El vehículo es un vientre que lleva en su seno, cual feto grande y soñoliento, a Camilo José Cela. Él volverá a nacer cuando llegue a su destino, y baje del automóvil en el cual se revuelven el agresivo resplandor del sol, el sueño, la sed y el olor a plástico imitación de cuero.

Es 16 de noviembre de 1982, cuando Camilo José Cela sube a El Hatillo. Se trata de un hombre construido de redondeces, que solo tiene músculos en el cerebro. Sin embargo, es ágil, ligero y optimista. Casi enroscado en el seno del auto, con los lentes en una mano (los limpia luego cuidadosamente del polvillo) ha visto a ratos que hay cadillos, helechos, árboles silvestres y vulgares cerca de arbolitos de postal; grúas levantando edificios en farallones, en barrancos, en huecos; edificios nuevos vendiendo apartamentos que muestran letreros blancos en los cristales (pintados con los dedos), apartamentos ocupados por felices compradores, que riegan sus matitas, apartamentos que se revenden porque los felices propietarios están hartos del tránsito y de pagar intereses pavorosos a la Banca y a los vendedores.

Lomos y barrigas de cerros, cubiertos de hierba tornasol, se convierten en movimientos que producen hipnosis a los viajeros, tal vez porque la poca brisa mueve con lentitud los diminutos penachos de cambiantes rosados, violetas, morados. Camilo José Cela ha visto en un abrir y cerrar de ojos todo el trópico; pescó en un autobús lento la imagen de un hombre con una Biblia esponjada de sudor en una mano. En un pequeño acto delictivo, el hombre escribía una amenaza de Dios en el espaldar de un asiento anaranjado.

―El calor no me afecta: vivo en Palma de Mallorca… además, en el trópico es lógico que haga calor. Hay gente que va a Helsinski y comenta “¡Qué frío!”, ¡y claro que hace frío en ese lugar!, no es de extrañar que en Caracas haga este calor.

Ha hecho el comentario después de que el vehículo lo ha parido frente a la residencia en la que almorzó ayer, como invitado especial de María Ramírez Ribes.

Su esposa María Rosario, a quien todos llaman Charo, se conforma con mirarlo todo detalladamente, en especial las plantas ornamentales. Una flor amarilla con forma de bailarina detiene el paso de doña María Rosario. Camilo José Cela ya ha entrado a la frescura del corredor.

Su hijo, Darwin, la universidad

Unas tres horas atrás, en el auditorio de la Facultad de Humanidades, Ramón Tamanes, Gerald Radniski, Arturo Uslar Pietri y Camilo José Cela hijo, hablaron sobre Darwin, la razón, la evolución, la ecología, la cultura. Camilo José Cela, el padre, el escritor, vino a Caracas fundamentalmente para estar presente en este foro, como parte del público, pero se enfermó, probablemente de disgusto, porque ayer, muy de mañana, le hicieron perder tiempo antes y después de aparecer en un programa de televisión.

Fue un foro interesante y caótico, como la vida moderna; interesante porque Ramón Tamanes sostuvo: “Hay inercias que frenan la aplicación de nuevos conceptos”. Radniski dijo que los valores más importantes, en la evolución de la sociedad abstracta, son la propiedad privada y la familia. Resolver los problemas de la explosión demográfica, y los energéticos, podría ayudar para que el ser humano no desaparezca de la tierra.

De todas formas dio muchas esperanzas, ya que a su juicio la vida de la raza humana tiene un futuro de mil quinientos millones de años todavía. Camilo, el hijo, se robó el interés del público, que fue aparentemente escaso, pero en realidad se rotaba: entraban cinco y salían diez.

Él habló de la razón y luego Uslar Pietri señaló que Darwin jamás escribió, en parte alguna, la palabra “evolución”. Darwin engendra a Marx al aplicar el concepto de la evolución a la lucha de clases. El doctor Arturo Uslar Pietri opina que el darwinismo ha sido más alimento para lo sociológico, lo político, que para el espectro científico, más aún en el presente, cuando se ha notado que hay un código genético que se reproduce eternamente.

Actualmente hay una gran incertidumbre respecto a qué es la vida, igual que hace siglos. Es por el lado irracional que el hombre ha logrado hacer grandes cosas. Todo esto se le comentaba al moreno barman vestido de blanco, quien estaba esperando para servir a los visitantes que acompañaban al escritor Camilo José Cela.

El moreno barman, elegante y disciplinado, con corbata de lacito, se queda ensimismado con los comentarios del foro. Su tatarabuelo llegó de África atado con cadenas en la bodega de un galeote, tal vez cantando una canción que es tatarabuela de “Ya tá empezando lo velorio, que le jacemo a Babalú…”.

―¿Cómo dijo que se llama el señor de lentes? ―pregunta el moreno barman, mostrando un interés fingido en el entrecejo.

―Camilo José Cela ―es la respuesta.

Los pecados

Para el escritor español, la literatura y la poesía siempre han respondido al momento histórico vivido. Sin embargo, ese momento histórico puede producir un reflejo literario confuso.

―Respecto al momento de hoy ¿qué cree?

―El mundo no vive, de cierto, momentos de diáfana claridad (dice Camilo José Cela) y la literatura va a remolque de ese mundo que refleja.

Se le toca el tema de que ha tenido ímpetus de poeta, narrador y humorista y es necesario preguntarle en cuál de tales aspectos se siente como pez en el agua.

―No predomina ninguno. La cabeza del hombre es poliédrica, no plana, y la luz que refleja, según la incidencia del rayo sobre vértices, aristas, es siempre muy diversa, por tanto no prevalece un matiz sobre otro.

Luego agregaría: “sin dejar de ser la misma persona, claro”. Camilo José Cela dice con frecuencia “cuidao” y tiene una agilidad mental envidiable.

El barman moreno está batiendo una coctelera con ritmo, cada vez con más ritmo, mirando hacia el horizonte que hierve.

Palabras, muchas palabras

“Chacuchucuchacu rrraaaaaaaaatttatttat chacu chacu”, suena la coctelera.

¿Y eso qué es? parece preguntar, con el puro gesto divertido de su cara, el escritor español.

En días pasados, Eutimio Martín escribió un trabajo en la revista española Quimera, bajo el título de: “Camilo José Cela, bardo del franquismo”, y recordaba el crítico a un Cela de 24 años que apareció en una recopilación franquista. En Venezuela también le tienen su cuento con La catira, aquella novela que le contrataría Marcos Pérez Jiménez por cien mil bolívares.

El humor de Cela y su calidad literaria han borrado esas historias. Él ha sido, en el humorismo de La codorniz, un explosivo de creatividad popular. Como académico de la Lengua ha hecho respetar la vigencia académica, incorporando términos que se usan con frecuencia y son producto de las capas sociales llamadas populares.

―¿Carecen de vigencia las palabras que nadie pronuncia, que ya no se utilizan? ―se le pide la opinión.

Él apunta: “Sin duda. Claro que hay palabras desterradas por tabúes y contra eso hay que luchar. No debe olvidarse tampoco que la palabra oral o escrita es ya creadora en sí misma”.

Empezar siempre

Más adelante indica que en Palma de Mallorca pasa el tiempo leyendo o escribiendo. No le gusta el agite de las grandes ciudades y ha visto que Caracas se ha convertido en un mecanismo bullicioso, como toda gran urbe.

En Palma de Mallorca escribe sus novelas de hoy, las cuales aborda con el mismo principio: “Hay que empezar siempre, estarse renovando constantemente”. Como Picasso, cree que la verdad está en el principio. El fin ya viene.

―¿Qué le gusta y qué le molesta de esta época?

―No sé… la pregunta es muy directa… me molesta el cúmulo de necesidades artificiales que se amontonan en esta sociedad de consumo… lo que más me agrada, viene a ser el hecho de que hay personas que desprecian esa actitud de consumir por consumir.

―Entre el tema y la técnica ¿por cuál se inclina al iniciar un trabajo?

―Son una misma cosa. Una mujer para tener un hijo solo necesita juventud y una determinada circunstancia: no tiene por qué saber de obstetricia o ginecología…

Camilo José Cela tiene calor, no puede negarlo. Le gusta conversar y su cerebro se lo agradece, porque es un mecanismo que devora velocidades, ideas, tiene hambre de diálogo, de pensamientos, de actividad.

Ese rey

―¿Va por buen camino España, con la elección de Felipe González?

Camilo José Cela levanta la mirada, en una órbita que podría ser catalogada como respingo.

―Y antes también estaba bien encaminada. Sí: va por buen camino. El gran cambio se da al acceder el Rey a la corona y al tener nueva Constitución.

―Pero ¿le gusta al español una monarquía?

―Esto… cuidao… en España no había ideas monárquicas… el franquismo luchaba contra esa idea. El Rey ha procedido con gran honestidad y firmeza…

¿A qué aspira?

―Después de llegar a ser candidato al Nobel y tener tanto nombre ¿a qué aspira Camilo José Cela?

―A tener la cabeza clara y seguir escribiendo, que es lo que más me gusta ―responde, con ganas de acompañar a su esposa en la observación de flores, cerca de una piscina.

―¿Cuáles pecados tiene el mundo, que le llaman la atención?

―Los anglosajones, la hipocresía; el francés, la avaricia; y el hispano, quizás la envidia… Latinoamérica no sé, no me atrevo a improvisar.

Cela cree que el buen sentido prevalecerá en cuanto al peligro que vive la humanidad de una guerra nuclear. Eso espera. Palma de Mallorca no es buen refugio de guerra. Para escribir está muy bien pero ¿bombas? nada de explosiones, macho.

En Palma de Mallorca ve, de noche, la televisión. Los noticieros, porque no es adicto a la TV. Cree que el cine es una prolongación de la literatura. “Viene de la novela, creo que sí: el cine viene de la novela, pero sus desarrollos no se obstaculizan”.

―¿Cree usted en Dios?

―En Dios hay que creer moderadamente.

―¿Enamoró a su esposa con versos?

―Los versos nunca se escriben a la legítima esposa sino a una vecina.

―¿Qué grosería dice cuando se golpea?

―No suelo darme golpes.

De todas maneras dijo dos palabrotas que son muy comunes en Venezuela. El barman negro de chaqueta blanca se acercó a Camilo José Cela. El escritor veía hacia la carpa ancha del sol que parecía fundir las montañas. Mucho más calor que cuando llegó Colón. “¿Qué puedo ofrecerle, doctor?”, preguntó el moreno barman. Camilo José Cela, de pie, con ganas de reír o bañarse, atinó a decir nada más: “Cerveza, claro”.

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(Esta entrevista fue publicada originalmente el 17 de noviembre de 1982).

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Camilo José Cela (La Coruña, 1916 – Madrid, 2002), célebre y polífico escritor español que se destacó como novelista, cuentista, periodista, ensayista, poeta y hasta autor de teatro, diarios y memorias. Entre muchos otros, entre sus títulos fundamentales se encuentran La familia de Pascual Duarte, 1942; Pabellón de reposo, 1944; Viaje a la Alcarria,1948; La colmena, 1951; Mrs. Caldwell habla con su hijo, 1953; La catira, 1955; San Camilo 36, 1969; Oficio de tinieblas 5, 1973; Mazurca para dos muertos, 1984; Cristo versus Arizona, 1988. En 1954 traslada su residencia a Palma de Mallorca y dos años después funda la revista literaria Papeles de Son Armadans. En 1957 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española y en la transición democrática sería nombrado senador por designación real. Cesaría en este cargo en 1979. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura, 1984; el Premio Nobel de Literatura, 1989; el Premio Cervantes, 1995; y en 1996 fue nombrado Marqués de Iria-Flavia por el rey Juan Carlos I.


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