Nelson Rivera: Mientras leí Diario en ruinas, he pensado en las limitaciones de nuestra capacidad para recordar. Había dejado atrás entre 70 y 80% de los hechos que usted recapitula. ¿Experimentó la sensación de estar recuperando una memoria casi perdida, mientras investigaba y escribía este libro?

Ana Teresa Torres: Esa fragilidad de la memoria, que no es como se dice un defecto de los venezolanos sino una condición fisiológica normal de los seres humanos, fue precisamente una de las motivaciones que me llevaron a escribir el diario. Registrar lo que olvidaríamos los que vivimos estos años y lo que desconocerían los que eran demasiado niños o no habían nacido todavía. Igual que el posible lector va recorriendo hechos y situaciones que había olvidado, me ocurría lo mismo al escribirlo. Algunos simplemente perdidos en mi memoria, otros trastocados en las fechas o equivocados en los nombres y circunstancias. La escritura me devolvía el testigo que había sido y que necesitaba recuperar sus testimonios. Y valga la acotación de que lo recapitulado no es ni por asomo exhaustivo. Estoy segura de que cada quien puede encontrar sus propios registros.

NR: Aunque ha escrito una cronología de la destrucción, la sensación que produce su lectura es la de acumulación: la de estar cada vez más sepultado por la cantidad y simultaneidad de los hechos. ¿Cómo se mantiene el control narrativo ante semejante avalancha? ¿Está proyectada su experiencia como novelista en este Diario en ruinas?

ATT: Es interesante esa paradoja, lo que se propone como negatividad termina por ser una acumulación. Hay que añadir algo importante en este proceso de desmemoria y es la estrategia de la proliferación de cuestiones y problemas que el régimen ha utilizado, como lo han hecho otros regímenes de naturaleza similar. Consiste precisamente en sepultar al individuo con la producción de hechos, circunstancias, fechas, conmemoraciones, proyectos, anti proyectos, noticias, anuncios, cambios, modificaciones, sustituciones de nombres y personas, falsos héroes, falsos villanos, comportamientos absurdos e inesperados y una extensa gama de sucesos comunicacionales que terminan por generar confusión y olvido, y sobre todo, desinterés. El individuo queda incapacitado para recordar, pensar, juzgar, discernir, y prefiere encerrarse en su propia conciencia. Dicho de otro modo, es una estratagema que oculta un secreto, lo que verdaderamente está ocurriendo, es decir, la destrucción de un país, de su gente y sus instituciones.

Efectivamente tiene un efecto de avalancha, y el control de la narración lo encontré en la cronología. A cada día su pena, dice un refrán francés. Seguir el curso de los días con la ayuda de guías; una, mi propio registro escrito en artículos de prensa que me permitían recordar no solo lo que iba ocurriendo sino mi perspectiva de los hechos (ya que se trata de un diario, y por lo tanto respetar mi subjetividad era clave en su composición). La otra guía fue la hemeroteca en línea y algunos recortes de prensa que guardé al estilo antiguo de recortar fragmentos de periódico.

La acción narrativa creo que puede verse en que el libro está planteado como un relato, y como tal trata de seguir una de las máximas fundamentales de la novela: que cada capítulo haga avanzar la narración.

NR: Si me permite, diré que su diario teje cuatro relatos de lo real: la acción destructiva del poder contra la ciudadanía y la institucionalidad democrática; la reacción perpleja o la resistencia de personas y grupos de la sociedad; el análisis o metaforización de los episodios o del curso de los hechos; y, lo fundamental, la presencia amorosa, quizás salvadora, de la familia y los amigos. ¿Responde esto a una estructura deliberada?

ATT: Leer el diario como estructurado en esos cuatro relatos, es una definición estupenda del libro; me inclino por pensar que esa estructura surgió de la propia escritura. Me proponía contar lo sucedido y lo sucedido era todo eso.

NR: Cuando habla de La herencia de la tribu, el 28 de noviembre de 2007, recuerda a esa mujer maravillosa que fue Michaelle Ascencio. Ambas usaban la expresión “el apostolado” para el empeño de explicar “las razones y sinrazones del imaginario venezolano”, y la vinculación de este con la revolución bolivariana. Se trata de uno de los ejes más firmes, y no siempre visibles, de Diario en ruinas. ¿Podría ofrecernos una síntesis de este pensamiento?

ATT: Siempre he pensado que una de las razones de la instalación y permanencia de este régimen ha sido la incomprensión de sus propósitos, motivaciones y estrategias, de las cuales el discurso público fue una de las más eficientes. Esa incomprensión puede tener muchas causas, y una de ellas es la negativa a creer lo que estaba pasando. Michaelle Ascencio, como antropóloga, y yo, como psicoanalista, teníamos en común el habito de ver para comprender, y de mirar con la mayor fidelidad posible lo que está frente a los ojos. Quiero decir que intentábamos destacar los elementos psicosociales y míticos que el discurso inflamaba y le daba fuerza a lo que para algunos no era sino una habladera de pistoladas, como dice el venezolanismo. Es decir, intentar articular ese discurso con el imaginario venezolano, pero entrar en eso excede el marco de esta entrevista.

NR: Usted habla de que, por momentos, la violencia que ejerce el poder carece de beneficios políticos. Por lo tanto, hay que remitirse a “la lógica de la violencia, (…) al placer perverso de herir, matar, torturar”. Mi sensación es que denunciamos a las instituciones para no preguntarnos por los hombres y las mujeres que cometen estos crímenes.

ATT: Probablemente denunciar instituciones es menos riesgoso que nombrar directamente a personas. Trabajos como el de Tamara Sujú, por ejemplo, son impensables viviendo dentro del país. También la evasión a veces oculta oscuras alianzas y complicidades. Sin embargo, en los últimos años pareciera que esa tendencia ha ido cambiando y hay una mayor individualización de la denuncia, en lo que sin duda tienen peso las sanciones contra altos funcionarios que han emitido algunos países, sobre todo Estados Unidos y Canadá.

NR: En algún momento asume como un error debatir con escritores afectos al régimen, en situaciones de extrema polarización. Pero en la entrada del 10 de julio del 2013, aborda la cuestión desde otro flanco: hay que ocuparse de lo grave y no de lo insignificante. ¿Cree que hoy tiene sentido intentar algún debate con escritores al servicio del régimen?

ATT: En la entrada que señala me refiero a un artículo que escribí a propósito de una entrevista a Ricardo Piglia, jurado del premio de novela Rómulo Gallegos que había ganado el año anterior. No escribí ese artículo porque pensara que llevaría a alguna conclusión sino porque me molestó mucho que hablara de nosotros como si supiera y calificara de estalinistas a los que no queríamos participar en el concurso. No fue un intento de debate sino más bien una catarsis. Otro tanto pudiera decir de una respuesta que mucho tiempo atrás le di a Mario Benedetti, por razones más o menos similares.

Contestando la pregunta, no creo que tiene, ni tuvo nunca, algún sentido intentar debatir con escritores afines al régimen. La ideología, la complicidad, y la falsa moral de la izquierda dogmática, con frecuencia se alzan como un obstáculo infranqueable. Todavía hoy, con toda la información que circula acerca de Venezuela, un buen número de intelectuales –sean europeos, latinoamericanos o estadounidenses– mantiene su firme defensa. En cuanto a los intelectuales venezolanos al servicio del régimen, unos (pocos) se han alejado públicamente, otros guardan silencio y quizás algunos se han expresado críticamente en medios que no conozco.

NR: En mayo del 2003, escribe una frase que es como una oración: Es necesario, es indispensable, volver a ser lo que somos. ¿Podría desarrollar esta idea de que “la vida privada ha sido nacionalizada”?

ATT: Ese año 2003 fue muy intenso en cuanto a resistencia activa de la comunidad cultural y yo me sentía secuestrada por la multiplicidad de acciones que me apartaban de los libros. Sentía la necesidad de recuperarme como escritora en ejercicio. Pero releyendo la frase veo algo diferente y es la expropiación de lo privado que todo régimen tiránico impone. “Aquí no se habla mal de…, aquí se come clap, aquí se aplaude a…, aquí estamos muy felices porque tenemos patria”, etc. El individuo va perdiendo sus propias necesidades y deseos en un discurso que lo invade por todas partes y lo convierte en un ser “nacional”. Es indispensable para regímenes de esta categoría que las personas se desprivaticen, y se transformen en instrumentos colectivos de una maquinaria “nacional”.

NR: En la entrada correspondiente al 2 de julio de 2017 dice: “solo puedo pensar cuando escribo”. ¿Ha cambiado su visión de Venezuela, después de Diario en ruinas? ¿Hay un giro, un antes y un después de este libro?

ATT: Quise decir que solo cuando escribo las ideas se articulan con claridad y desencadenan lo que estoy pensando, ahora bien, en cuanto a mi visión de Venezuela no creo que cambió demasiado por efecto de la escritura de este libro. Quizá, sí, una comprensión más ajustada de cómo se fue instalando la tragedia. Y utilizo el término en su sentido literal, ser actor y espectador de una historia que se dirige a la destrucción sin que pueda evitarse. No quiero decir con esto que la historia de Venezuela no pueda cambiar, el futuro siempre cambia, pero la destrucción se consumó y creo que no hace falta ser pesimista para reconocerlo.

NR: Por último: mientras leía Diario en ruinas, recordaba una y otra vez los diarios de Víctor Klemperer, publicados con el título de Quiero dar testimonio hasta el final. A pesar de las diferencias, hay un punto donde parecen encontrarse: la escritura como una modalidad psíquica de control, como un dique que impide que las aguas te arrastren.

ATT: El libro de Klemperer fue precisamente uno de los estímulos más importantes, si no el mayor, para escribir el Diario en ruinas. Empezando por el título, dar testimonio hasta el final, en la traducción española. Traducido al inglés es I will bear witness (daré cuenta, seré testigo), pero al mismo tiempo juega con otra acepción, soportar, cargar, tolerar. Y eso me llegaba emocionalmente en forma muy profunda. Leer aquel diario en que aquel hombre soportaba la constante humillación y el riesgo permanente de muerte, y soportarlo no solo en su alma sino escribirlo día a día para hacerlo constar para sí mismo y luego para todos los que hemos tenido la suerte de leerlo. No comparo la situación de Klemperer con la mía, porque son incomparables, pero su lectura me dejó una suerte de obligación moral de seguir su ejemplo en la medida de mis limitadas posibilidades, y desde mis referencias socioculturales que me permiten usar el humor y la digresión de vez en cuando. Hay a quienes les incomoda la persistencia en hablar y escribir lo que vivimos, y tienen por supuesto legítimo derecho a ello, pero somos también muchos los que desde distintos ángulos y en diferentes claves queremos que no se olvide –siguiendo la denominación del proyecto de Historias de todos–, la vida de nos.

___________________________________________________________________________

Diario en ruinas. (1998-2017)

Ana Teresa Torres

Editorial Alfa

Caracas, 2018


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!