A pesar de que Delsa Solórzano resultó con dos costillas rotas por un impacto directo de bomba lacrimógena los primeros días de protesta, su participación en la calle no ha disminuido. Ignoró el reposo de tres meses ordenado por el médico, ya que considera que habrá tiempo para reposar en democracia. Días atrás, un amigo en el exterior le envío unos calmantes, porque no conseguían en el país. “El dolor ha ido pasando. Con el tiempo es menos intenso o no sé si es que ya me acostumbré. Por ahora, siempre tengo mis medicamentos en la cartera y salgo con ellos a marchar. Por supuesto que cuando corro, el dolor es horrible. Duele cómo si fuera a tener un infarto cada dos minutos, o por lo menos, así lo siento yo. Pero dos costillas rotas no van a quebrantar mi convicción y yo no puedo pedirle a los venezolanos que salgan a la calle si yo no estoy ahí con ellos”, expresó la diputada.

Después del golpe intentó caminar y se desmayó ahogada entre los gases. La trasladaron a la Policlínica de Las Mercedes, pero sin saber su diagnóstico, tuvo que abandonar el lugar porque la GNB atacó la sede hospitalaria. Solórzano dice que no hay un solo día en el que no haya sido agredida. De hecho el viernes volvió a ser golpeada en el TSJ. Además, ha sido empujada, se ha desmayado varias veces y tiene un brote en la piel porque es alérgica a los gases. 

Su familia es una preocupación. “Mi hijo ha crecido en una circunstancia difícil. Para él, la represión no es una historia que ve por televisión o internet, sino que la vive cerca. Tiene noción de lo que pasa y como todos tiene una profunda angustia. Creo que si fuera mayor, estaría todos los días marchando conmigo”. Desde hace 18 años, que resultó electo el fallecido presidente, Hugo Chávez, su padre no le habla porque no toleró las diferencias políticas con su hija, dirigente del partido UNT. Por otro lado, su mamá tiene una condición severa de salud, que no le permite estar consciente de la realidad.


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