Hölderlin se sintió obligado a mantenerse en un espacio de ambigüedad, tal y como lo dice Luis Miguel Isava en el espléndido prólogo de este libro. El poeta alemán sabía de su imposibilidad de ser un clásico a la medida de la cultura griega; tampoco un romántico en el espíritu del Werther de Goethe. A él le había tocado vivir un tiempo y una lengua que padecían de una gran movilidad.

Por su parte, la poeta Verónica Jaffé sortea en esta obra similares dilemas. En sus páginas personaliza su relación con Hölderlin. Este intento le da a su voluntad de traducir un carácter muy singular. Ella vive una circunstancia parecida a la de aquel poeta: que era un “clásico” entre comillas. Hoy en día, escribir poesía no supone pisar un terreno firme, desde el cual uno pueda afirmarse con seguridad y traducir al pie de la letra. Pero además, ¿cómo hacerlo desde la encrucijada que vive el país y los vaivenes de la poesía castellana actual?

Esta traducción de Verónica Jaffé es la traducción más humana de Hölderlin que haya leído. Por su manera de practicar aproximaciones y contradicciones, siempre en el estricto registro de este poeta “clásico” entre comillas, que fue ese gran iniciador de nuestro espíritu más contemporáneo.

Hölderlin construyó un espacio poético ideal, una geografía ideal (una geo-poética), al crear en sus Cantos hespéricos esa metáfora sobre la vida como una cadena de ríos que se eslabonan unos con otros. En muchos sentidos es una metáfora de su tiempo y también del nuestro, que Verónica Jaffé nos la demuestra página a página, como si dejase su cuerpo, su vida entera, sobre estos pliegos.

Pero además, ella aborda esta metáfora de la cadena de ríos, de estas continuidades fluyentes, como una metáfora del posible sentido que ha adquirido la traducción en estos tiempos que corren. Hablo de la traducción, como una de las formas más características de la escritura contemporánea. Y de esta manera insinúa otros cauces de significaciones a los cuales arribamos navegando el delta de estas páginas. Que si bien parten de Hölderlin y su aproximación a los himnos de Píndaro, Verónica nos va acercando gradualmente a las orillas de los ríos nuestros, los de estas tierras de DES-GRACIAS, latinoamericanas y venezolanas. Aquí, entre los ríos del Amazonas o del fétido Guaire, la poeta encuentra una razón para su extravío y un motivo de expresión de su circunstancia.

Todos estos hallazgos aventurados ocurren gracias a la lucidez. Y quisiera recordar una frase de Hölderlin: “Allá donde la lucidez te abandona, se encuentra el límite de tu entusiasmo”. Y este libro, precisamente, es producto del entusiasmo y de manera muy especial del ejercicio de la lucidez.

También es un libro donde se combinan como aguas de distinto color: la disonancia y la armonía. La sobriedad y lo sagrado.

Y todo, gracias al hecho de que Verónica cedió a la posible tentación de apartarse de sí misma, para seguir siendo verdad de otra manera.

Intentó, al igual que Hölderlin, “otros procedimientos para la búsqueda de lo bello”.


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