Don Alfredo Boulton Pietri Paúl Rojas está sentado en el medio de un laberinto de oficinas de la Torre El Chorro, de la avenida Universidad. Tiene la cabeza clavada en un manuscrito y de vez en cuando anota algo. Posee la elegancia y la corrección de los ingleses y un vozarrón de capitán de barco del siglo diecinueve. En ocasiones da la impresión de que, en realidad, está en el puente de mando de un buque, que se abre paso en un océano de edificios.

Llega muy temprano al trabajo y los porteros y recepcionistas se quedan mudos y sin cuchicheos ante la atmósfera que genera su presencia, sobre todo en esas ocasiones en que atraviesa la planta baja con unos zapatos que tiene desde hace 45 años y que se conservan como si los hubiese comprado ayer.

Quizás no es solo ese porte imponente de hombre alto y con dinero lo que cuaja silencios profundos cuando él pasa: también hay que tomar en cuenta que don Alfredo Boulton es el hombre que se ha dedicado con más intensidad a buscar el verdadero rostro de Simón Bolívar.

Él consiguió los únicos retratos para los cuales posó el general y los óleos que le hicieron a Bolívar cuando era un adolescente. En su pasión por reconstruir la vida del Libertador logró encontrar los dibujos de José María Espinosa, el artista colombiano, quien captó dramáticamente al prócer cuando en su rostro de viejo prematuro se notaban, como arañazos de gato, las marcas de la muerte.

El perfil de Bolívar que fue tomado para hacer la cara de la moneda venezolana, está en esa misma colección.

Esos retratos son apenas una parte del tesoro histórico que la tenacidad de los Boulton ha logrado acumular allí, en la esquina El Chorro.

Las Casas Boulton o el grupo Boulton como la gente llama al conjunto de empresas que han creado, formado y consolidado desde hace 166 años, los miembros de esa familia, se adelantaron en su filosofía a muchas empresas de países desarrollados, porque agregaron el valor per se de la cultura a la importancia de la disciplina, el trabajo y la conservación.

Las Casas Boulton son en la actualidad el mejor ejemplo de lo que es un esfuerzo integral que crea, construye, financia, transporta, aloja, produce alimentos, distribuye, importa, exporta y factura 22 mil millones de bolívares al año.

Sin embargo, tanta productividad sería un proceso incompleto y desprovisto de alma, si en el cronograma empresarial no apareciese, flamante, orgullosa y lógica, la Fundación John Boulton que es, precisamente, donde se concentra una parte interesante y protagónica de la historia venezolana.

En el museo de esa fundación casi se puede conversar con Bolívar, no sólo por estar atrapado en esos cuadros y retratos irrepetibles que miran desde el pasado con infinita tristeza: también porque allí está el archivo con más de 500 documentos del Libertador y hay un nécessaire de campaña que conserva en su interior el cepillo y el peine de marfil, los frasquitos para la colonia y el espejo de mano donde Bolívar se miraba en cada amanecer.

Hay archivos de Páez y Sucre. Si alguien quiere saber cómo era físicamente José Antonio Páez, en una carpeta amarilla encontrará fotografías originales que le tomaron en Nueva York, cuando parecía un ser confundido y desvalido por la lejanía.

Ese es el asunto: don Alfredo Boulton se mueve estudiando, investigando y analizando el pasado en una atmósfera de máquina del tiempo. De tanto viajar en varias épocas se ha traído la mirada exigente de Arístides Rojas, la sonrisa severa de su bisabuelo John y, en ocasiones, parece que se le hubiese pegado una rabia bolivariana contra todo lo retorcido y una mirada angustiada por el cerro Ávila. Esa angustia podría ser la intromisión de un cacique, de un indio caribe, porque en aquel pasadizo del tiempo que es la fundación, a veces se siente que llegan seres del pasado buscando dónde meterse para seguir viviendo.

El origen de un estilo

El primer Boulton llegó de Inglaterra el año 1824: John Boulton Townley. Un hijo de este pionero, Henry Lord Boulton, se casó con María Dolores Rojas Espaillat, hermana de Arístides Rojas. Nacido en 1870 y fallecido en 1940, recibió de su tío Arístides una gran dosis de amor por el arte y esto, unido a la inclinación inglesa de los Boulton, de guardar y cuidar todo, concretó la filosofía familiar, y luego empresarial, de que la cultura y el arte son tan importantes como trabajar o realizar un buen negocio.

Alfredo Boulton es una representación idónea de esta manera de pensar. En junio de 1993 cumplirá  84 años de edad, pero su ímpetu es el de alguien que renace todos los días.

Seguramente porque al llegar al edificio de la esquina El Chorro establece el diálogo perenne que tanto parece gustarle: una conversación con el arte y con el pasado.

La Fundación John Boulton

–La fundación fue creada en 1950 y la creamos porque se da la circunstancia de que en nuestra familia siempre ha habido preocupación cultural por algunas gestaciones de la vida del hombre y de la vida de los Boulton en Venezuela –explica.

–Sí, don Alfredo, pero las obras de arte y las antigüedades también tienen un valor monetario.

–La vida no es solamente hacer dinero: también obliga a la acción cultural –responde sin vacilar.

–Hay mucha gente que todavía no entiende la importancia real de la cultura.

–En nuestra familia hemos tenido conciencia de una obligación cultural hacia el país, pues somos venezolanos. Nosotros decidimos constituir la Fundación John Boulton para reunir allí un acervo de arte que habíamos estado recolectando desde hacia 150 años, para aquel momento.

–Lo asombroso es que hayan conservado piezas, objetos, documentos durante tanto tiempo en el seno familiar.

–El caso es que en nuestra familia los documentos se guardan, no se botan. Tenemos los libros de contabilidad de la Casa Boulton desde 1840. No existe ninguna institución privada o pública que haya mantenido esos documentos desde una fecha tan cercana al comienzo de la vida republicana.

Hace un alto para llamar a su secretaria. Mientras ella le busca un documento que ha pedido, muestra unas fotografías que tomó del cerro Ávila cuando no existían los quinientos y tantos barrios de Petare. De pronto dice:

–Un país sin cultura no vale nada.

Y a continuación se refiere a una información llegada hace poco del exterior. La Universidad de Harvard hizo una encuesta universal sobre el tipo de educación que existe en el mundo actual entre niños de nueve y catorce años.

Venezuela aparece a veces a la par y a veces por debajo de los países africanos más pobres. Alfredo Boulton se levanta de su escritorio, mira hacia el exterior por el ventanal que está a su derecha y comenta con algo de mal humor:

–Eso demuestra el tipo de cultura de la gente que nos ha gobernado.

El arte de guardar

La Fundación John Boulton tiene en el piso 11 de la Torre El Chorro una sección venezolana del Archivo de la Gran Colombia, con más de 200 mil documentos microfilmados en Bogotá. Esto significa que allí se puede conocer el período de la independencia y la Gran Colombia. Lo que pasó entre 1810 y 1830.

Está el archivo histórico de las Casas Boulton con más de 500 libros de correspondencia y contabilidad, que hablan de la vida económica venezolana entre 1840 y 1940.

De varios continentes llegan investigadores a buscar datos hasta las entrañas de esta fundación, donde reposan los papeles de sir Robert Ker Porter, más de siete folios con la documentación de quien fuera representante diplomático británico en Venezuela entre los años 1825 y 1840.

Todavía ordenándose, sistematizándose y clasificándose, está en ese piso que haría las delicias de todos los hongos, el archivo de Guzmán Blanco: una montaña de 250 mil documentos que detallan minuciosamente el período y la vida guzmancista.

Están también la biblioteca, la hemeroteca, el archivo fotográfico con piezas representativas de fotógrafos venezolanos desde 1860 hasta 1940: un departamento de publicaciones que se aproxima a los cien títulos; una sala de la moneda con piezas que harían emocionar al coleccionista más curtido y ambicioso.

La fundación incluye un departamento de información histórica bibliográfica y artística que facilita a los estudiosos, a las instituciones y al público en general la información que soliciten.

La Fundación John Boulton ha contribuido a la preservación del patrimonio documental de diversas instituciones que lo han solicitado, como el Archivo del Libertador, el Archivo de la Catedral y otros, prestando sus recursos técnicos y económicos para la microfilmación y restauración de documentos.

En ese museo familiar, que está abierto al país, asombra una colección de cerámica y porcelana china del siglo dieciocho y porcelana del Cantón del siglo XIX. Se exhiben vajillas que pertenecieron a Miranda, a Fermín Toro, a Bolívar, a Guzmán Blanco, etcétera. La colección tiene, además, cerámica y porcelana francesa e italiana de los siglos XIX y XX; porcelana y loza inglesas, objetos conmemorativos y otros. Todo aquello deja la impresión de que de pronto van a aparecer los próceres, los reyes, los emperadores, doña Fanny du Villars y Victor Hugo, para compartir un banquete de recuerdos en su sala.

Don Alfredo Boulton siente un placer muy especial al hablar de la Fundación John Boulton. Se le nota en los ojos y en el movimiento abarcador de las manos.

Su voz de capitán de barco del siglo XIX podría hacerse oír a través de cualquier oleaje. Desde el piso 16, donde queda su oficina, en el corazón de un laberinto, se levanta con un gesto orgulloso y afuera los edificios son de repente como riscos enormes que el barco evita.

–Antes de la llegada de Colón éramos un país pobre, porque nuestro campo era muy pobre. No teníamos oro, plata, piedras preciosas y, nuestra gente era modesta, pero con cierto sentido de sensibilidad que nadie ha estudiado… –dice, como si los Boulton hubiesen estado en estas regiones, cuando nadie soñaba con la alucinación de tres carabelas y un tipo gritando “¡Tierra!”.

Él ha hablado de corazón, con la sinceridad aplastante de un niño. Como si estuviera en Sorte y un cacique se le hubiera metido en el cuerpo. Así como Bolívar se ha incrustado hereditariamente en su alma.

Más o menos parecido a como él, Alfredo Boulton, se mete en el ascensor del edificio.


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