Nada ocasiona más daño a las humanidades que aquella tendencia que interpreta la tecnología como una suerte de apocalipsis, pues al hacerlo refuerza el prejuicio de que el pensamiento se dividiría tajantemente en dos sectores: las ciencias por un lado, las humanidades por el otro. Denominaré tal tendencia “humanismo retrógrado”.

El humanismo retrógrado es fruto de una marcada decepción: el mundo no habría tomado el curso esperado por el clasicismo. La tecnología sería la gran culpable, pues habría pervertido de manera casi irremediable las relaciones humanas. El tono de este humanismo se vuelve particularmente agrio cuando toca el tema de los avances comunicativos: la televisón por satélite o por cable, el internet con todas sus posibilidades son poco menos que nuevas encarnaciones del polifacético Satanás.

Ahora, es evidente que la tecnología ha cambiado muchas cosas. En particular, alarman los estudios sobre los efectos a largo plazo de los medios que indican que las nuevas tecnologías transforman los esquemas cognitivos a través de los cuales atendemos, captamos y ordenamos la realidad. En los niños la actitud ante el conocimiento ha variado: en consecuencia, su visión del mundo es otra. Pero –y he aquí donde radica el verdadero problema– nada se gana manteniendo una educación que de la espalda a estas innovaciones. Nos guste o no, la tecnología está ahí: promover un humanismo totalmente indiferente a tales resultados es condenar el humanismo fuera del mundo.

Como bien lo apunta Victoria Camps: “Después de la televisión –o del audiovisual– el sistema educativo no puede ser el mismo. Lo cual no significa que la imagen deba sustituir a la imprenta ni que la atención pasiva deba hacer las veces del estudio. Significa que la imagen debe ser utilizada y aprovechada para lo que vale y sirve, pues, sin duda, sus potencialidades para enseñar y educar son muchas y positivas”.

Para que la informática y el mundo de la imagen no deshumanicen, hay que aprender a usarlos de manera humana. Pero ello implica un humanismo que sepa manejarse dentro de tales innovaciones; un humanismo que no se retire del mundo encerrándose en un solitario desdén. Anota Camps que “cerrándose a la tecnología solo se consigue que esta discurra por su cuenta y según una lógica que poco tiene que ver con las necesidades reales”.

Al humanismo retrógrado debe contraponerse un humanismo sensato: la lucha se ha vuelto hoy día doble. El humanismo debe luchar por un lado contra aquella parte de sí demasiado rígida –por no decir fanática– y, por otro, contra aquellos que piensan que la tecnología por sí sola resuelve todos los problemas del hombre. Se debe, pues, evitar a toda costa el dualismo que opone la técnica a lo humano: una tecnología humana solo es posible mediante la constante actividad que yuxtapone los saberes. El humanismo sensato posee un cuerpo interdisciplinario que instruye acerca de cómo utilizar el medio en función de las consecuencias sociales, psicológicas y antropológicas.

Se trata, en fin, de educar para evitar un uso acrítico de la tecnología que afectaría no solo la dimensión ética del hombre, sino los mismos cimientos de la cultura democrática. Esto es así, en tanto que la intervención en el ámbito público del ciudadano privado transita cada vez más por los recursos tecnológicos comunicativos. El gran reto del humanismo actual radica, pues, en tratar de contestar esta interrogante: ¿cómo acercar la tecnología a los valores más entrañables de la humanidad?

_____________________________________________________________________________

Sobre la revolución bolivariana: en búsqueda de la convivencia perdida

Massimo Desiato

Comp. María Fernanda Guevara-Riera

Abediciones (Universidad Católica Andrés Bello)

Caracas, 2018


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!