CAMERA OSCURA

“Las palabras hablan, los ojos miran, las miradas piensan”, nos recuerda Octavio Paz en su poema “Decir, hacer”. Carente de lente y del visor al uso en las cámaras convencionales, en la fotografía estenopeica debemos mirar con nuestros propios ojos y no a través del “ojolente” de la cámara. El dispositivo estenopeico impone una distancia entre la cámara y la visión directa que abre una compuerta al pensamiento, a un instante de reflexión. Con diafragmas tan cerrados (f/180 en mi caso) nos hacemos sensibles al tiempo que transcurre y a la luz necesaria para formar la imagen. Comprendemos a plenitud el aserto de Ansel Adams: “no se toma una fotografía, se hace”.

Es el principio de la cámara oscura que utilizó Leonardo da Vinci y otros artistas y científicos del renacimiento. El mismo principio que permitió a Aristóteles observar el misterioso fenómeno de los eclipses.

La mirada que centramos en el paisaje, intuimos va siendo recogida por el diminuto orificio en la cámara oscura, del diámetro de un alfiler. El extendido tiempo de exposición nos hace evocar al pionero Fox Talbot quien definió a la fotografía como el lápiz de la naturaleza. Suprimido el automatismo de la fotografía digital donde prevalece la acción física del índice y sin la inmediatez de la imagen en la pantalla, la mirada debe pensar el mundo que construye con la cámara. Luego, en el laboratorio, otro cuarto oscuro, ocurrirá la epifanía. Nuestros ojos expectantes verán revelarse (literalmente, la película se revela) lo que esa mirada pensó y que, ahora sí, casi como en un acto de magia, nuestros ojos ven por primera vez.

Suele ocurrir que esa mirada coincida con “la visión de la cámara”.

Pero con frecuencia celebramos la dicha del azar; una nueva paradoja, el acierto del error.

Óscar Lucien

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LLEVANZA

Decía Karl Jaspers, aquel médico que cambió la medicina por la filosofía como profesión, que, para un recluso, la aparición de un primer brote en el único árbol que quedaba en el patio del penal es la primavera.

Esto en lo relativo a cómo el hombre puede afrontar su propia soledad, cómo hacer para llevarla –la llevanza que diría Ignacio Ruiz Quintano, uno de los columnistas más brillantes del diario ABC, de Madrid–.

Cargar con la propia vida como llevanza, es hoy un neologismo, pero no tardará en convertirse en una palabra en uso que entrará rápidamente en el torrente lingüístico.

Ya los políticos comienzan a resucitar el vocablo gobernanza, y a los que no lo somos, nos basta conformarnos con manejar, en cuanto llevanza, los desatinos que cometen quienes nos gobiernan.

Atanasio Alegre

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Viernes 27 de marzo de 2015.

De la biografía sobre Simón Alberto Consalvi, escrita por Diego Arroyo Gil. Este pasaje terrible:

“Apenas lo capturan, Carnevali ya está sentenciado. Se puede decir que el mismo 18 de enero la fatalidad secuestra su suerte. Las horas que transcurren desde que ese día se despierta hasta que lo arrestan son las últimas en que de veras ‘vive’. Los meses que siguen no se pueden llamar vivir. Son la muerte adueñada de la vida. Trasladado de Caracas a la cárcel de San Juan de los Morros, el hombre comienza a consumirse. La dictadura lo somete a un sufrimiento que no se puede narrar. Un sufrimiento que las palabras no alcanzan a describir. Carnevali tiene cáncer y lo obligan a morirse como un perro. Tiene el tracto gastro-intestinal minado por la enfermedad y a pesar de los dolores no permiten que reciba la asistencia que exige su gravedad. Desde distintas partes del país y del extranjero se alzan voces que claman piedad. Es inútil. El 20 de mayo de 1953, Carnevali muere. Es un saco de huesos de 38 años de edad adherido a un camastro inundado de sudor”.

Ricardo Ramírez Requena

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HOMENAJE A TONO MASOLIVER RÓDENAS

Hay una fiesta de cometas en la playa de Masnou, pero esta ruta no discurre tanto por la luz solar como por las sombras. Las sombras de la memoria, que son las que mejor iluminan las páginas poéticas y narrativas de Tono Masoliver Ródenas. Gracias a la ruta que acaba de crear el ayuntamiento del pueblo, pueden conocerse a partir de ahora la casa familiar de las paredes curvas, los escenarios donde el escritor aprendió a leer y donde su infancia fue lesionada, los cafés donde escribe por las tardes desde que regresó de Londres.

Allí vivió y dio clases durante cuarenta años. Lo sigue haciendo desde entonces en la Universidad Pompeu Fabra. Recorro las calles del pueblo junto a los escritores Pedro Plaza y Álex Ruesta, que han sido alumnos suyos. Un venezolano, un peruano y un español: parece el comienzo de un chiste, pero en realidad es la metáfora del legado de Tono, quien se ha pasado la vida leyendo y reseñando semanalmente para La Vanguardia un libro escrito en español. Más de cincuenta al año, más de quinientos cada década. Solo así se construyen realmente espacios de diálogo iberoamericano.

La semana que viene diversos talleres y mesas redondas recordarán los años que Gabriel García Márquez pasó en Barcelona. Esta ruta es mucho más discreta pero igualmente necesaria.

Recuerda una obra personalísima atravesada por un paisaje de infancia recuperado en la vejez. El contexto donde, además de escribir novelas, memorias y poemas, un generoso crítico literario nos leyó a todos.

Domingo 7 de abril de 2019

Jorge Carrión

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POLÍTICA MINÚSCULA

El Estado puede pensarse –y representarse– de diferentes maneras. Con respecto a su tamaño, puede teorizarse como un ‘Estado mínimo’, uno que ocupa específicas y bien definidas zonas dentro de eso que llamamos “lo público”. En el otro extremo, si el Estado es más bien ‘total’, abarca con su tamaño la totalidad de la vida política y social, borrando así las líneas entre lo privado y lo público. Bajo el ‘Estado mínimo’ impera lo privado, bajo el ‘Estado total’ impera la tiranía de lo público.

Pero qué tal si pensamos el Estado no en cuanto a su tamaño, sino con respecto a sus roles y a su función. Nos adentramos en un plano más original: pasamos de pensar el Estado a representarlo a través de imágenes, metáforas, y analogías.

Si la función del Estado es preservar lo doméstico, proteger ciertas formas de vida en su pluralidad, promover la división de labores, podemos imaginar el Estado como una gran casa que alberga una extensa y muy diversa familia. Esta visión orgánica la encontramos en Aristóteles con su énfasis en el hogar como el núcleo originario de toda sociedad política. También en las primeras comunidades cristianas en su radical esfuerzo para hacerse comunidad política, y en la Iglesia como una gran casa para fieles, simulando el cuerpo y el abrazo de Cristo (claro, solo caben los fieles).

Si el rol del Estado es más bien canalizar la iniciativa privada, manteniéndose al margen de la sociedad civil, dicha entidad adquiere más bien un papel de vigilante y no de protector. La metáfora es de policía nocturno, o de árbitro de un juego de reglas claras.

Mi propia metáfora es la de un Estado como una cerca, una baranda alrededor de un terreno que nos permite saber siempre dónde empieza y, sobre todo, dónde termina su jurisdicción.

Eso, por ahora. En la próxima entrega visualizaremos las metáforas alrededor del ‘Estado total’.

Paola Romero

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O-j-o-Tres  (del sobreviviente)

Lengua, digo. Caligrafía de lo que somos. 

Narrar el presente violento. Boca de aire.

Ejercicios de equilibrio en la cuerda floja. 

Nada frena. El ojo indaga. Aflora. Pita.

Aquí somos sahumerio de lo escindido.

Somos lo que somos al deshilvanarnos.

Rotos. Dolidos pulsamos tonos graves.

Blancos y grises jalados jirones de soledad.

Orilla donde cavas y hallas las claves para

juntar los tornillos con sus tuercas al

recomponer la partitura del grito, al fin sin

cerrojos vamos sobre los pasos errantes.

Alistados para el aullido colectivo

usando el altavoz.

Creo en la palabra clavada en la tierra.                            

La que desenmascara mentiras,

la lengua que las desata.

Edda Armas

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Era una ciudad tomada por la muerte. La muerte que no llega.

María Celina Núñez


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