José Manuel Olivares soñaba con ponerse la bata blanca desde que era niño y acompañaba a su abuelo al trabajo como vigilante del Hospital Clínico Universitario. Pero después de 11 años de estudio y con una especialización en Oncología en su currículo, aún no ha podido disfrutar de caminar por los pasillos portando la bata blanca como lo soñó. En su lugar, las franelas, los jeans y los zapatos de goma se convirtieron en su uniforme. Y muchas veces la sangre los ha manchado, lo normal en la vida de un médico, sino fuera porque en los últimos dos meses la mayoría de esa sangre ha sido propia.

Las circunstancias históricas lo llevaron de ser el doctor Olivares a convertirse en el diputado Olivares, cuando hace diez años como estudiante de Medicina decidió dedicarse en paralelo a la dirigencia estudiantil, una generación que asumió en 2007 el reto de organizarse para rescatar la importancia de la participación política en los jóvenes. El resultado fue tan contundente que fueron los responsables de propinarle la primera derrota electoral al hasta entonces invicto Hugo Chávez, en uno de sus campos de dominio: las elecciones.

Ahora con 30 años de edad forma parte de un frente de lucha que se debate entre la calle y los curules. “Nosotros decidimos hacer política con P mayúscula, así que lo que está ocurriendo es un acto de coherencia con nosotros mismos, con la irreverencia que retomamos para demostrar que no vamos a estar encerrados en una oficina haciendo política, y que si convocamos a una actividad en la calle, no solo tenemos que ser los primeros en llegar, nos ponemos al frente, nos quedamos y nos vamos de últimos”.

El rostro enrojecido del diputado por el estado Vargas nada tiene que ver con su cercanía con la costa caribe. La nariz y la frente quemadas por el sol son el resultado de más de 67 días de protestas de calle y de la irritación continua por tener la cara descubierta cada vez que son asfixiados por los gases lacrimógenos. “Tenemos que dar la cara porque predicamos con el ejemplo. No hay nada más valioso que ver a la gente de frente y que sepan que eres tú igual a ellos, que estamos luchando por respirar, porque en la calle todos somos iguales”.

Olivares enumera sus días recientes como un diagnóstico de guerra: una herida abierta en la cabeza, el impacto de una metra en la rodilla, una lesión en el tobillo por el golpe de una bomba lacrimógena, raspaduras, quemaduras y asfixia. Es el médico y a la vez el paciente porque el diagnóstico es de sí mismo.

Sus hábitos de estudiante de Medicina permanecen. A las 5:00 am se levanta a organizar una agenda que no lo lleva a ningún consultorio. Y a medianoche se permite descansar para reponer las energías que necesitará en la jornada siguiente, que puede ser en medio de la autopista enfrentando barricadas o en una caminata de kilómetros indeterminados.

“Por supuesto que tenemos miedo y nuestras familias también. Cada vez que salgo llevo el miedo de dejar a unos padres solos, a una esposa sola, pero decidí que el miedo no me paraliza. Uno desarrolla un sentimiento de hermandad de cuidarnos que es más fuerte”.

Aunque llegó a la política y a la medicina a través de las vías civiles, ha tenido que entrenarse rápidamente en el estado de alerta de quien enfrenta una batalla. “Me llaman el médico del pelotón”, bromea Olivares, quien ha tenido que montarse en moto para sacar a otros de la zona de peligro, armarles torniquetes con las franelas y mantener el pulso firme para suturar la herida de 56 puntos que le cruzaba la frente a su compañero el diputado Juan Requesens, cuando fue agredido en la cabeza durante la manifestación del 3 de abril.   

“Parece una guerra pero no lo es, porque las armas las tienen ellos, no nosotros. Y si algo tenemos claro es que no lo vamos a convertir en una lucha armada. Precisamente la vida nos ha puesto en esta circunstancia como generación para asumir la responsabilidad de que nunca más volvamos a vivir esto como sociedad”.


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