En días duros, dice el diputado Miguel Pizarro, suele volver a la música, su afición hasta que se metió de lleno en la política 10 años atrás con el movimiento estudiantil cuando estudiaba Comunicación Social en la UCV. “La rítmica te hace mantener un patrón mental, es como meditar, también como trotar. Es un mecanismo de auxilio para drenar”. El miércoles descargó en su batería un rato para conciliar el sueño. Ese mismo día lloró ante las cámaras de los medios en la avenida Francisco de Miranda, después de ver cómo Neomar Lander no respondía a la reanimación de los paramédicos luego del traumatismo que le abrió el pecho en la refriega de la marcha que intentó llegar al CNE. Y volvió a llorar en la noche en la rueda de prensa de la MUD.

“No somos superhéroes, somos humanos y entramos en la política para transformar realidades y para preservar la vida. No lo vemos como un trabajo, sino como una vocación que parte del principio de la humanidad. Nunca había visto algo así como lo que vi esa tarde con ese chamo, es de esas imágenes que te rebotan todos los días en la cabeza y la responsabilidad de todo esto la tiene este modelo que niega oportunidades y que tenemos que cambiar”, dice el joven diputado.

En la genealogía de Pizarro hay músculo para la política y para enfrentar la represión. Su abuelo fue exiliado de la dictadura de Augusto Pinochet, su papá fue un preso político y estuvo en la cárcel de 1980 hasta 1983, en el 88 y otra vez en el 92 cuando la intentona de golpe de Hugo Chávez; su mamá fue secretaria de la fracción parlamentaria del Partido Comunista y del MIR por años, por lo que se crió en los pasillos del Parlamento.

Con 29 años de edad, le ha tocado estar en la línea de fuego. Esta semana recibió un puñetazo en la boca de un guardia nacional justo después de identificarse como diputado y tuvo que auxiliar a su compañero Juan Requesens cuando fue empujado por los militares a una alcantarilla sin tapa. Aún así va a las marchas sin casco ni otra protección. “Nosotros tenemos que predicar con el ejemplo. Si voy como un G. I. Joe le estoy diciendo a la gente que voy a una guerra y no es lo que nosotros queremos. Si le pedimos determinación y valentía a la gente eso no podemos guiarlo desde Twitter sino estando en la calle con ellos. Con la represión lo que intentan es imponer el miedo para paralizarnos. En la política funciona el principio del bien superior, se trata de un ejercicio colectivo y si nos toca exponernos más que el resto nos toca. Yo tengo 29 años y no quiero vivir en un país así toda la vida”.

Aunque no es religioso, asegura que su oficio es cercano al de ser cura. Y en su lucha ha dejado de lado parte de su juventud. “No me arrepiento de los sacrificios, de no llevar la vida de un joven normal, pero la verdad es que ninguno ahora ha tenido una juventud normal. Ese país en el que uno puede emanciparse o salir de noche es un cuento que nos echaron, no es el nuestro”. 

Vive con su mamá y su hermano, y aunque se llevan bien, aspira a la independencia. Luego de casi un año sin cobrar su sueldo de diputado le toca recurrir a “fundamamá” para los gastos de un joven austero que no compra zapatos hace años y se viste con ropa hecha en Venezuela.

Los días en resistencia no lo cansan. “Soy de dormir poco, así que no sufro tanto. Y tengo condición física porque entreno, aunque tengo 68 días que no corro. He sustituido los entrenamientos con esto. El cansancio más fuerte es el emocional y el mental, todas las cosas que ves y oyes y todas las preguntas a las que hay que construirle respuestas. Pero al final de todo esto vamos a estar orgullosos de lo que hicimos, de que aguantamos la peor turbulencia y llevamos el barco a puerto”.


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