Requesens

Diez años atrás, Juan Requesens andaba por las calles con la camisa beige del bachillerato. El movimiento estudiantil comenzaba a marcar la agenda de las movilizaciones de calle que hasta ese entonces habían sido monopolizadas por las convocatorias de gobierno. Requesens no tardó en encontrar vocación y espacio apenas pisó los salones de la Universidad Central de Venezuela cuando perfiló su camino: estudiante de Ciencias Políticas.

Comenzó por la teoría, pero rápidamente tuvo que ejercitar la práctica porque la dinámica del país impulsó a una dirigencia universitaria que, sin saberlo, estaba asumiendo una renovación de la fuerza política. “Hace 10 años la clase política del país era más débil y ahora vemos todo lo que ha cambiado”.

Aquel muchacho en franela que le hablaba a sus pares desde la presidencia de la Federación de Centros Universitarios, comenzó a hablarle también a otras edades a otras formas de pensar, desde su verbo encendido, su carácter agitador que hoy solo ha dosificado por la experiencia, unos pocos años más de madurez y la responsabilidad que ahora enfrenta. “Los procesos políticos tienen actores y todos tienen sus roles. Por razones físicas o de edad, el mío es el de agitador, pero esta coyuntura es tan compleja que necesita de todos los roles: negociadores, estrategas, diplomáticos. Mis compañeros y yo asumimos el de la agitación y la circunstancia nos puso al frente en la calle”.

Cuando Requesens dice que su vida es la política no puede ser más literal. Tiene 28 años de edad y por lo menos en los últimos diez se ha dedicado a ello. Estrenó su primer trabajo de la vida adulta con una dedicación casi exclusiva: se levanta a las 4:00 am, sale a la calle sin llegar nunca a una oficina con aire acondicionado y vuelve a su casa de nuevo en la madrugada, duerme unas horas y así sin fines de semana ni feriados en su agenda, sigue.

Como el resto de sus compañeros diputados, Requesens ha ido sumando heridas, sin tiempo para el reposo, cada vez que sale a la calle a liderar manifestaciones. Fue el primero que recibió un golpe en la cara y una camisa hecha añicos en la protesta inicial luego de las sentencias dictadas por el TSJ, en la cual un grupo de diputados salió de la AN a protestar.

La palabra resistencia tiene un emblema físico en su cuerpo: la cicatriz en su frente de 56 puntos de sutura luego de que le reventaran la cara con un tronco que le abrió parte del rostro, el golpe de una bomba lacrimógena en las costillas, el dolor que permanece después de que una metra le impactara el tobillo y el más reciente vendaje en el codo por una herida abierta que amerita tres puntos de sutura, luego de ser lanzado por un GNB a una alcantarilla en medio de la autopista. Grande y valiente para enfrentar la calle y la política, le teme a la sangre y a las agujas, y confía que con la venda apretada pueda ahorrarse los puntos.

Con ese historial apenas ha guardado cuatro días de reposo obligado por imposición de su mamá, con la que logró negociar esos días en lugar de permanecer dos semanas en cama como era requerido. “Mucha gente me cuida y eso es lo importante. Allá en la calle no hay cargos y los que decidimos estar adelante nos cuidamos. Los diputados no estamos de primeros, hay gente más joven y más adelante protegiendo a los demás. A veces llevo un casco y si uno de los muchachos que está de primero no tiene yo se lo doy porque está más en peligro, así que me acostumbré a estar sin casco”.

Y con esa convicción sale a enfrentar cada movilización de calle en la que sabe de sobra que estará expuesto, porque hasta ahora no sabe con qué se come la inmunidad parlamentaria que las administraciones que lo precedieron disfrutaron plenamente.

“Aquí toca darlo todo porque no tenemos nada que perder. Yo tenía nueve años cuando este gobierno llegó al poder y nos estamos jugando el futuro. No hay más. Por eso entendimos que no es una lucha normal y que tenemos que buscar mecanismos de lucha no convencionales. No es lo que soñamos, pero así nos tocó”.


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