Lo he observado y lo he escuchado. Y tiene la fuerza solar y la nobleza milenaria del león. Ya no es como para imaginarlo recién llegado a Salamanca, porque su figura y su hechura, su quehacer intenso y su poesía, han marcado esta ciudad tanto como ella lo ha marcado a él.

Su paso por la cultura y el alma creadora que conforman la ciudad, ha dejado sus huellas, como el agua y el viento, como los carros y la gente. Huellas de poeta, frases que van y vienen. Alfredo Pérez Alencart es un árbol sembrado en Salamanca y sus frutos son siempre poemas. Sus actos terminan convirtiéndose en obras poéticas. El poema de su llegada a Salamanca, siendo tan joven pero tan usado por los sueños, comenzó así:

“Abro los ojos

y desamarro los límites

a dos mundos que comienzan

en el lugar exacto de la ausencia”.

Trabajas mucho difundiendo la poesía y la literatura en general. ¿Cómo organizas tu día? ¿A qué obstáculos te enfrentas?

Tras las clases que imparto en la Facultad de Ciencias Sociales y las tutorías que realizó en mi despacho de la Facultad de Derecho, dispongo de horas suficientes para ser pródigo difundiendo la obra de otros. A veces pasan semanas o meses en que no escribo poemas ni corrijo textos míos que fui anotando años atrás. Y esto lo hago porque he sabido prodigarme en lo que hacen los demás, dejando atado el ego disoluto que torna insincera la propuesta literaria de muchos escribidores. Soy cristiano y lo tomo como una misión hacia el prójimo poeta y, por ello, hasta ahora no se me ha notado la espuma del cansancio, aunque los años ya van pesando.

Siempre existe uno que otro obstáculo, casi siempre surgido por envidias o recelos, pero todos ellos los he podido sortear o sobrellevar con el apoyo y el trabajo conjunto que hago con mi amada Jacqueline, quien está conmigo en todo encuentro poético que organizo o en los actos donde se me invita a participar. Las labores las abordamos al alimón y me son valiosas sus opiniones y críticas; su dedicación con los poetas invitados a Salamanca, las correcciones de textos que hace junto con sus traducciones del portugués al castellano, además, claro está, del impresionante fondo fotográfico que ha logrado acopiar.

(Siempre carga la paciencia y la calma del que se enfrenta a la tarea cotidiana de levantar edificios, ladrillo a ladrillo; pero también le he visto el alborozo juvenil, el hiperactivo optimismo del muchacho que quiere hacerlo todo pronto. Es una alegría que no descansa.

“No sé si todo es adiós

o si las capas de luz y de sombra

fraccionan el horizonte ubicuo.

Pero esta vez me corresponde aprender”).

¿En qué parte del día o la noche escribes con más regocijo y fluidez tu poesía?

La poesía es un colibrí en libertad y, precisamente por ello, su llegada no se ajusta a ningún horario ni puede uno querer constreñirla a ciertos momentos del día. Alguna vez, mientras daba clases sobre pensiones de la Seguridad Social, se me presentó un verso iniciático y, discretamente, lo anoté entre mis apuntes jurídicos. Tuve algún periodo en que escribí de madrugada y no precisamente con regocijo. Ahora procuro hacerlo las tardes que no tengo clases y luego de la siesta. Pero no hay que estar muy atento al reloj o a las comodidades, cuando de creación poética se trata. Otra cosa es la novela, el ensayo o el artículo. El único libro que escribí con fluidez fue Cristo del alma, una obra densa y de múltiples lecturas. Quien la conoce se sorprende que fuera escrita en menos de tres meses, aunque algo se aclara cuando preciso que la gestación duró cinco años, los que me llevó adentrarme en la Biblia y en escudriñar la Palabra.

(Es que la poesía fue siempre su aliada. Lo ayudó a entenderse y a entender las diversas mareas de la vida. Habitó la ciudad que no era la suya y la ciudad comenzó a llamarlo con su voz de espíritu revuelto, de pensamiento milagroso transmitido a través del sistema circulatorio de los pergaminos. La ciudad comenzó a ser suya cuando él la llamó con su voz de vientos de selva, de cantos de selva, de naturaleza emplumada y fluvial.

“El justiprecio a pagar no es la prisa

sino las derivaciones del punto de amor

del joven que despierta en una ciudad lejana

y deletrea los asombros

y adapta su razón a la nitidez de las palabras”).

¿A cuántos idiomas han traducido tu obra hasta el momento?

Algunos poemas sueltos a cerca de cincuenta idiomas. Libros o selecciones amplias al inglés, árabe, rumano, alemán, chino, búlgaro, italiano, portugués, coreano, hebreo, croata, griego, japonés o bengalí, entre otros. Están previstas una antología con traducciones al ruso y otra al urdu de Pakistán. Ya veremos.

(Lo he visto, lo he escuchado y lo he leído. Escribe con una pasión por la verdad que parece darle continuidad al desborde de las mejores pasiones que ha despertado en el ser humano la búsqueda de lo cierto. Todo eso que ha sentido y ha escrito, se fue multiplicando en bandadas de versos que cada lugar adoptó y asumió sus cantos.

“Abro los ojos para trazar el itinerario

que alimenta al corazón”).

¿Cuál es la tendencia poética de hoy?

Creo que la que lanza zarpazos contra la propia poesía, mientras se solaza en un descomunal alardeo que no logra ocultar la absoluta carencia de poesía o de voltaje poético en sus prosas descoyuntadas, en sus desahogos o vagidos. Pero no debe haber motivo de preocupación por estas propuestas efímeras, pues las modas pasan de moda y siempre queda lo clásico de todos los tiempos, con sus variantes propias adecuadas a la época. El verso libre impera sobre el soneto u otras formas de arte mayor cuya métrica resulta desconocida para buena parte de los jóvenes. Aquí no se trata de proclamar que una u otra forma es mejor que la otra, sino de exigirse –para uno en primer lugar– cierta calidad en los frutos, un tallado de esa materia bruta que necesita desbastarse, una y otra vez hasta entender que cada palabra que queda resulta imprescindible para la “vida” del poema. Tampoco se trata de un elitismo camuflado ni de ser renuente a nuevas formas de expresión poética: hay que saber aceptar lo diferente o heterodoxo, pero de ahí a aceptar que te vendan gato por liebre existe un largo trecho.

(Su poesía ha sido como el tiempo que suelta un mar de segundos a cada rato sin intenciones de estar buscando el año o el siglo. Su poesía es la savia de un alma abierta, es la sinceridad de un caminante que valora cada paso. Le emociona tanto escribir un poema como hacer el bien. Las dos actitudes le pertenecen. Alfredo Pérez Alencart ha llegado a su casa. A su hogar. Es ahí, ese sitio donde florecen sus amores.

“Aquí encontré un último rincón

donde me he demorado

tramitando el estatuto de las germinaciones”).

¿Qué significado tiene la fe en tu poesía?

En buena parte de mis textos confluyen la fe poética y la fe cristiana. Tengo una fe inmensa en la poesía porque acompaña al hombre desde el principio de los tiempos y permanecerá con él hasta el momento revelado por Juan de Patmos, del que abrevaron mucho los poetas surrealistas franceses. También tengo una fe plena en el verbo de la Biblia y en el amado galileo, ese Cristo más poeta que ninguno. En tal sentido, la poesía me lleva más allá del fin y permite que hasta hoy no se me haga añicos la esperanza. Ahora bien, por esa misma fe reconocida, lo que busco es la excelencia en la creación poética, siguiendo la estela de Juan de Yepes, Luis de León o de Teresa de Cepeda y Ahumada.

Y así como la fe no debe ser un señuelo para untar el pan con azufre; así también la poesía no debe ser una mascarada para sonrientes ignaros que buscan cierto reconocimiento en el “mundo de las letras”. León Felipe, a quien nadie podrá tildar de beato, decía que el poeta, al volver a la Biblia, no hace más que regresar a su antigua casa.

(Desde que lo conocí me pareció un apóstol, un predicador, un digno pescador como aquellos que Jesús buscaba. Y no fue por su terquedad, su pelambre o su modo de caminar, que parece un antiguo ritmo de peregrinaje. Es que su sabiduría y su humildad son como un trueno y su poesía surge como deben haber surgido las palabras del “Padre nuestro”, pronunciadas por el gran poeta oral que una vez hizo sillas y mesas.

“Conviene resistir,

contagiarse del drenaje de eternidad

que se levanta cuando presentimos poesía”).

La verdad y el amor ¿son lo mismo para un poeta?

En un aforismo escrito años atrás concluyo que el hombre resiste y se hace fuerte en el amor. Ahora bien, cuando de parejas se trata la mentira debe estar vetada. Respondiendo a tu pregunta, supongo que cada poeta tendrá su parecer al respecto. En lo que me atañe, toda mi poesía amatoria, recogida en la antología Una sola carne (Diputación de Salamanca, 2017), está escrita desde una querencia y una pasión anclada en la verdad; nada de versos fingidos ataviados de cursilería. Para esto, evidentemente, debes sentir un amor verdadero. En mi caso esos poemas se fraguaron en cinco lustros de connubio con mi compañera y esposa.

(También he visto ese amor suyo establecido y generado para una mujer especial y para un hijo que lo llena de orgullo. Y es un amor que se ha extendido hacia los amigos y hacia todo aquello que hace en función de una ciudad, de un idioma, de una emoción y en definitiva de la poesía. La poesía y su amor verdadero lo mantienen respirando y germinando, gracias a Dios.

“Y es que todo fulgor necesita de un cielo inextinguible

y de una voz de fondo que le vaya dictando

los perfiles de la ciudad unida a su destino”).


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