemplo de ello. Yo no publico los libros escritos por mujeres porque sean mujeres o para cumplir una cuota, simplemente las publico porque tienen calidad excepcional.

—¿Cómo se hace un editor?

—Es muy complicado, es un trabajo bifronte. Por un lado, miras hacia el mundo de la literatura, la creación, el juicio estético; por otro lado, miras hacia el mundo de la economía, el público y los negocios. Un editor trata de conciliar muchas contradicciones.

—¿Cuál libro, de los muchos que ha editado, le ha dado mayor satisfacción?

El cuaderno de Gris de Josep Pla y El llano en llamas de Juan Rulfo.

—El crítico literario, ¿tiene futuro?

—Hoy tenemos una cacofonía de voces y multiplicación de influencers, y es evidente que el debate crítico ha sufrido. Orientarse es más difícil. Hay que discriminar entre los numerosísimos premios, festivales, blogeros, agentes y booktubers. La tarea de hacerse un juicio propio se ha vuelto más ardua y urgente que nunca.   

—Hemos hablado de escenarios donde la lectura y el libro son un derecho; en el caso de Venezuela sabemos que la situación es distinta.

—Será una de las labores más importantes cuando todo esto termine. Se debe retomar la educación para la libertad, el pluralismo, la diversidad y el respeto. Se deberá también reconstruir nuestras bibliotecas, retomar la enseñanza de la lectura en las escuelas, reactivar la circulación de libros y de ideas en el país. Cuando un gobierno acaba con el sector del libro, destruye la posibilidad de desarrollar un pensamiento crítico. Es un mecanismo de control social bien conocido.   

—¿Qué ha pasado con su oficio de poeta?

—Es una tarea pendiente. Estoy tratando de escribir cosas, pero la situación que más me concierne, Venezuela, exige una escritura extremadamente más descarnada y dura. También he pensando muchas veces que es difícil moralmente escribir sobre esa tragedia y no estar allí.

—¿El chavismo le quitó la poesía y el país?

—En estos momentos tengo una mezcla de rabia y tristeza ante la tragedia que estamos viviendo en Venezuela. Chávez fue la crónica de una dictadura anunciada. De ahí que en el futuro el país, en muchos aspectos, tiene que pasar por un ejercicio de memoria crítico enorme.

—¿Y sí existirá ese ejercicio de memoria en Venezuela?

—Esa será la gran responsabilidad de la literatura.

—Y finalmente, ¿cómo es la ventana por donde vive Gustavo Guerrero?

—Tengo dos ventanas en mi vida. Una, la ventana de mi casa, frente al escritorio donde trabajo; desde ahí veo un bosque donde se encuentra la casa del primer premio Nobel de Literatura, Sully Prudhomme (al lado de esa ventana tengo una fotografía, que me regaló mi mujer cuando cumplí 50 años, del pabellón de Venezuela en la Exposición Universal de París 1889, para recordar siempre lo que fue mi país). La otra ventana está en mi oficina, desde ahí veo el jardín interior de la casa Gallimard y el edificio donde se creó, en 1931, la Biblioteca de la Pléiade.  

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Poeta, docente, compilador y ensayista

Gustavo Guerrero es caraqueño. Nació en 1957. Se graduó de abogado en la Universidad Católica Andrés Bello. Fue miembro de La Gaveta Ilustrada, grupo surgido en 1977 en la Universidad Simón Bolívar. Hizo estudios de Literatura inglesa en la Universidad de Cambridge (Inglaterra) y en la Nueva Sorbona (Francia). Realizó un Doctorado en Historia y Teoría Literaria en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (París). Ha ejercido la docencia en la Universidad Jules Verne de Amiens, Universidad de Lille, Universidad de Paris Seine y el Instituto de Estudios Políticos de Saint-Germain-en-Laye. También ha sido profesor invitado en la Universidad de Princeton.

Como poeta ha publicado La sombra de otros sueños (1982) y Círculo del adiós (2005). Es autor de dos notables antologías: una, Conversación con la intemperie. Seis poetas venezolanos (2008), dedicada a los poetas José Antonio Ramos Sucre, Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez, Rafael Cadenas, Guillermo Sucre y Eugenio Montejo. El prólogo de este volumen es un texto memorable y capitular en la crítica de la poesía venezolana. La otra, Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (2010), que incluye 58 autores nacidos entre 1959 y 1979. Junto al narrador Fernando Iwasaki publicó en el 2010 Les bonnes nouvelles de l’Amérique latine / Anthologie de la nouvelle latino américaine contemporaine, para la editorial Gallimard, donde se desempeña como el editor para el ámbito hispánico.

Además de decenas de ensayos publicados en revistas de Francia, España, Estados Unidos y América Latina, ha publicado: La estrategia neobarroca: estudio sobre el resurgimiento de la poética barroca en la obra narrativa de Severo Sarduy (1987), El género lírico en el renacimiento  (1995), Itinerarios (1996), Teorías de la lírica (1998), La religión del vacío y otros ensayos (2002), Historia de un encargo: La Catira de Camilo José Cela (2008) –que le hizo acreedor del XXXVI Premio Anagrama de Ensayo– y Paisajes en movimiento. Literatura y cambio cultural entre dos siglos (2018). Algo más: en el 2006, Gustavo Guerrero fue editor y brillante prologuista de una edición de los Cuentos completos de Arturo Uslar Pietri.

N.R.


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