a Juvencio Pulgar

Tenía pautado asistir a un taller dirigido por un pensador social de corte pragmático cuyo libro, How We Win (2018), es una guía para diseñar campañas de acción directa no-violenta. Así que me metí en YouTube a investigar a este activista y especialista en cambios sociales: George Lakey, y me encontré, inesperadamente, con sus palabras sobre Guaidó.

Traduzco su respuesta: “Tenemos un ejemplo en el líder que reclama la dirección del país utilizando la lucha no-violenta para vencer. Entonces, este movimiento de solicitar asistencia humanitaria se reúne en la frontera y luego clama al ejército por el paso, recordándole al ejército que está formado por personas de clase trabajadora con familias que también la necesitan. Esto está presionando a uno de los pilares de la dictadura para que se produzca un cambio. Estamos viendo acciones no violentas, creo, que se están llevando a cabo en la campaña de esta persona, porque el ejército ha sido un apoyo importante de la dictadura y está corrompido en el nivel de oficiales al mando. Es un movimiento brillante, hasta ahora, en la forma en que se ha desplegado”.

¿Ahora, qué tiene que ver Lakey, sus talleres y su libro, con mis claves: archivo, migrante, arte, literatura, pedagogía? Esta experiencia me interesaba gracias al proyecto pedagógico que Lakey fundó en Swarthmore College: una base de datos que registra cerca de 1100 campañas pacíficas, globalmente, que han defendido democracia, justicia económica, medio ambiente, derechos humanos, identidad étnica y nacional y la paz.

Así, como venezolana en trance de migración, confieso que recibo notificación de todos los tuits de Guaidó y cargo conmigo la convicción de que estamos viviendo lo que Lakey define como un movimiento de movimientos. O lo que mi padre, político de la cuarta república, considera uno genuino de base popular. Aunque, usando la terminología de Lakey en vez de decir popular, diríamos de acción directa cuyas resonancias ya superan las protestas y se construyen en una controversia dinámica con sus aliados y que no busca la neutralidad sino ganar encarnizadamente la democracia. Y esto no únicamente porque Guaidó sea un hallazgo, sino porque hay un pensamiento forjador y más de un equipo creativo de trabajo, con la flexibilidad de quienes han caminado una serie de fases y fracasos para arribar a un conjunto de campañas, que hoy ya puede verse como corriente crecida al punto de nación. ¿O no somos todos: gremios, partidos políticos y generaciones quienes buscamos que el cambio abra las puertas a nuestra decomisada tradición democrática? Todo sucede, no obstante, en la perplejidad de un país que padece las penurias de un terrorismo de estado cuyo aparato administrativo está corroído y quebrado.

Entonces, para Lakey palabras como democracia, protesta, campaña, unidad, incertidumbre, son un léxico vital que debe dar resultados concretos, no ideológicos. Como los logros de las tres marchas en Washington (1957-1959), en los antecedentes de M.L. King, dirigidas por el líder obrero Randolph y el pacifista Rustin, y que condujeron a: 1) aglutinar grupos trabajadores competitivos, 2) demandar un objetivo mayor, no la simple protesta, 3) enganchar aliados potenciales, y 4) darle a los activistas locales experiencia de mayorías e inspiración para continuar la lucha en casa (171).

Pero además, en estos procesos que Lakey estimula, participan tres aspectos que nos conciernen y que este activista promueve: 1) la valía de la historia personal que nos inventa cada día, 2) las acciones de educación directa pero alimentadas por la indagación en estos archivos donde los venezolanos, por ejemplo, hallamos los eventos del 28 y del 58; es decir bases de datos que nos ensamblan con recursos culturales para fomentar la curva del aprendizaje hacia el cambio y entonces “construir capacidad” –tal como el diputado Miguel Pizarro afirmaba en la calle recientemente, y 3) una visión de hacia dónde vamos “lo suficientemente flexible y dura como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño y a los sobresaltos de las conciencia” (Baudelaire), pero sin perder su orientación política, lo contrario, ganando cada día, así se disipe más de una campaña, el territorio cultural que esta mirada exige para engendrar un país que no se deje encarcelar como nos aconteció en Venezuela.


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