EL PERRO Y EL PIE. NOTA SOBRE LO INCONCLUSO

Cuando el país hervía, a oscuras, yo estaba en Madrid, otra vez frente a Las Meninas, constatando cada vez algo nuevo, cada vez una sorpresa, como si lo visto no terminase nunca.

Hoy ha sido el pie de Nicolasito Pertusato, su pierna sobre el lomo de un perro impávido, el lazo malva del calzado –un prodigio de pincelada– y las sombras ambiguas en aquel rincón con pentimenti.

Todo está inconcluso. Y este perro que no se inmuta es quizás la cifra, el símbolo, la anti-metáfora, la imagen riparográfica –deleznable por banal– de lo que permanece y es asaltado por una inesperada posibilidad de resolución.

¿Cuál es el valor político de la inconclusión, de lo inconcluso? ¿Cómo tomar el pulso de lo que está en obra y puede, o no, llegar a tener lugar?

De pronto lo que ya sabía, lo que ya había visto –a saber que en este cuadro todo es inconclusión, que todo está inconcluso, hasta el cuadro mismo– adquiere un nuevo apecto.

También está inconclusa la storia –la anécdota– tanto como inconclusa es la Historia.

El reflejo de los reyes en el espejo está inconcluso, abocetado; inconcluso el gesto de Velázquez, haciéndose; inconclusa también está la obra en la que el pintor piensa; e inconclusa, iniciándose o por terminarse, la genuflexión de la menina María Agustina Sarmiento; inconclusa en sus sombras la conversación entre Marcela de Ulloa y el señor Montes de Oca; solo no está inconclusa la mirada admonitoria de Maribárbola que se percata de una presencia inesperada, inconclusa, como la nuestra ante el cuadro. Inconcluso está el ofrecimiento de Isabel de Velasco, quien se arrodilla como el ángel de la Anunciación ante la princesa Margarita, cuyo amago de alcanzarlo es apenas legible, salvo como un gesto inconcluso. Inconcluso, en fin, el esfuerzo de José Nieto en sostener abierto el cortinaje del fondo a las sorpresas de la luz.

¿Cuál es, entonces, la valencia política de la inconclusión? ¿Qué es en política, como valor, como potencialidad, lo inconcluso? ¿Hay otra cosa en política que lo inconcluso?

Nunca antes la Historia encontró un abrigo tan doméstico, nunca se dijo así domésticamente. Todo el drama del mundo encerrado en un cuarto a oscuras. Todo iniciado y nada concluido: ni el pasado (en las mitologías borradas) ni el futuro (en el hilo de luz que viene del oriente, donde nacen los días).

Solo el golpe de un pie se anuncia en la espalda de un perro impávido, que apenas se distrae de su acédica gravitas. Apenas se inmuta. Nada se mueve. Aquel golpe de un pie sobre el lomo del animal es el golpe de suerte que abre una posibilidad de resolución: Súbito absoluto que nadie vio venir y cuyo destino nadie puede entrever.

“Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa”.

Luis Pérez-Oramas

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INTELECTUALES

En julio de 1998, mientras celebran el cierre de año académico, pregunta a un reconocido colega de otra universidad que aquel día los acompaña a quién dará su voto en la inminente contienda electoral de diciembre: “A Hugo Chávez”, responde enfático. Sorprendido por cuanto siempre lo ha estimado como a un sujeto reflexivo, cuestiona:

―¿Y eso por qué?

―Pa’ que se prenda un peo―. Luego, se fue del país.

Carlos Sandoval

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LÍNEAS RUSAS

Dziga Vertov presentó Tres cantos para Lenin (1934) diez años después de la muerte del líder soviético. No es exactamente una ilustración de la poética factual postulada en sus manifiestos cinematográficos. Más que montañas de hechos, hay allí montañas de consignas. Pero Tres cantos para Lenin es un extraordinario documento antropológico. La revolución rusa se muestra allí como un espectáculo religioso. No solo la religión del hombre nuevo y de la máquina sino la del poder. Una religión faraónica: “Lenin es como mi padre. ¡No, más que eso!”, dice alguien. La tumba del mesiánico bolchevique era ya un tótem del régimen. Una tumba sagrada: un mausoleo. Ideología como incienso y formol. Ideología, asimismo, como liturgia sacrificial. Salvo Stalin, quienes cargan la tumba de Lenin en la película serían fusilados en las purgas de Moscú.

Leonardo Rodríguez

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Las revoluciones cambian el orden de los números.

María Celina Núñez

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En el condominio organizan una reunión de seguridad “solo para hombres”. Protesto por la exclusión y me contestan con desdén que si tanto insisto puedo ir, pero que los asuntos de seguridad competen a los hombres y no a las mujeres. No voy, obviamente, asombrada de que avanzado el siglo 21 todavía estén con esas ridiculeces. D sí va y me cuenta, para mi gran placer, que no se pudieron poner de acuerdo porque comenzaron a pelearse entre ellos por otros asuntos.

Al día siguiente alguien avisa que hay un indigente durmiendo en los jardines del edificio. Bajo, le pido ayuda a un vecino y me dice que eso es muy peligroso, que mejor llamamos a la policía. Le pido ayuda al de la panadería y contesta que él no hace eso, que espere a que vengan los uniformados. Le pregunto si llamó a la policía y me dice que no, que espera que lleguen sin llamarlos. Algo así como el maná, supongo.

Me acerco al indigente, lo despierto y le digo que se vaya. El hombre se levanta mascullando algo y se va. Mientras, los vecinos machos miran a distancia, como pajaritos asustados.

Cuando todo pasa, se me acercan los vecinos diciendo: “Para las mujeres todo es fácil, si hubiéramos ido nosotros se hubiera puesto agresivo”.

Hay gente que no sirve para nada.

Violeta Rojo

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¡LI-BER-TAD!

Pasa sin obstáculos los controles migratorios en el aeropuerto. Se monta en una camioneta blanca rumbo a Caracas. Al borde de la vía de salida se agolpan, expectantes, muchas personas. De repente divisan una improvisada caravana. Se oyen vítores. Algunos se precipitan a la vía. La caravana se detiene. La gente comienza a preguntar: “¿Dónde está Juan?”. Se abre la puerta de una de las camionetas. Sale Guaidó. La gente, gente pobre o empobrecida de las adyacencias, gente que come una vez al día, comienza a gritar. No se oye petición alguna de comida, agua, medicinas. No se oyen vivas a un nuevo hombre providencial. Surge, en cambio, espontáneo, unánime, nítido, un impostergable anhelo en tres sílabas: ¡LI-BER-TAD!

Indómita Venezuela. Según Maslow y su famosa pirámide, la gente habría debido pedir comida. Según algunos sociólogos, habría debido gritar el nombre del líder. Según los chavistas, habría tenido que darle mueras al imperialismo. No. Tres sílabas que destilan una maduración forzada por veinte años de socialismo, esa opresión disfrazada de justicia. Tres sílabas que dan con el radical remedio. Tres sílabas: ¡LI-BER-TAD!

Carlos Leáñez Aristimuño


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