Antonio Nazzaro tiene antiguos y prolíficos antecedentes en el oficio de la traducción. Por un largo lapso traducía desde la sombra del anonimato, pero de un tiempo para acá esta labor se ha visto reforzada y visible en espacios digitales: en sus redes sociales y en la página web Centro Cultural Tina Modotti. Antonio es turinés de nacimiento, no obstante, al hablar, apretando un cigarrillo, se le cuelan modismos de México y Venezuela. Con estos rasgos dialectales se ha vinculado a territorios latinoamericanos, y seguramente, quién sabe, se añadirán otros. Su recorrido no se detiene: aumenta ahora en Bogotá, ciudad donde reside actualmente y en la cual mantiene querellas con un clima que lo empuja, pese a su ánimo, a los abrigos y bufandas.

Amor migrante y el último cigarrillo/Amore migrante e l’ultima sigaretta (RIL editores, Chile, 2018) es el primer poemario publicado de Antonio Nazzaro. Esta edición bilingüe, en italiano y español, se divide en tres partes: “Amore/Amor”; “Migrante/Migrante”; “E l’ultima sigaretta/Y el último cigarrillo”. Llega a sus 53 años de edad. No llega tarde sino a tiempo (su tiempo), con una paciencia fermentada en lecturas y estudios críticos sobre Dante y Dino Campana, en antologías, publicaciones periódicas y recitales. Su labor cultural itinerante marca, por así decirlo, su ritmo de vida.

El autor ha resumido sus motivaciones en el mismo título del libro, y desde allí propone una guía de lectura para sus propios poemas. Nos encontramos en cada texto con varias maneras de acercarse al cuerpo amado (y, para ser más precisos, deseado). Nazzaro desea echando mano de su madurez curtida de viajes y lecturas, pero esto no significa que esta forma de amar sea menos receptiva. Como toda propuesta de amor, este Amor migrante se duele, se confronta pero nunca enmudece: deja que sus costuras anímicas se vean como heridas y también como eventuales suturas.

Nazzaro también hace parte de un intento bastante frecuente en la poesía universal y que consiste en ver la quietud del tiempo como una manera de contemplación estática del amor, esto es, una posible vocación de quietud (de posesión) para ver mejor el cuerpo que ante sí –ante él– se encuentra y desviste. De allí la importancia de los detalles mínimos, que para los amantes resultan inevitables y urgentes en todos los sentidos y posturas posibles (“El corte de los ojos / y el andar descalza”). Lo he visto en T.S. Eliot (“En el punto inmóvil: allí está la danza”); en la poeta venezolana Yolanda Pantin (“Qué rigor del extasiado, / de aquel que por amor / permanece inmóvil, contemplando”) y es lo que pretende Antonio Nazzaro en varios poemas de su Amor migrante: “y el tiempo no es el pasar sino el quedarse parado del horizonte”.

Como si tratara de ofrecernos un prontuario amoroso, Nazzaro ama el cuerpo femenino (varios cuerpos y no solo uno, suponemos: cuerpos anhelados en la temprana juventud turinesa y en futuras estancias hispanoamericanas); ama desde la piedad paternal, maternal y filial, como constatamos en los poemas que dedica a su padre Vittorio, a su mamá y a su hermana Daniela; ama, a fin de cuentas, los territorios que se abandonan abruptamente por motivos vitales, laborales, socio-económicos y políticos: debido a la paulatina consolidación de poderes despóticos (su salida de Venezuela lo podría reafirmar).

El riesgo de la exposición emotiva tiene sus implicaciones estéticas, sus elevaciones y declives, una peligrosa cercanía con “lo cursi”. Es un riesgo que el poeta, cualquier poeta, ha de afrontar. En este caso, Nazzaro tiene conciencia de ello y por eso mismo apela a cierta sencillez en el decir: pulcra, eso sí, y directa en muchos casos. Nombrar el amor es tan o más complicado que nombrar la muerte; confesarse amante en un poema es más complejo, quizás, que la propia elegía ante la pérdida física. En este libro se hallan tres maneras asimiladas de ver el amor: el que se desea con pulsión sexual, el que se admira y el que se abandona, como territorio, desde la extranjería. En el fondo, una misma manera: lo que ya deja de estar en cuerpo presente, táctil, pero insiste en la memoria.


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