La pregunta es recurrente en las conversaciones cotidianas. Versa sobre por qué el mercado del arte lo dominan los dealers, las ferias de arte y los medios relacionados con el arte. Y por qué no son los críticos e investigadores de arte quienes dan esa pauta –como la lógica llama. La otra interrogante se refiere a por qué las obras de artistas y arquitectos que no poseen un mayor aporte, y se basan en banalizar sus propuestas, figuran entre las más costosas y solicitadas a nivel mundial.

Muchas veces se hace necesario utilizar elementos escatológicos para estremecer a la gente y hacerlos reaccionar ante los hechos. Lo hizo Duchamp hace más de un siglo cuando expone un urinario, en 1917, para denunciar que es el arte quien debe mandar y no el entorno en que se coloque. Fue un provocador. Pero lo hizo tímidamente, no colocó su firma, sino R. Mutt. Iniciaría así el concepto en el arte. Y todavía hay quien no entiende su significado. En 1974, el director Luis Buñuel, en la película El fantasma de la libertad, recrea una cena elegante en donde los invitados estaban sentados en urinarios, conversando sobre productos tóxicos. Y pedían, discretamente, permiso para comer en un sitio privado, insinuando que el hombre se mueve por convencionalismos sociales.

El primer urinario conocido se ubica hace más de 4000 años en Cnosos (Creta). Pero fueron los romanos quienes –ante la proliferación de ratas en la ciudad– deciden inaugurar retretes públicos pagos, aprovechando que Roma poseía drenajes de aguas negras y de aguas blancas. Lo hizo Vespasiano (9-79 d.C.). Al mismo César que hizo construir el foro romano y quiso ordenar las finanzas públicas, narra Suetonio, que su hijo Tito le reprochó cobrar por ese servicio. Entonces Vespasiano le puso sobre sus narices unas monedas con las que se recaudaba el impuesto y le preguntó si también le molestaba el olor. El hijo enmudece y Vespasiano le dice: Non olet! (el dinero no tiene olor).

Refiero estas anécdotas porque los críticos, investigadores de arte y museólogos han visto con recelo –quizás desprecio– formarse el mercado del arte. Un grave error porque los museos hacen grandes adquisiciones de obras, que merecen tener especialistas en el tema. Y, sin querer, generan una tendencia en este mundo. Lógicamente al abandonar este codiciado nicho es asumido de inmediato por algunas galerías. Estas promueven falsos artistas –a su interés–, interactuando en las subastas de arte –que son los medidores en este tipo de cosas, al igual que lo hacen las bolsas, en bonos y acciones. Para ello no solo se valen de compras ficticias en las subastas –suficientemente probado en el caso de Damien Hirst. También pagan publicidad en las revistas de arte especializadas, “seducen” a periodistas de la fuente, para que les den cobertura. Luego algunas galerías o artistas (no todos afortunadamente), que pagan a algunos críticos que, ingenuamente, se prestan, por algún pago miserable, a escribir notas de catálogos o libros. Las ferias de arte, en este momento, también son factores de atención que han pervertido su misión original. Algunas galerías inescrupulosas alquilan stand para promover nulidades o falsos artistas. Ellas se han convertido en enormes recintos, donde brilla la mediocridad, entre cientos de galerías mediocres que se apoyan en las más serias, afectando a los galeristas y artistas de trayectoria. Además se promueven unas figuras que pueden ser engañosas: el curador. Muchas veces no se trata de un crítico de arte o investigador, sino de una persona que manipula esa denominación, sin ningún tipo de trayectoria, para intervenir en el medio.

De manera paralela, en la arquitectura, algunas de las grandes firmas de arquitectos luchan, en un mundo más complejo, por sobresalir. Allí aparecen individuos que se hacen llamar promotores. No son arquitectos, ni ingenieros, sino “emprendedores”. Una nueva figura, un tanto polémica, que está por estudiarse. Muchas de las grandes firmas de arquitectura ya no son solo diseñadores en la búsqueda de nuevos lenguajes y propuestas. Tienen que generarse un entorno de marketing, en el cual los patrocinantes institucionales son clave para su proyección. Obviamente las fundaciones de los grandes museos privados son las más codiciadas. Así se genera un estereotipo. No importa que estén haciendo una clínica y su fachada se caiga a pedazos –algo que va en contra de lo que debe ser el aliciente para invitar al paciente para ingresar al lugar. Es que hay una marca. Puede ser deconstrucción o cualquier otra tendencia, y aunque en el interior brille la racionalidad en el diseño –lo cual contraviene el mensaje externo–, ese es el signo. En medio de toda esta confusión el coleccionista es el más perjudicado. Perciben que el crítico y los investigadores de arte están a niveles inaccesibles –lo cual es falso. Caen así en manos de los especuladores.

Sin embargo, aún estamos a tiempo de corregir esa anomalía. Porque ya el diagnóstico está hecho. Desde inicios de 2018 el indicador Standard & Poor ha oscilado, sin tener una trayectoria de crecimiento estable. Se indica que, a finales de 2018, hay un índice de + 2,4%, con tendencia a la baja. Comparado con ese desempeño, el índice de Art Price indica que el mercado del arte de 2018 fue + 4,3%, con tendencia al alza. Nada despreciable.

Pero hay más. En 2018 el mercado del arte ha reaccionado ante esas nulidades. El príncipe del kitsch, Jeff Koons, ha bajado de precio. A pesar de la enorme presión de sus manipuladores. Para el año 2017, Koons vendía 89 millones de dólares al año .Para 2018, bajó a 32,4 millones de dólares. Una auspiciosa señal. El escultor más vendido fue Brancusi con la pieza Retrato de Nancy Cunard, seguido de Giacometti, Calder y Rodin. Sin duda, grandes creadores.

En la pintura es Picasso quien lidera las ventas subiendo 7,4% sus cotizaciones. Warhol, 6,7%; y Monet, 3,8%. Le siguen muy cerca J.M. Basquiat y Gerard Richter. El único latinoamericano presente en el top de los 100 más vendidos es Botero con una baja de -0.3%, otro príncipe del kitsch. Esperemos que en la arquitectura las cosas también tengan esa tendencia. Quizás los promotores estén cansados de unos mantenimientos costosísimos y de proyectos que se hacen inadmisibles por su irracionalidad.

A fines del siglo XIX los coleccionistas preferían comprar la pintura “pompier”. Mientras tanto los pintores impresionistas se morían de hambre. Las sentencias del mal arte siempre están escritas y son implacables, en el tiempo. Y los críticos e investigadores debemos entender que el dinero bien empleado –como los urinarios de Vespasiano– no tiene olor.

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Fotoleyenda

(1) Pieza de Constantin Brancusi titulada Retrato de Nancy Cunard (Le jeune fille sophistiqué), de 1928. Vendida en Christie’s de Nueva York el 15-5-2018, en $ 71.000.000.

(2) Fachada de un centro hospitalario para enfermos de alzhéimer en Las Vegas. Obra del arquitecto Frank Gehry. Su aspecto exterior denota caos, pero en lo interno el funcionamiento es racional.


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