He pasado mucho tiempo mirando el trabajo de Jaffé sin poder decir una sola palabra más allá de cierta perplejidad ante su capacidad de situarse en una particular zona de cruces entre la traducción, la poesía, el pensamiento y el collage.

Así miro, miro sus collages, miro sus dibujos y los rastros de pintura que merodean a su alrededor, los colores; miro, miro sus bastidores, miro cómo sus poemas se cuelan y entreveran en láminas, cartones, salen de la página y trepan por las paredes montados; miro cómo en Jaffé la traducción es metáfora y a su vez, por qué no, el sostén principal de su móvil, ramificada poética.

Y de pronto, entre una visita y otra, me dije, Jaffé, en su tarea de poeta traductora, pareciera perseguir y perseguir la reparación y la reposición de algo que pareciera estar a punto de perderse y la expresión –la suya, la de esa otra voz cuya llegada ella propicia– lo trae de vuelta para recordarlo; si hay algo en la traducción que no logra pasar totalmente y se “pierde”, también es cierto que otro tanto más viene como ganancia en la lengua de llegada; no es casual entonces que en la portada de Sobre traducciones –sus poemas escritos entre el año 2000 y el 2008– aparezca una de sus “piezas”, las llamaré así por los momentos, combinación de escritura –la suya– sobre el bastidor impregnado de materia blanca, terrosa, amarillenta, llena de caminos; y mientras abría el tomo para buscar un poema que me acercara un tanto más a esta lectura que ahora intento, vi que apareció un muy pequeño bicho que cruzaba presuroso el índice para reconducirme al final de la página 189, allí Jaffé ofrece al menos un costado de su poética y de algún modo viene a situar desde dónde se mueve: “Porque ante la tragedia política de mi país solo me queda traducir mis angustias y esperanzas a poemas que son traducciones de poemas, de imágenes, de emociones”.

Sobre traducciones fue editado en el 2010 por La Laguna de Campoma y me hace recordar esas palabras de Heidegger sobre Hölderlin a las que siempre es bueno volver, dado que la poesía no está colgada por los aires, sin asidero, su naturaleza está en el diálogo, conversa y si lo hace –si lo hace bien– entonces también constata, responde; una vertiente de lo anterior es posible cuando muchas de las corrientes expresivas de Jaffé toman su impulso a la hora de leer y traducir al propio Hölderlin, a Benjamin, a Celan, a Bishop, pero puestos en su propia sintonía afectiva (los traduce, pero también escribe a partir de ellos, con ellos y hasta desde ellos, un ejercicio que viene haciendo al menos desde El largo viaje a casa y a su manera en El arte de la pérdida), la que se despierta ante las circunstancias más personales y también las de la historia, pues, con mayúsculas (aunque una cara y otra se sabe…); es un continuum, un ejercicio de conjugación y confluencia, propio del que reúne y traduce, sobre todo cuando va como ese bicho que decía más arriba –y ahora se me perdió– todavía más presuroso entre una y otra gramática para traerse ese algo, lo que irá quizás a repararse en un poema teórico, dicho a la manera de Jaffé:

“No son las lenguas extranjeras entre sí,

son familiares. Se aman y se odian todas

desde siempre,

porque se quieren en lo mismo,

al decir como dicen

las vasijas rotas”.

Estas notas quizás muy volanderas me sirven como trocha para entrar en un largo trabajo que reúne más conocimientos de lo que yo puedo disponer ya mismo, pero me sitúa directamente en las coordenadas de tantos intereses y experiencias, muy mías; en todo caso, y de nuevo, de seguir lo que tanto se ha repetido a partir de la lectura que hace Heidegger sobre Hölderlin –“poéticamente el hombre habita la tierra”– no temo en dar una suerte de cabriola para poner esta pretensión en un rasero un tanto más bajo: habitar la tierra, vivir en ella, a secas, sin más que en el peso y la alegría de haber recibido el lenguaje, “el más inocente de los bienes”, como le dijo el propio Hölderlin en una carta a su madre (referida, de nuevo, por Heidegger, en la traducción del mexicano Samuel Ramos), aunque ya dentro de esa pregunta por el lenguaje hay como una pérdida de inocencia y una consciencia de que ese mismo lenguaje, sí, es la más humana de las manifestaciones, para insistir un tanto más con el Heidegger de Arte y poesía; entonces, va otra cabriola, la forma como Jaffé consigue que debe habitar sus días es, justamente, dentro de la Alemania de Hölderlin –el Píndaro que el propio suabo recupera– y de ahí a la Caracas de hoy, tan llena de pérdidas (¡y qué desastre!), del Rin al Orinoco y al Guaire (¡uf!); así, qué faena, sale un libro que es una traducción y una reflexión poética sobre la poesía, una geografía llena de guijarros, cuerdas y caracoles, un libro que se vuelve exposición, una experiencia rara y de veras que difícil de traducir y más leer, en el sentido crítico, me refiero a los Cantos hespéricos de Hölderlin. Y aquí es necesario andar lento. Estos “cantos” fueron traducidos, leo en la contratapa del libro, “según la edición histórico-crítica de D.E. Sattler” (1). De seguido, para dar mayores pistas al lector, hay otra importante acotación en la portada de esta otra edición de La Laguna de Campoma (también bajo el cuidado de Sandra Caula):

Traducción y versiones libres (en lienzos y poemas)

Antes de entrar en los poemas resulta importante detenerse en el minucioso texto crítico de Luis Miguel Isava, debido a que establece el complejo juego de trasposiciones de Jaffé, muy similar –así lo anota también el profesor– al que ya viene poniendo en práctica desde Sobre traducciones. Después la propia Jaffé da su reflexión personal y las pistas de cómo recorrer el tramado textual que ha propiciado, cuya trayectoria va desde el Hölderlin de Sattler, pasando por una versión literal de la propia Jaffé y otra más donde la poeta lo adapta a su propio temblor y situación. Isava al respecto apunta: “No cabe duda de que lo que aquí se lleva a cabo es una compleja traducción: adaptación de sentidos, de genios de idiomas, de geografías y de Zeitgeister, esto es, de espíritus de épocas. En pocas palabras, una poesía à la Hölderlin, pero aclimatada a los tiempos que corren, a los espacios que habitamos”. A estos pases ente la lengua alemana, su traducción y su eco à la Jaffé se agrega la complejidad de otra respuesta estética, pero esta vez desde el collage y la pintura. Así, el “¿libro?”, tal y como se pregunta Isava, anuncia estas “piezas”, cuyos títulos –y las inscripciones que contienen– ya encierran la posibilidad del poema y más de un elemento para pensar la poética de Hölderlin. Van algunas: “En amable azul”, “¿Qué es Dios?”, “Mnemósina. La ninfa”, “Tierra natal o mejor lo cercano”, “Patmos”, “El viaje”.

Hay que lanzar más de una “cuerda” para intentar comprender el ejercicio de traducción que presenta Jaffé y la puesta en acto de sus límites, ese tenso interregno donde lo ajeno empieza a dejar de serlo para ser asimilado dentro de las propias corrientes expresivas. Se suele hablar mucho de apropiaciones, cosa cada vez más evidente en el cine y las artes visuales, así como también en otros formatos, desde el video y las formas que se gestan dentro del mundo virtual, pero yo mejor hablaría ahora de transfusiones, la circulación de la “sangre” de un poeta que fluye hacia la del otro. Además, pasa, cuando se traduce a un poeta admirado y desde una lengua tan cercana –al menos así yo lo he experimentado– siempre llega un punto en el que surge una nueva corriente que deja atrás la traducción y abre paso a otra voz, es decir, lo que “sale” parte de la traducción y a la vez se desprende para entrar progresivamente en otros cauces. Un proceso delicadísimo y casi inextricable. Algo así –es mi conjetura– ha ocurrido con Jaffé y en este caso Hölderlin, el establecido por Sattler, el suyo y las réplicas poéticas y visuales que fue haciendo para comprender mejor lo que iba traduciendo. El asunto toma dimensiones mucho más complejas cuando las piezas incrustadas dentro de la traducción que Jaffé hace de Hölderlin se trasladaron a la galería Beatriz Gil de Las Mercedes. Allí se presentaron los Cantos hespéricos y una exposición en el año 2016 con un título que anuncia la singularidad de su propuesta: Ríos, mares, patrias, poesía (2). Poner estas palabras juntas no es tampoco gratuito. Se sabe que la palabra “patria” –Vaterland– para un alemán de la época de Hölderlin tiene unas resonancias y unas repercusiones muy distintas que para un venezolano de hoy. La fricción y el cortocircuito que genera esta circunstancia supera con creces el ámbito meramente lingüístico y se instala de una vez en lo político. Basta pensar que esa misma diferencia se produce dentro de la persona que lleva adelante la traducción, lo cual sitúa en una perspectiva la razón por la cual Jaffé ha tenido que “complementar” su ejercicio de traductora con el de poeta y artista visual. En ambos casos se trata de “anotaciones”, expansiones, réplicas, juegos y transfusiones que dinamizan la poética de la autora y ponen de nuevo en circulación una nueva traducción. Las piezas, decía, fuera de la página, cobran cierta independencia –dije cierta, solo cierta– con respecto a las traducciones y los poemas y conducen al eventual visitante de la galería en un lugar similar al de los bosques que Hölderlin recorría, pero en la atribulada y muy rota Caracas de hoy. Si bien Jaffé elabora una introducción bastante meticulosa a los Cantos hespéricos, me parece ahora mismo mucho más necesario revisar lo que planteó cuando se montó su exposición:

“Trazar el curso de los ríos poéticos de Hölderlin ese paisaje lingüístico de míticas significaciones que tan bien analiza e interpreta Sattler fue como hacerme mapas para no perderme en las múltiples complicaciones de estos poemas extremadamente oscuros. Con ellos fui comprendiendo, a-propiándome por instantes, en versos sueltos, imágenes aisladas, de la extrema ajenidad y bellísima extrañeza de esos poemas. Y así, pasando del texto al cuadro y del cuadro al texto creí entrar yo también en el río. Creo recordar que comencé en el 2005 ó 2006 y terminé, si es que se puede terminar una traducción, en el 2012-13. Me acompañaron en todos los sombríos años del gobierno anterior.

Que la publicación del libro también haya sido lenta, difícil, también me parece sólo coherente con su tema. Porque desde el primer momento sabía que él y sus cuadros tenían que estar en Caracas. Para cumplir fielmente con el sentido de la metáfora de la traducción, en lo personal, en lo político: el traslado de las imágenes para la toma de conciencia, quiere decir, para el uso libre de lo propio, cercano, por vía de lo ajeno y lejano requería ese transporte” (“Hölderlin revisitado”).

Pienso ahora en la presencia del movimiento en la poesía de Hölderlin. Hay algo que parece andar, ir de paso y detenerse para hablar desde la naturaleza y hacer su exclamación elegíaca, por lo perdido, por el retorno de los dioses, por el arqué de imágenes que sustenta el ansia de retorno propiamente romántica. A propósito: no he dejado de pensar en un poema de Schiller (“El paseo”), me parece que en una sintonía y ánimo bastante similar. Así, bajo la disposición que me da esta fantasía sobre Hölderlin, me animo una y otra vez a recorrer las traducciones de Jaffé.

Pero también quiero recordar algo más que señala Steffens en las páginas biográficas que le hace al suabo. En primer lugar, cuando se refiere a su estancia larga en el hogar de Zimmer. El generoso carpintero apunta entonces en una carta: “Hölderlin vino y es todavía un gran amigo de la naturaleza” (3). En suma: un poeta muy alejado ¿de su época? y sin duda de la presente, pero al mismo tiempo tan cercano y batuqueado por fuerzas extrañas que a su vez le dieron la modulación interior para cantar esta precisa y dura sentencia, por su talante oracular, la cual tal vez lleve implícita la intuición de que “algo” –en sí mismo, en la cultura– necesita ser restaurado: “Cerca está / Dios y difícil de comprender” (“Patmos”); y en ese merodear, buscó los misterios de ese “algo” en la naturaleza –en la religiosidad griega, en medio de los embates de su salud psíquica y de pronto en la consecuente aparición de Scardanelli– y sin duda encontró bastante en esa fuente aludida por Heráclito que también aparece en estos Cantos hespéricos:

“A todos los seres humanos le es dado

Conocerse a sí mismos y pensar con prudencia”.

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Notas

(1) Esto implica adentrarse en consideraciones de índole filológica que ameritan, además, el conocimiento de la lengua alemana. Por lo pronto, dejo esta reflexión de la propia Jaffé sobre Hölderlin: “la primera gran edición de sus obras completas se comienza a trabajar en 1941 para conmemorar en 1943 los 100 años de su muerte, y presentar su obra como ‘opera magna del espíritu alemán’ en plena Segunda Guerra. Esta edición llamada de Stuttgart, se termina de publicar en 1985. Por múltiples razones editoriales, e ideológicas, despierta diversas críticas y en 1975 se comienza a editar la llamada edición de Frankfurt, con estricta fidelidad facsimilar. El último tomo 20 se publica en el 2008. Su editor D.E. Sattler lo presenta como edición cronológica e integral e incorpora todos los cantos en dos versiones, alfa y beta, para integrar las correcciones y anotaciones con los poemas y fragmentos establecidos en ediciones anteriores” (“Holderlin revisitado”, Prodavinci, 11 de junio, 2016). En Venezuela circulan –tanto como se puede– otras dos traducciones del poeta suabo, realizadas por Yolanda Steffens: Hiperión. La muerte de Empédocles (Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación, 1998) y Hölderlin. Su vida (Bid & co, 2006, revisada por Rafael Cadenas).

(2) El concepto museográfico de esta muestra corrió por cuenta de Magdalena Fernández y en Philippe Bloquelet recayó la concreción del montaje de las piezas (una tras otra, colgadas del techo). La experiencia en la sala también incluyó una instalación de la propia Fernández –blancas veladuras, luces y sombras que se dejan leer– y un video de Ángela Bonadies. Ambas, a su vez, “traducen” la experiencia de Jaffé con Hölderlin a sus lenguajes y técnicas particulares. Y todo esto me hace recordar una frase si mal no recuerdo de George Steiner que debe –debería– estar en Presencias reales: “nos traducimos los unos a los otros”. El visitante, así, se vio envuelto en la recreación del bosque, digo yo, los ecos y el complejo ámbito de trasposiciones propiciado desde la poética hölderliniana. Ha sido una experiencia, al menos para mí, cuando menos particular, pues la circulación por ese pequeño “bosque” montado en la galería –apenas a un paso de la habitual y magmática polución caraqueña– me hizo volver de otra manera a la poesía de Hölderlin y los románticos de Jena.

(3) Más adelante la propia Steffens traza este interesante perfil de Zimmer: “un hombre inteligente y juicioso, un comprensivo y objetivo observador, un testigo no condicionado por prejuicios psiquiátricos ni literarios”.


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