I.

Más que un juego de palabras, C(r)udo titula –en su complejidad etimológica– la multifacética propuesta de Luis Romero. Un proceso creativo de exploración permanente, orientado a la libre configuración de conceptos y representaciones visuales aisladas las cuales articulan en el hacer, la evidencia de múltiples connotaciones cercanas y situaciones externas que coexisten en el ejercicio abstracto de un potencial autorretrato. Mediante una efectiva economía de recursos y una factura variable, (r)omero articula con destreza un sistema de códigos individuales como registros constantes de su práctica, al integrar los referentes de la historia del arte, las estructuras vivas de su cotidianidad, la palabra como idea y el vacío como ensayo iconográfico, todo ello ensamblado a una construcción de circulación diacrónica que se desarrolla en un sistema abierto de constelaciones creativas.

Como consecuencia de un pensamiento relacional y dialógico, su trabajo emprende una incesante revisión de los diversos principios de la percepción, así como de la conceptualización de realidades contextuales. Ya desde sus primeras obras el discurso plástico se construye a partir de una puntual y perseverante recopilación y reciclaje de imágenes y objetos, textos y tipografías encontradas que –a partir del uso de soportes diversos y técnicas mixtas tales como el dibujo, las artes gráficas, la pintura, el collage y ensamblaje–, despliegan un universo enciclopédico de relaciones que provienen del ámbito doméstico y de la esfera urbana vinculadas, de igual forma, a una lógica biográfica. No obstante, el relato fragmentado que se organiza entre la palabra, la imagen y el espacio trasciende la experiencia personal para avanzar en la construcción de un imaginario abstracto y autorreferencial que nace de la imaginación.

II.

La primera muestra individual de Luis Romero en los espacios de Beatriz Gil Galería se presenta como un cuerpo de trabajo de factura reciente que reúne un conjunto de planteamientos autónomos y diversos. La serie C(rudo) –nombre de la exposición homónima– conforma el núcleo central de la propuesta museográfica. Cada uno de estos collages, desarrollados en deliberadas construcciones adheridas al papel, se articula formalmente a partir del encuentro de una sucesión de remanentes y fragmentos residuales, justo los esenciales para establecer estrechas correspondencias entre las partes constitutivas. Cada pieza preexiste en el diálogo coincidente o divergente con sus referentes, tanto concretos como especulativos, para ser reconfigurada en una nueva información. Aquí, la libre superposición de elementos recrea un efecto visual único y singular que, junto a la incorporación de materiales extra artísticos –plantillas, matrices, calcomanías, papelería y polaroids, vidrio, metales, maderas y plásticos descartados–, otorga una efectiva tridimensionalidad al plano, activando las dinámicas de representación en una manifiesta intención compositiva, concebida en el diestro manejo de transparencias y opacidades. Mediante estas estrategias expresivas, resonantes con los “combine paintings” de Rauschenberg, Romero nos revela imágenes desconcertantes cuya interpretación se deslastra de todo aquello que brinda la certeza de sus significados: no existe la evidencia de una exégesis o comentario certero, pues en ellas todo podría ser aleatorio y contingente a la vez.

En Algia, por ejemplo, ¿el diseño compositivo acaso interroga una cierta y única interpretación ilustrada del arte? La transposición de un riguroso marco negro y una expresiva pintura perforada –evidentes alusiones a Fontana, Malevich e incluso a Eugenio Espinoza– opera como detonante de un concepto amplificado y una percepción variable y versátil de lo pictórico asociado, paradójicamente, al vacío de la imagen. La dinámica de desplazamiento y circulación de las ideas se ejerce entonces mediante el recorrido virtual de una línea elástica que describe un recorrido determinado y que –como recurso– se repite en otras obras de la serie. Así, en la pieza Extranjero, la aglomeración de tapas amarillas circulares –limitadas a una cartografía de impresiones fotostáticas descartadas– en contraposición a un elemento aislado, describen simbólicamente el complejo engranaje al que se someten las tensas políticas migratorias. En cambio, en Curetaje las líneas de tensión que ejerce el impenetrable amarre infieren un proceso de contención y resiliencia, que remite a una vital e ineludible práctica auto sanadora ejercida en estos tiempos oscuros.

Conjuntamente a los postulados relacionados al campo del arte, al entorno, al artificio del lenguaje y a las estrategias neo conceptuales como fundamentos de su práctica artística, el conjunto de las cuatro series expuestas reunidas subrayan enfáticamente la noción de la ausencia como representación y lo circular como principio de una lógica sistémica.

Los Potato Eaters representan una referencia historiográfica a la conciencia de precariedad y contraste, aquella que remite a la obra homónima de Van Gogh. Construidas a partir de desechos de máculas de impresión confrontadas en una armonía de opuestos a descoloridas pinturas cuya impronta fantasmal devela, en el vacío de la forma ovoidal, la posibilidad de un retrato sin rostro. Una estrategia de vaciamiento de la imagen que se repite sobre todo en las figuras concretas que proviene del vacío/negativo de los diversos adhesivos utilizados y del uso periódico de Polaroid veladas o invertidas que se niegan al registro de la imagen en una exploración de ocultamiento y pérdida que nos aproxima al palimpsesto de un referente incondicional de viaja data: Roberto Obregón.

Ya no como figura cardinal de la geometría euclidiana ni como antítesis a las formas ortogonales, el círculo y la circunferencia protagonizan imágenes concretas para iniciar un juego de presencias y ausencias inequívocas que construyen dinámicas compositivas y se despliegan como un vehículo de comunicación, portadores de sentido y significado. Describen un movimiento cíclico de circulación y reciclaje vital.

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Luis Romero ha recibido diversos reconocimientos y su obra forma parte de las colecciones de la Galería de Arte Nacional, Museo Alejandro Otero, Museo de Arte de Acarigua-Araure, Museo Mario Abreu de Maracay, así como de la Colección Banco Mercantil, Colección Pdvsa, Colección Patricia Phelps de Cisneros (Nueva York, USA), y colecciones privadas tanto de Venezuela como de Estados Unidos, Inglaterra, España, Colombia, San Marino, Trinidad y Tobago, Francia, Panamá, Holanda y Líbano.


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