Por BEATRIZ SOGBE

Los inicios: la niñez

Gorizia es una ciudad ubicada al Noreste de Italia. Actualmente cuenta con 36.000 habitantes. Esta, luego de la Segunda Guerra Mundial, fue dividida. Una parte –de la antigua Yugoslavia, quedó a Eslovenia. Y la más grande, a Italia. Es parte del Friuli veneciano. Por mucho tiempo se la llamó la Niza austríaca, ya que antes de la Segunda Guerra Mundial era el lugar preferido por ellos para veranear. En Gorizia nace Graziano Gasparini (Italia, 1924).

El niño Graziano acostumbraba a jugar como cualquier niño de su edad. En su bicicleta, se iba a ver los viejos monumentos de su ciudad. Estaba subyugado por las edificaciones antiguas. Le encantaba ver, una y otra vez, el Castillo Gorizia –del siglo XI, o la iglesia del Santo Espíritu –una pequeña iglesia románica. También las ruinas romanas y la Basílica Patriarcal de Aquilea, una hermosa iglesia construida a lo largo de los siglos, con fachada romano-gótica. Una edificación con planta de cruz latina, tres naves y presbiterio realzado y con unos hermosos pisos de mosaico, del siglo IV. Iba con su padre a la cercana Venecia y le seducía la arquitectura bizantina y el Palacio Ducal. Eso determinó que desde bachillerato supo que la carrera que tomaría sería la arquitectura. Parecía estar presagiado para el oficio de arquitecto, historiador y restaurador.

Estudió arquitectura en el Instituto Universitario de Arquitectura de Venecia (IUAV) y, paralelamente, arte en la Academia de Bellas Artes, de la misma ciudad. Gasparini lo hace en plena Segunda Guerra Mundial y, por esa misma circunstancia, su traslado a la bella ciudad obedeció a que, por esa causa, Venecia –luego de unos primeros bombardeos en el área de Marghera– se declara la ciudad-museo y zona neutral de conflicto. Aún y cuando estaba tomada por los nazis. Eso permitió que muchos intelectuales se refugiaran allí y dieran clases en sus aulas.

Dijo Leonardo da Vinci que triste el alumno que no superara a sus maestros. Gasparini toma clases con los críticos de arquitectura Giulio Carlo Argan (1909-1992), Bruno Zevi (1918-2000), Leonardo Benevolo (1923- 2001) y el arquitecto Carlo Scarpa (1906-1978) –siendo de este último su discípulo predilecto. El crítico Bruno Zevi fue famoso no solo por sus conocidos libros, sino por la calidad de sus clases –iluminadas con imágenes– que tanto este como sus alumnos ayudaban a ilustrar con fotografías que traían desde diferentes partes del mundo. Se formaba, de esa manera, un archivo visual extraordinario y se fomentaba la interacción maestro/alumno. De ahí tomaría Gasparini ese método para la gran calidad didáctica de sus clases. A Scarpa lo menciona Gasparini como “el mejor arquitecto restaurador de la humanidad”, por su rescate del Castelvecchio de Verona, entre muchos otros.

Finalizada la Guerra (1945) no había trabajo en Italia. Apasionado por la pintura decide pintar. Expone, en 1948, en tres galerías en su país. También en la Bienal de Cine de Venecia y gana el primer premio para un concurso de afiches en la muestra internacional de arte cinematográfico de Venecia. Pintaba en ese momento con tendencia surrealista – una señal que no abandonará nunca. De forma paralela, en 1948, se reapertura la Bienal de Arte de Venecia –que habían cerrado desde 1942. Los nazis habían tomado y utilizado los pabellones como depósitos y modificaron los recintos. Y desde 1948 hasta 1972, fue Carlo Scarpa quien hace restauraciones notables, en aquellos pabellones desmantelados. A Scarpa se le recuerda como un perfeccionista y un hombre que gustaba incorporar la historia de la arquitectura italiana a sus obras contemporáneas. Este escoge a Gasparini para ayudarlo en el levantamiento de las ruinas. Sin duda, un hecho que marcaría su vida. Además, percibió que tenía una gran motivación por la historia de la arquitectura.

La llegada a Venezuela

En 1948, los organizadores de la Bienal de Arte de Venecia lo envían a Brasil, Colombia y Venezuela, para invitar a las autoridades locales a que, en las futuras ediciones, expusieran en la Bienal. En Brasil hace contacto con Cirillo Matarazzo –impulsor de la Bienal de Sao Paulo– quien finalmente apertura la bienal brasilera en 1951. Y, aunque la Bienal de Sao Paulo nace como inspiración de la de Venecia, Matarazzo estaba muy ocupado en esos preparativos. Viaja a Colombia y, finalmente, a Caracas. Se hospeda en el Hotel Klimd, hoy desaparecido. Se queda varado en Caracas en un “toque de queda”, por el golpe de 1948. No se podía entrar ni salir de Venezuela. Y de repente, al joven arquitecto le empiezan a encargar proyectos de arquitectura. Percibe entonces que hay muy pocos arquitectos en Venezuela. Vuelve a Italia, pero con la determinación de regresar a Venezuela. Gasparini constata que este es un país de oportunidades, donde todo está por hacerse. En Europa todo estaba hecho o destruido, pero no había dinero para las reconstrucciones. En 1949 viene para quedarse.

Un zuliano llamado Apolodoro Chirinos Finol, quien fue presidente del Estado Zulia (1948-1949) y del Banco de Maracaibo, fue el primero en encomendarle trabajos. Con su visión, de una Italia llena de monumentos, se interesa por conocer la arquitectura vernácula prehispánica y colonial. Decide ir a una librería. Solicita un libro sobre historia de la arquitectura colonial venezolana. El librero le dice que no existía. Le comenta que aquí todo fue muy pobre, que ponga sus ojos en México o Perú. La respuesta de Gasparini fue premonitoria: Pero aquí había gente, aquí tienen que haber pasado cosas. Y desde ese momento ese fue del leit motiv de su vida.

Conoce a Carlos Müller –quien le da las primeras pistas. A partir de ese momento, toma la decisión de recorrer todas las edificaciones antiguas nacionales. Como un caminante curioso del siglo XX, lo hace en automóvil –un VW Karman Ghia–, con un plano de la Creole, de ese tiempo. Visitaría todos los pueblos venezolanos, desde el Este hasta el Oeste, de Norte a Sur. Templo por templo. Ciudad tras ciudad. Monumento tras monumento. Posteriormente, lo haría de la misma manera, hacia Colombia, Ecuador y Perú. Finalmente, invitado por México y muchos otros países –como delegado de la Unesco. Lo hacía siempre acompañado de un topógrafo. Midió las edificaciones en su totalidad y las analizó, una a una. Con los años también iría con los estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela. Documentó todas las construcciones con fotografías y planos.

Involucrado de inmediato con la sociedad local, Gasparini propone al Gobierno Nacional, en la persona del Ministro de Educación de la época –abogado José Loreto Arismendi–, un pabellón venezolano en Venecia y a Carlos Raúl Villanueva para la ejecución del proyecto. Pero este estaba ocupado con las obras de la Ciudad Universitaria. Entonces Gasparini propone a Carlo Scarpa. Básicamente porque estaba en Italia y podía supervisar directamente la obra. Actualmente ese pabellón es Patrimonio Mundial de la Humanidad por parte de la Unesco, por ser una obra emblemática del maestro Scarpa. La apertura del pabellón venezolano en Venecia significó la primera vez que la obra de Reverón se exhibe en Europa. Y el privilegio para Venezuela de poseer uno de los mejores pabellones de la famosa Bienal.

La casa Ponti

Recién llegado a Venezuela, un día recibe una llamada de Armando Planchart, quien estaba construyendo la famosa casa “El Cerrito” en Lomas de Mirador. La casa proyectada por Gio Ponti (Italia, 1891-1979) estaba en estructura. Pero su contratista tenía problemas. Todos los planos y detalles estaban en italiano. Nadie entendía nada. Planchart invita a Gasparini a supervisar y coordinar la obra. Este acepta y le explica que, en Italia, había métodos diferentes de construcción. Gasparini no solo adaptará los planos a la forma de construir local, sino que hará muchas especificaciones en la obra. El día que se inaugura la casa, fue un 22 de enero de 1958, estaban presentes, además de sus propietarios, el propio Gio Ponti, Gasparini y la hermana de Anala, Isabel Braun de Uslar –la esposa de Arturo Uslar Pietri. La señora Uslar estaba muy preocupada viendo hacia el Oeste. Desde el jardín –que posee una vista privilegiada de la ciudad de Caracas– se observaba que la sede de la Seguridad Nacional –la policía política del presidente Marcos Pérez Jiménez– se estaba incendiando. Uslar Pietri estaba ahí preso desde hacía unos días. Sorpresivamente, Uslar aparece en la casa. Había sido liberado. El hecho se convirtió en una verdadera fiesta. En la madrugada del 23 de enero de 1958, el propio Ponti observa que se encienden las luces del aeropuerto de La Carlota y advierte que el tirano se iba en la famosa “Vaca sagrada”.

Los arquitectos venezolanos

En Venezuela, de inmediato, hace relación con los arquitectos. Fue amigo de Carlos Raúl Villanueva, Tomás Sanabria, Moisés Benacerraf, Dirk Borhonst, José Miguel Galia y Oscar Carpio, entre muchos otros.

Tras la apertura de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela se crea una comisión que decide que había que incluir estudios de historia de la arquitectura y estética. Gasparini fue fundador del Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas de la FAU de la UCV. De inmediato invita a Carlos Raúl Villanueva a ser parte de ese cuerpo de profesores. Ambos serán profesores emeritus, en clases que aún rememoran los que fueron sus alumnos. Villanueva daba clases de Historia de la Civilización –con imágenes comparadas del pasado y presente–, para motivar a los estudiantes de reconocer signos comunes en todas las épocas, sus valores y similitudes. Y Gasparini dictaba clases de Historia de la Arquitectura Prehispánica y Colonial de Iberoamérica. Unas clases en que se disfrutaba no solo el hecho de ser relatadas por el propio restaurador, sino porque narraba cómo concibió cada obra y, por si fuera poco, iluminadas con sus fotografías.

Su vida personal

Al poco tiempo Gasparini contrae nupcias con la venezolana Olga Lagrange. Importante socióloga, que fue pionera de los estudios de sociología en Venezuela. Tienen tres hijas: Sylvia, Marina y Alessandra. Ella fallece de una penosa enfermedad. Se casa nuevamente con la antropóloga norteamericana Louise Margolies, con quien tiene su hijo, Graziano. Ambos escriben juntos importantes libros, donde ella desarrolla la parte antropológica y él, la de historia de la arquitectura.

La crítica de arquitectura y de arte

El maestro Gasparini ha documentado todas las iglesias y monumentos coloniales de Venezuela. Y casi todos los de América Latina. Ha sido un investigador acucioso que se ha trasladado hasta el Archivo de Indias, en Sevilla, y el Archivo Militar en Madrid –para documentarse con los planos originales de cada edificación. Ha analizado todas las técnicas de construcción de la España colonial. Igualmente, los trazados y métodos de los incas y otras civilizaciones prehispánicas. Reconoce en la inca la civilización que más le ha impresionado. Para ello publicó un libro, Arquitectura inka, junto con su esposa, que es referencia para el estudio de esta cultura. Desde su primer libro, Templos coloniales de Venezuela, percibió en nuestras iglesias que, pese a su modestia y austeridad, tienen una impronta peculiar. La razón del ascetismo de las mismas deriva en que no éramos sino una modesta Capitanía General. El dinero que llegaba a España provenía de los Virreinatos. Y las poblaciones allí eran más importantes. Sin embargo, nuestras edificaciones las analiza, observa que el 100% de los techos de nuestras iglesias poseen el techo árabe musulmán, de pares y vigas, y se realza el portal. Muy pocas tienen acceso al campanario por el exterior. Mira sus acabados, sus pisos, las pocas tallas y pinturas que las engalanan. Documenta todo lo existente.

Gasparini conoce todas las iglesias y edificaciones coloniales. En cada pueblo, en cada pequeña región, pasó por ahí y dejó su huella. Actuó como el andarín visionario que, paso a paso y sin prisa, aprecia y analiza los detalles. Habla que las mejores iglesias venezolanas son las de La Asunción (1528), Coro (1583), la Capilla del Calvario de Carora, Clarines, San Antonio de Maturín y Trujillo. Celebra el hermoso trazado de la ciudad de Coro. Pero además resalta que el Castillo de Araya es el mejor monumento que le deja España a Venezuela. Conoce todas sus plantas, sus torres, sus naves y antecedentes. Rescata la obra de los hermanos Antonelli y averiguó los nombres de cada uno de los monjes que construyeron las iglesias. Percibe la honestidad de cada una de ellas. Lo cuenta con pasión, con determinación. Posteriormente, ya en comisiones de la Unesco, lo haría en toda América Latina.

También la crítica de arte y arquitectura la ha practicado con pasión, con honestidad. Sabe que la única posición posible es la verdad. Y ser leal a sí mismo. Una crónica suya pasa a ser de las más comentadas e incisivas. Suele ser más duro con los arquitectos y profesores universitarios. Memorable la crítica que una vez hizo a las intervenciones arquitectónicas en Apartaderos, en un ensayo que tituló “Cursitectura” –para resaltar cómo un hotel estaba afectando la silueta urbana del bello pueblo merideño. O la que realizó para reclamar la intervención con grafitis en el Pabellón de Venezuela en Venecia, en el año 2012, donde un arquitecto –premio nacional de arquitectura– hizo una de las peores representaciones en la historia de ese evento. Afectaron el pabellón para hacer un panfleto político. Igualmente, en 2011, un grupo de funcionarios utilizando que la ciudad de Coro fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Unesco afirmaron, de manera política, la lamentable afirmación de que Coro era una ciudad de tierra. Gasparini los refuta diciendo que Coro no es excepcional por el barro, sino por “ser el conjunto más importante de monumentos de la época española que existe en toda la longitud de costa comprendida entre el Cabo de la Vela y la desembocadura del Orinoco”. No en vano fue el postulante en 1999. Recientemente también protestó airado cuando otro arquitecto, en una nota de prensa, habló de “crear espacios” a la ligera. Olvidó que los espacios no se crean, sino que se controlan. Estas notas pueden ser demoledoras, pero, sin duda, de una claridad que traspasa el tiempo. Nunca pierden su vigencia. Porque está consciente de que a lo único a que se debe ser fiel es al sentido de la historia. Pocos lo entienden y asumen.

Y aún así, tiene la humildad de reconocer, en sus escritos, que muchas de las afirmaciones que hizo en el pasado, ahora, con la madurez y sabiduría de lo vivido, merecen correctivos. Y los reescribe con esas nuevas investigaciones. Notable.

La restauración

Gasparini es un hombre del renacimiento, en el sentido de ser un profesional múltiple. Artista, arquitecto, restaurador, crítico de arte y arquitectura, escritor de más de sesenta libros, profesor universitario, fotógrafo. En todas las disciplinas que emprende destaca. Domina el idioma de tal manera que de inmediato tiene miles de sinónimos para la misma palabra. Todos los días lee todos los periódicos que puede. Se interesa por todas las exposiciones, por las nuevas obras, las sigue, ve su evolución y la involución, en obras recientes. Difícil poder determinar en cuál área se destacó más pero si nos piden una elección, sin duda, hay que reconocer que su trabajo como restaurador y rescate de la memoria arquitectónica iberoamericana es monumental.

Ya convertido en una autoridad mundial en las restauraciones de arte es llamado por diferentes países del continente americano. En esos foros internacionales ha sido un gran crítico de la instauración de normas para la restauración de un monumento. Son célebres sus frases de “sentir el monumento” o “respetar el monumento” –que son, además, títulos de dos de sus libros. ¿Qué quiere decir con ello? Que cada edificación obedece a una concepción e implantación diferente. Si nos ceñimos a una regla muy probablemente el resultado será muy mediocre. Por esta razón se opone a la instauración de ordenanzas que alejan al restaurador de su esencia. Y exalta que los restauradores tengan un gran conocimiento de historia, de urbanismo, del uso de los materiales, de las policromías y de tener mucho cuidado con las modificaciones. Hay que tener un respeto por lo que existe y restaurar siempre con un sentido de convivencia.

Llama a la exaltación de la sensibilidad del restaurador como un individuo que sea capaz de superar sus propias capacidades y entender que debe responder a un entorno, a una escala, a unas proporciones, a unos materiales. No hay reglas, sino las que dicta la obra. Por ello hay que estudiar mucha historia. Enmarcarse en su tiempo. Y darle una respuesta actual que permita que la edificación se adapte a los tiempos y se les dé un uso. No se trata de soluciones estereotipadas o recalcitrantes. Se trata de dar soluciones ajustadas a los tiempos, pero respetando su naturaleza.

Igualmente llama a las autoridades de cada región y a las eclesiásticas a acatar los lineamientos del restaurador. Más allá del respeto que nos merecen las autoridades eclesiásticas es muy importante que exista una interacción constante entre el arquitecto-restaurador y los clérigos. La misma apreciación va con las autoridades. En estos asuntos no priva la política, sino entender que las obras se rescatan para los ciudadanos y para preservar la memoria histórica.

El maestro siempre fue abierto con los jóvenes. Con la humildad que da la sabiduría, siempre los recibe en su casa. No habla de los miles de reconocimientos, ni de los doctorados honoris causa, que ha recibido. Tampoco que es Premio Nacional de Arquitectura, ni Premio a la trayectoria de la crítica. Su única preocupación es la de defender las edificaciones de los primigenios y que las nuevas generaciones adquieran conciencia de la importancia de rescatarlas y defenderlas. Todos los días realiza un nuevo estudio. Un nuevo aporte. Anda en nuevas búsquedas. Y sigue publicando libros, con nuevas investigaciones.

La fotografía

Desde Italia, Graziano era aficionado a la fotografía. En Italia su padre le obsequia una cámara Leica –la mejor para ese tiempo. Rápidamente se convierte en un maestro de la fotografía. Manejo de encuadres, enfoques, tomas, composición, luces. Documentó todas las edificaciones con esas fotografías. Hoy es uno de los maestros de la fotografía nacional.

Para 1952 se comienza a publicar una revista que fue fundamental para la difusión de la cultura, de esa década. Fue la revista Shell (1952-1962). De aparición trimestral y patrocinada por el Grupo Dustch Shell. Su primer director fue Vicente Gerbasi, pero después de cuatro números publicados, lo sustituye Julián Padrón –un escritor e intelectual muy conocido en la época. A partir de su llegada se abre una sección dedicada a la fotografía. Su primer artículo era revelador de un sentimiento general: “¿Es un arte la fotografía?”, de autor desconocido. Los primeros fotógrafos incluidos en esos espacios fueron los miembros del Club fotográfico de Venezuela. Allí aparecen las primeras crónicas importantes de fotografía con imágenes de Leo Matiz, Carlos Herrera, Carlos Puche, entre otros. Gasparini comienza ahí a escribir sus primeras crónicas de arquitectura que ilustra con sus fotos.

Posteriormente, se edita la revista Farol (1939-1975) patrocinada por la Standard Oil Company. Una revista que fue puntal en el desarrollo y la difusión del arte en Venezuela. En los años 50, Alfredo Armas Alfonzo asume la dirección general y la dirección artística es liderada por Gerd Leufert. Desde ese momento se mejora el contenido de la revista y se añaden artículos de arte y de literatura, incorporando importantes imágenes gráficas de Leo Matiz, José Sigala, Bárbara Brandli y Graziano Gasparini. Las firmas de Farol fueron muy importantes para la cultura venezolana: Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Alfredo Boulton, Tito Salas, Guillermo Meneses, Rafael Pineda, Jesús Soto. En esa importante revista tres artistas fueron impulsores del nuevo diseño gráfico de ese tiempo: Carlos Cruz-Diez, Gerd Leufert y Nedo M.F.

Para 1954 arriba a Venezuela su hermano Paolo, quien desarrollaría una importante labor documental en el campo de la arquitectura y de testimonio de ese tiempo. Sus trabajos fueron publicados en la revista La Cruz del Sur. Paolo relata la dignidad humana en personajes populares y, más adelante, la ciudad y su arquitectura. Graziano reflejará la arquitectura, la sobriedad de las iglesias y sus ámbitos. Utilizará la fotografía como herramienta didáctica para sus clases y libros. Con ellas documentará no solo el estado en que encontró el patrimonio arquitectónico, sino cómo quedaron luego de restauradas. También, dolorosamente, las intervenciones posteriores, tanto de clérigos como de representantes gubernamentales.

El arquitecto

Muchas son las obras que proyectó Gasparini en Venezuela. A los efectos didácticos referiré cuatro edificaciones de las cuales, lamentablemente, una de ellas fue demolida. Las otras –quizás peor aún– fueron víctimas de la “modificación” por parte de sus propietarios y/o regentes.

La demolición se refiere a un edificio de viviendas ubicado entre la avenida Principal de La Castellana y la avenida Francisco de Miranda. Un edificio con un aire muy del norte de Italia. La cubierta se prolongaba al exterior, con un fino alero muy pronunciado y planta de funcionamiento eficiente. Quizás una de sus mejores obras fue objeto de demolición, para construir un edificio de oficinas y centro comercial.

La siguiente edificación corresponde a la que fue su casa de habitación en Chuao. La vivienda tiene sus reminiscencias coloniales y son muy manifiestas las angulaciones, de los salientes de los aleros y en los muros perimetrales facetados. La vivienda llamada Paraguaná es actualmente irreconocible. Fue declarada por la Alcaldía de Baruta como patrimonio municipal. Nada de eso se consideró. Siendo cambiado su uso por clínica, alterados los muros perimetrales, excedida en las áreas, irrespetados los retiros y perforadas las aberturas, actualmente es una verdadera caricatura de lo que, inicialmente, fue. Triste. Se perdió una bella casa, al igual que muchas hermosas casas de la zona.

Dos iglesias contemporáneas, realizó. Una en San Bernardino, en la cual tuvo que adaptar una estructura existente de un templo, que nunca se construyó, y solo la experiencia de Gasparini supo salvar las dificultades que significaban unas proporciones erráticas. Su planta consta de tres naves, un baptisterio en la entrada y la sacristía al fondo, con ventanas abocinadas y techos muy pendientes. Los vitrales y el mobiliario también fueron diseñados por Gasparini. Lamentablemente, los sacerdotes regentes modificaron la fachada, para edificar unos locales comerciales, dañando severamente el frente.

Finalmente, la Iglesia de San Luis Gonzaga en Chuao. También patrimonio de la Alcaldía de Baruta y Patrimonio Nacional. De nada sirvió. Las sucesivas intervenciones de los párrocos han venido alterando la bella edificación. A pesar de tanta “transformación” aún quedan trazos de la bella iglesia. Nos preguntamos si será posible que en los cursos de preparación sacerdotales no sería interesante incluir un curso de historia de la arquitectura colonial venezolana. Los novicios son los futuros presbíteros de cada una de nuestras iglesias. No sería una mala idea.

La planta de la iglesia de Chuao es una sola nave con nichos y ventanas abocinadas. Estas están bellamente policromadas, con campanario externo. Una especie de síntesis sincrética de todas las enseñanzas y experiencias de tantas iglesias que recorrió en nuestro país.

Las afectaciones de la obra arquitectónica de Gasparini deben llamar a la reflexión. No es un caso único. El país está lleno de estos desafueros. Los ciudadanos no respetan, la jerarquía eclesiástica tiene que revisar esas actuaciones anárquicas. Si se necesita hacer modificaciones, con cualquier razonamiento hasta los más elevados, hay que llamar al proyectista o, en su defecto, buscar asesoría profesional. Tampoco las alcaldías son vigilantes de las ordenanzas, ni siquiera respetan sus propios dictámenes al declarar bienes de interés arquitectónico que no preservan. De esta manera, estamos acabando con nuestra memoria.

Gasparini pintor

A su llegada a Venezuela al iniciar el recorrido por nuestros templos y otras edificaciones coloniales se impresiona con estos. Percibió la honestidad de nuestras sencillas construcciones. No tienen la magnificencia de las obras en Europa, pero siente que en esas tapias hay una huella de trabajo, sudor, silencio, vida y muerte. En esa querencia pinta la sencillez de las capillas, la pavorosa soledad y abandono del entorno. En una primera etapa, las composiciones son simples. Como la austeridad del desposeído. Edificaciones solas en los descampados. No hay hombres, pero se percibe su huella. Soledades en lugares agrestes. Esa fue la obra que nos mostró hasta 1982. Y el maestro se dedica, en ese lapso, a sus libros y restauraciones. Pero luego, después de restaurar la Hacienda Las Virtudes (Paraguaná, Edo. Falcón), en la placidez del desierto y, después de dieciocho años sin exponer, decide, en el año 2000, volver a hacerlo. Desarrolla una obra más compleja. Pinta los azules de unos cielos infinitos en un lugar donde la sequía es prolongada. Había estudiado los colores de la colonia: blancos (del cardón), añiles, rosados (de la arcilla) y ocres –que vienen de las islas caribeñas. Observa que la deslumbrante luz proyecta sombras con figuras geométricas que armonizan con la composición. Analiza la geometría de los hastiales, las prolonga más allá de la obra y las repite, en un segundo plano. La vida (hombres, mujeres y animales) son sombras, ánimas, destellos de vida. La áspera naturaleza es más fuerte que el hombre. Tunas (Opuntias) y abrojos (Tribulus terrestris) fueron el único alimento para el hombre y animales. Plasma en un paraje acre la civilización de una casa de hacienda. Blanca como la cal de sus muros y amarilla como la huella de las viviendas de las islas holandesas. Memoria del pasado de un comercio pujante. Permanencia y respeto en la evocación del arquitecto –ahora plasmado en pintor–, conmovido ante sus paredes. Sensibilidad ante el monumento que rescata para que no pase el olvido. Mirada del artista que observa la edificación desde la resolana. Impresionado ante su belleza, la pinta con respeto y admiración. Ya no hay silencio sino permanencia.

Conclusiones

Restaurar no significa intervenir y modificar. Es un acto de naturaleza muy importante. Significa “abrazar” la edificación. Rodearla. Estudiar los hábitos de ese momento, materiales, clima, urbanismo y la historia del lugar. Es “percibir” el monumento. Analizar los espacios y las proporciones, la escala urbana, los colores y las texturas. Un acto para naturalezas muy sensibles, que no quieran imponer su impronta propia, sino dejar una lección de memoria pública.

No se trata de hacer “revival” kitsch. Ni colocar retablos, ni mobiliarios nuevos rememorando lo viejo. Tampoco intervenir los retablos, de manera arbitraria. Puede ser que exista una talla de interés. Y el restaurador la realce con elementos actuales. Es valorar lo que existe, sin más abalorios que destacar lo auténtico. Paralelamente, hay que saber implementarlo de la manera que permita la convivencia con lo contemporáneo. Que no haya confrontación entre lo viejo y lo existente. Pero además hay que hacer estudios locales específicos: materiales de la zona, perdurabilidad de los materiales, acción y conocimiento de las condiciones climáticas de cada zona. Analizar la declinación solar y el clima. Uso de materiales locales, que convivan con lo existente. Las iglesias deben ser restauradas conociendo los hábitos, oficios religiosos y costumbres locales. Es invocar el más alto sentido de la sensibilidad.

No se puede hacer restauración si se carece de una percepción especial. Porque al monumento hay que respetarlo. Lo contrario significa una gran alteración no solo de la edificación, sino un mal ejemplo educativo a las generaciones futuras. Y lo más importante educar a la colectividad. Porque se hizo esto. Porque se hizo aquello. Para que se entienda y respete. Y los usuarios también deben respetar las decisiones del arquitecto-restaurador, para preservar la memoria colectiva.

De todo lo anterior prevalece que lo más resaltante de la dilatada trayectoria del maestro Graziano Gasparini es su aporte histórico y de rescate al arte prehispánico y colonial latinoamericano. Se puede decir que todas las disciplinas que une se fundieron para hacerlo un extraordinario restaurador y documentalista. Los latinoamericanos le debemos mucho a este maestro –con toda la grandeza que implica ese nombre–, que aun vibra con una nueva exposición o una nueva obra de arquitectura. No hay mejor forma de agradecerle su aporte que leyendo e interpretando su inmensa obra bibliográfica y recorriendo, silenciosa y lentamente, las calles de Coro, el Castillo de Araya, la Iglesia de Píritu, Clarines o Trujillo. Los más afortunados podrán visitar el Cuzco con la guía de su libro. Pero no hay duda de que, en cada obra, dejó una hermosa huella, el paso del caminante.

Imágenes

No. 1. Graziano Gasparini. Fotografía de Paolo Gasparini

No. 2. Capilla del Calvario. Edo. Trujillo. Fotografía de Graziano Gasparini

No. 3. Hacienda Las virtudes. Edo. Falcón. Fotografía de Graziano Gasparini


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