Todos conocen el episodio dramático sufrido por el país, debido al súbito acceso de locura que desquició la personalidad de doctor Diógenes Escalante (1879-1964) el 31 de agosto de 1945 y que lo inhabilitó para aspirar a la presidencia de la República. Los detalles del grave traspiés han sido trasmitidos a la posteridad por el secretario de Escalante, el doctor Ramón J. Velásquez (1916-2014), quien fue testigo de primera mano cuando se disponían a asistir a la reunión de la mesa directiva del PDV, donde se oficializaría la candidatura.

Menos divulgado, pero también muy verídico, fue en aquella ocasión el papel desempeñado por el médico especialista en psiquiatría Francisco José Herrera Guerrero (1902-1950).

¿Quién era? Doctor en Medicina graduado en la Universidad Central de Venezuela (1926). Ejerce su profesión en los Valles del Tuy (1926-1928). Partió a Europa a especializarse en Psiquiatría (1928-1934). A su regreso a Venezuela es nombrado jefe de servicios del Hospital Psiquiátrico (1935-1948), y asume la dirección del hospital en 1948. Propulsor del primer curso de postgrado de Psiquiatría de la UCV. Elegido miembro de la Academia Nacional de Medicina (1950), silla que nunca ocupó pues muere antes en España.

A él acuden los familiares del enfermo. Gracias a su experiencia en la materia y por ser florido el cuadro patológico del enfermo, Herrera Guerrero exclama, sin vuelta de hoja:

“¡Locura!”.

Todos los preparativos para lanzar la candidatura presidencial de Diógenes Escalante quedan de inmediato paralizados. El PDV suspende su convención. El PCV enmudece. AD duda. Los militares metidos en un plan subversivo dicen luego que ellos siguieron en sus planes.

Y la familia de Escalante rechaza el diagnóstico médico. Era hasta cierto punto natural que lo hiciera así, pero no se justificaba de ninguna manera el empecinamiento. 

Debe decirse que dicho psiquiatra fue llamado de urgencia por la familia Álamo Ibarra. Y Escalante, que está casado con Isabel Álamo Ibarra, es llevado a la casa de ellos, la quinta Los Álamos, en la urbanización Campo Claro.

Herrera Guerrero, como todo médico, escribe su diagnóstico y llama a su padre, el también medico Andrés Herrera Vegas (1871-1948), un paladín en la lucha contra la tuberculosis, quien casualmente, días antes, había recibido un homenaje de instituciones y academias al cumplir sus bodas de oro profesionales, para que oiga su conclusión. El padre le responde:

“Ese es tu diagnóstico de esquizofrenia, asume tu responsabilidad y duerme tranquilo”.

Oye también su hijo, Francisco José Herrera Luque (1927-1991), a la sazón con 18 años de edad.

Los familiares lanzan frases duras contra el psiquiatra. Entre ellos, se destaca Ángel Álamo Ibarra (1889-1970). La esposa, Isabel de Escalante, decía que Diógenes no estaba loco sino que lo habían envenenado con plomo. De esa acusación es testigo la señora Josefina Márquez de Galavís.

La noticia circula a toda velocidad. Escalante no sale de su estado de estupor. Un familiar suministra entonces, para aquietar los ánimos, una versión según la cual se sintió cansado después de almorzar el 1 de septiembre en el hotel Ávila y prefirió irse a la quinta Los Álamos. La verdad es que el 2 de septiembre sufre otra crisis nerviosa aguda, y diversos médicos acuden a verlo, entre ellos Julio Criollo Rivas, Félix Lairet, el profesor Pines, especialista en hígado y bazo, y Herrera Guerrero. Siguen circulando diversas noticias sobre el verdadero estado de Escalante.

También, los dirigentes de AD, Rómulo Gallegos, Betancourt y Leoni, un tanto escépticos, acuden a la quinta Los Álamos a ver a Escalante. Y en un editorial del diario La Esfera, su director, Ramón David León, recoge la versión de quienes afirman que el virtual retiro de Escalante no es por enfermedad sino por la negativa del PDV de aceptar sus condiciones para asumir la postulación. A todas estas, en ningún periódico se habla de demencia, o locura, o alienación. Sólo uno relata, sin aclarar nada, que la enfermedad se llama esclerosis en placa.

El presidente Medina, a través de su secretario Pedro Sotillo, convoca a una cumbre en Miraflores a Uslar Pietri, Gallegos, Betancourt, Jóvito Villalba y otros líderes políticos, quienes aceptan el nombramiento de una junta médica, integrada por varios de los galenos mencionados, más León Mir y Enrique Tejera, y presidida por Francisco Herrera Guerrero. El diagnóstico de la junta médica es, otra vez, terminante: demencia.

¿Qué fue de tanto galeno, de tanto personaje?

Diógenes Escalante, su esposa y sus tres hijos emigraron a los pocos días a Miami. Más nunca regresaron a Venezuela. Él murió allá en 1950.

Ángel Álamo Ibarra se asomó a la vida social por unos momentos en la ocasión en que coronó, siendo presidente del Valle Arriba Golf Club, a la guayanesa Sofía Silva como la primera Miss Venezuela, en 1952.

Ramón J. Velásquez, secretario por carambola de un precandidato presidencial, pasó a ser presidente provisional de la República en 1993-1994.

Francisco José Herrera Luque fue destacadísimo escritor, novelista, historiador.

Y Francisco José Herrera Guerrero sobrevivió apenas unos cuantos años al insólito episodio de ver cómo el ejercicio de su profesión introducía una cuña que paralizaba la marcha del país y daba otro rumbo, sin que él lo quisiera ni proyectara, a la sucesión de un nuevo primer magistrado. Quizás para salir de aquellas angustias, emprende cinco años después un viaje a Europa en compañía de su esposa María Luisa y de su hija Beatriz Herrera Luque. Visita Francia, sigue a España, tiene 47 años de edad. Está hospedado en Granada. Le gusta mucho la ciudad, así se lo comenta a su esposa:

“María Luisa, tanto me gustó Granada, que creo que me quedaré aquí”.

Un día, baja a leer el periódico, pero rueda por los escalones víctima de un infarto fulminante.

Ya no puede hacer gala de la breve pero estrecha amistad que ha anudado con el poeta Pablo Neruda en el viaje trasatlántico que los dos compartieron a bordo del vapor Argentina Star, desde La Guaira. Neruda viajaba con otra documentación, un poco abatido, en compañía de Delia del Carril, “La Hormiguita”, su esposa.

Al enterarse de su muerte, Neruda escribió estos versos de epitafio:

Pancho de Venezuela

El Dr. Francisco Herrera debe ser recordado seguramente como el gran médico que fue.

Yo lo recuerdo como Venezuela.

Para mí solo era Pancho y era Venezuela.

Yo pasé de largo siempre por Venezuela, por el aire o por el mar;

o por algunos desterrados en Chile, ya chilenizados o evaporados,

o por La Guaira

Puerta sórdida de las anchas y generosas regiones.

Cuando en la India recibí una carta

¿De dónde era? ¿De Maracaibo?

de alguien que me leía, sentí escalofrío de una llamada a tierra, de lo que me llamaba.

Pero nunca fue y no sé si será.

Mientras tanto conocí en un barco a Pancho Herrera. Y una tierra se me reveló. Este hombre

sabio y popular, era ancho, generoso y alegre. Era una geografía entera, llena de grandes

árboles y niños, manantiales y pueblos.

Su simplicidad estaba llena de ciencia, su ciencia estaba dispuesta a volcarse para todos.

Parecía apolítico pero su sentido común esencial le permitía ver más allá y más acá del

horizonte, y muy a las claras.

Su alegría llenaba el barco, se transmitía como una fuerza natural.

“Para mí solo se llamaba Pancho y era Venezuela”

Y cayó de pronto, como un árbol derribado por un rayo.

Su ancha alegría se extendió de golpe en la tierra, y yo desde muy lejos escuché estremecer el

suelo americano con el gran follaje que caía, mientras miles de hojas y pájaros volaban en el aire

acompañando a Pancho de Venezuela”. 


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